La democracia liberal, y su concepto fundante de la libertad individual, tiene como debilidad que algunos ciudadanos exigen hasta el derecho de acabar con ella, como sucedió con Chávez en Venezuela, quien basó su campaña en acabar con la “moribunda” constitución republicana, lo que efectivamente hizo, destruyendo los tres poderes pilares e independientes de la democracia, fundiéndolos en el gaseoso poder popular, que no es otra cosa que el escondite del dictador. Hoy vemos en Colombia a las farc exigiendo su derecho democrático a acabar con el estado liberal, acompañado de parlamentarios “democráticos” como Iván Cepeda, Gustavo Petro, y compañeros, así como de idiotas útiles, pagos y no pagos en los medios, en la justicia (magistrados no JEP incluidos) y en el empresariado, y connotadas familias de la oligarquía centralista con hijos anarquistas y dueños de medios o expresidentes, jugándole a destrucción democrática, algunos solo por vanidad, acompañados de burócratas de organizaciones multilaterales y estados europeos con pasados negros. Con ellos, a diferencia de las democracias que destruyen, una vez en el poder se acaba la democracia, y se vuelve delito oponerse al poder popular. En Venezuela todo esto pasó, y sigue pasando con la oposición férrea de nuestros progresistas, y la defensa decidida del famoso partido farc.
La democracia liberal debería poder defenderse y no permitir juego democrático a antidemócratas. Esa debilidad, enfrenta una parafernalia de tácticas de acceso al poder que en Colombia ya se ven, y que se materializan en resultados tan antidemocráticos como la libertad y el bloqueo a la extradición de Santrich. La JEP es el instrumento de impunidad, aprobado por el Nobel, para destruir nuestra poca democracia liberal, que todavía figura en nuestra moribunda Constitución del 91.
Nos ganan en el lenguaje. Los antidemócratas se declaran demócratas “populares”, significando con ello que no son demócratas en el concepto liberal del término. Quien profesa esa ideología es progresista, pensante, decente o verde; los grupos organizados para enfrentar al estado democrático se autodenominan sociedad civil organizada; la jerga jurídica da validez jurídica a lo popular y lo social, entendiéndose por estos, los supuestos del socialismo de economía estatal. Nos ganaron la calle con estudiantes, maestros, sindicalistas, indígenas, todos los cuales resultan infiltrados por “vándalos o desadaptados”, que los manifestantes dicen no saber de dónde salen. Nos ganan cuando logran contar con todas las formas de lucha, desde las disidencias armadas hasta senadores sin verdad, justicia, reparación a sus víctimas, y sí, con delitos continuados protegidos por “su” propia justicia transicional, con apoyo de políticos-magistrados de otras cortes, y reconocidos por validar una justicia supranacional y dedicada a “eximir” a los antidemócratas.
Y nos dejamos ganar, cuando pensamos que enfrentar con fuerza estas manifestaciones nos hace antidemócratas. Y nos dejamos ganar por la pasividad de muchos, y por un régimen corrupto que prefiere dejar que gane el socialismo a cambiar el modelo. La financiación de esas recurrentes “marchas populares” viene desde estados amigos de la paz, hasta ricachones amorales como George Soros. Porque plata nos le ha faltado. Caminamos como borregos al matadero, y ya sabemos, como lo vimos en el gobierno Santos, que las fuerzas militares que deben defender la democracia, se pliegan de manera entusiasta a cualquier antidemócrata. Esas fuerzas, en Venezuela, sostienen la dictadura de Maduro y obedecen a la Cuba castrista. Ya tenemos la JEP en nuestra “democracia”, y ya sabemos para donde va. Lo demás es llamarse a engaños.
La democracia liberal está en crisis porque se dejó ganar todos los espacios, y se vuelve tímida para recuperarlos. Qué lejos están las palabras de Jefferson: “El árbol de la libertad debe regarse de vez en cuando con la sangre de tiranos y patriotas”. Y con razón también manifestaba: “Los hombres tímidos prefieren la calma del despotismo al impredecible mar de la libertad”.