Para llegar a Cumbres del Norte toca hacerlo caminando y dándole duro, porque hasta allá no sube el transporte público de taxi ni de bus urbano.
Todo el que baja de ese empinado cerro ubicado en el norte de Cúcuta, en uno de los sectores más pobres, sabe que en el retorno, con carga o sin ella, se deberá sudar la gota gorda para coronar la cima.
Se llega por la vía que va hacia El Salado. La carretera está llena de huecos y en la medida que se va ascendiendo se observa la pobreza en la que viven los cerca de 1.500 habitantes, de los cuales casi 1.000 son niños.
Allí, en Cumbres del Norte, la Navidad sabe diferente a los demás barrios de la ciudad, pero igual, Navidad es Navidad y en medio de lo poco esta época del año se transforma para ofrecer alegría, claro, dentro las capacidades de cada cual, dice Amalia Sánchez, una morena de 1.68 metros de estatura, 35 años, madre cabeza de hogar de cuatro hijos con los que vive en un rancho de tabla y techo de zinc, con mirador hacia la cárcel Modelo, donde purga 18 años de prisión su compañero.
Sus hijos juegan descalzos en la calle, en un improvisado campo de fútbol que ellos mismos acondicionaron. “Es la felicidad de ellos ante la ausencia de escenarios deportivos”, dice la mujer.
De la puerta de la casa de Amalia cuelga una corona de flores que ella misma elaboró con papel y materiales de reciclaje que recogió de las calles de Ceiba Dos, adonde acude a diario en sus labores de rebusque.
En el barrio Cumbres del Norte en las navidades se exhiben los mismos adornos de hace diez años, elaborados con materiales de reciclaje.
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La plata es lo de menos
Dentro de su hogar, en la salita que da al único cuarto donde duerme con sus cuatro hijos, se levanta una rama seca que recogió de un árbol que se había desplomado cerca a su casa, y que acondicionó como arbolito de Navidad.
Plata no hay, pero uno mismo se hace la Navidad, todos los niños de Cumbres del Norte lo entienden así. Cuando hay con qué, la cosa cambia, pero eso no es de todos los años, asiente Amalia.
Ellos, los niños, no ambicionan el último celular de moda. No los estresa comprar la pinta para estrenar el 24. Ni les preocupa si la cena será corriente o no. La Navidad no es de colores ni de luces, eso lo sabemos y tenemos muy claro, dice la mujer.
Angélica Zambrano, de 60 años, otra vecina de Cumbres del Norte, carga una caja con llaveros, ganchos y cauchos para amarrar el cabello. Es vendedora informal. Dice que llevaba tres días tendida en la cama con un fuerte dolor en el estómago, pero decidió salir así enferma porque necesita conseguir un dinero para las hallacas del 24.
De ella dependen cinco personas, tres de ellas niños. El frente de su casa está adornado por dos enormes velas de papel que ella misma elaboró, además de figuritas y serpentinas que fue tejiendo con su hija y nietos en los primeros días de diciembre.
Las fiestas las acostumbramos a vivir a nuestro modo. Los regalos de los niños dependen de cómo nos vaya con la venta de mute y pasteles que empezamos desde noviembre. Lo que reunimos de esas actividades nos alcanza para darle un detalle a cada muchacho, lo que nos quede lo destinamos a un arroz con pollo para todos, dice Angélica.
En cada casa de este humilde barrio, pese a la pobreza, la alegría en los rostros de los niños se siente.
En su mayoría, los vecinos de Cumbres del Norte se las arregla por separado para darles a sus hijos lo justo con lo poco que ganan.
En los pesebres de los barrios pobres de Cúcuta no hay tecnología ni extensiones luminosas de última generación. Todo lo que hay en ellos es elaborado por sus propias manos.
La solidaridad
Helena Jiménez, de 45 años, madre de cuatro hijos, se dedica al lavado y planchado de ropa. Se va a su trabajo cuando despunta el alba y retorna a su casa cuando se está ocultando el sol.
Primero lo primero y después lo que me alcance para otros menesteres, dice en franca alusión a que asegurar el alimento de sus hijos es lo principal y prioritario, lo demás se irá dando en la medida de lo que se disponga.
En su cuadra los vecinos decidieron reunir diez mil pesos para comprar plástico y elaborar cadenetas que colgaron de árboles y cuerdas a lado y lado de la calle. Eso nos da el ambiente de Navidad. El resto cada uno lo va a agregando a su familia, dice la mujer.
Por ejemplo, yo estoy ahorrando para hacerles arroz con pollo a los niños el 24, o de pronto unas hallacas, dice.
Hay niños cuyas mamás no tienen cómo comprarles algo de alimento y por eso algunas familias traemos a esos muchachos a nuestras casas para compartir con ellos nuestra cena. Ellos son felices con lo poco que se les puede dar, admite Helena.
Estar en las noches alrededor del pesebre que ellos mismos construyeron, cantar villancicos a capela y reunirse a ver las mismas estrellitas de papel dorado que sus mamás elaboraron, es más que suficiente para sentirse contagiado del espíritu de la Navidad. De los buñuelos y la natilla, todos allá saben que habrá cuando se pueda.
Ante la falta de plata, las familias de Virgilio Barco se las ingenian para elaborar los muñecos que le pondrán brillo a la Navidad en sus hogares.