Si bien es considerada una tradición por excelencia católica, es también oportunidad para que en torno a una oración las familias, compañeros de trabajo y comunidades fortalezcan sus relaciones y su fe.
Hace algunos años el docente investigador Daniel Unigarro, de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de La Salle, fue coautor del libro “La Novena del Niño Dios en Colombia”, en el que indaga sobre la relevancia, historia y consolidación cultural de la Novena de Navidad en los hogares colombianos.
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Este estudio arrojó unas conclusiones interesantes y dejo en evidencia la importancia del texto que proclamamos durante nueve días, del 16 al 24 de diciembre cada año.
El texto original de la Novena es de autoría de fray Fernando de Jesús Larrea y Dávalos, perteneciente a la comunidad de Franciscanos de Quito-Ecuador, quien vivió durante el siglo XVIII y fue un destacado predicador y misionero que recorrió desde el sur del Perú hasta el norte del Caribe colombiano.
Igualmente lideró la fundación de importantes colegios de misiones como los de Pomasqui, Popayán y Cali.
Espiritualidad franciscana
Como guía espiritual de la fundadora del Colegio de La Enseñanza en Santa Fé de Bogotá, doña María Clemencia de Caycedo, le transmitió muchas de sus prácticas ascéticas y devocionales, entre las que se cree estuvo la “Novena para el Aguinaldo”, escrita “de acuerdo con la espiritualidad franciscana, para celebrar íntimamente el misterio de la encarnación que explica el mayor regalo de Dios a la humanidad: su hijo hecho hombre”, según explica Unigarro.
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Si bien la primera impresión conocida en Bogotá data de 1784, en la actualidad no rezamos la versión de Larrea. Justamente “para adaptar el vocabulario y tal vez generar una mayor cercanía con la gente, la madre María Ignacia de la Compañía de María Nuestra Señora, cuyo nombre de pila fue Bertilda Samper Acosta, hija de destacados intelectuales liberales del siglo XIX, modificó algunos apartes e incluyó la traducción del francés de otras que harían parte de la ‘Novena del Niño Dios’ de 1910, que contaría con la aprobación del arzobispo de Bogotá, Bernardo Herrera Restrepo”, señala el docente.
Un sentido de identidad colombiano
Esta versión incluyó las oraciones, consideraciones y gozos que recitamos (casi de memoria) cada año, lo que según el coautor del libro ha permitido “la instalación de un sentido común en la población colombiana, sin importar si es o no creyente o practicante de algún culto, dado que la estructuración de la temporalidad navideña previa a la conmemoración del nacimiento, está determinada por la lectura de la Novena de Navidad en familia, empresas y centros comerciales”.
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Es tal el alcance de esta, que incluso puede afirmarse que se trata de “una práctica no solo socioreligiosa sino sociocultural, la cual se ha constituido en una tradición intergeneracional que abarca otras prácticas como los pesebres, villancicos y también la gastronomía”, destaca Unigarro.
Por último, la Novena hace parte del patrimonio cultural inmaterial colombiano, pero hasta ahora no ha requerido de un plan de salvaguarda por su validez y vigencia.
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