Rossana Méndez Arenas nació en Cúcuta en 1969. Es hija del abogado y escritor Miguel Méndez Camacho y de la también abogada Rosaema Arenas. Desde 1983 vive en Buenos Aires (Argentina), donde se hizo profesional en Ciencias de la Comunicación, que estudió en la Universidad de Buenos Aires.
Allí, además, contrajo matrimonio con Víctor Sales Navas, se vinculó a la docencia universitaria y asumió responsabilidades empresariales como directora de proyectos de una consultora de investigación de mercado e inteligencia competitiva.
Al mismo tiempo se preparó para la creación literaria y es autora de ‘No estaba en mis planes contártelo en Durtmund’, su primera novela publicada y cuya presentación hizo en la Feria Internacional del Libro de Bogotá.
Sobre sus vivencias y su obra habló en Cúcuta con La Opinión.
¿Desde cuándo vive en Buenos Aires?
Nos mudamos con mi familia en 1983, porque mi padre fue nombrado Ministro Consejero de la Embajada de Colombia en Argentina. Parece increíble que lleve 36 años viviendo en Buenos Aires.
¿Cuáles son sus primeros recuerdos de esa época?
A los 13 años todo era una aventura para mí. Cambiar de país, vivir en una ciudad tan bella como Buenos Aires, estudiar en otro colegio, todo me resultaba emocionante. Tuve la suerte de encontrarme con gente maravillosa y, como soy muy sociable, hice amigos inmediatamente. Una imagen imborrable fue una de las primeras noches en Buenos Aires, en la que se desató una tremenda tormenta eléctrica y nos despertaron a mis 2 hermanos y a mí para disfrutarla, aprovechando la increíble vista desde el departamento en el que vivíamos, en un piso 19 sobre la Avenida Libertador. Fue un verdadero espectáculo para nosotros que éramos unos niños.
También recuerdo que, aunque era chica y no sabía nada de política, en la Argentina se respiraba un ambiente de felicidad y de grandes expectativas porque se empezaba a vivir de nuevo en democracia. La asunción de Alfonsín y su discurso en el balcón de la Casa Rosada, ante una multitud, fue un hito para todos en ese país en 1983. Todavía hoy son imágenes que conmueven.
¿Cómo vivió el cambio de Cúcuta a Buenos Aires?
Lo vivimos con mucha naturalidad, en familia. Disfrutando de todas las oportunidades que nos ofrecía Buenos Aires. Además, somos una familia muy unida y con mis hermanos, Paula y Carlos Miguel, y con mis padres, Rosaema y Miguel, vivíamos todo con entusiasmo, conociendo lugares y personas que nos hicieron muy amena la adaptación. Actualmente sólo yo vivo en Buenos Aires, pero gracias a la tecnología, seguimos siendo una familia tan unida como siempre.
¿Qué le dio Buenos Aires?
Buenos Aires, desde el primer momento, me ha dado felicidad, en todos los órdenes de la vida. Y gracias a vivir aquí conocí a Víctor, mi esposo, con quien llevamos casados 26 años. Un impecable compañero de ruta con quien tenemos 2 hijos, Víctor Manuel Y Alejandro. ¿Qué más le puedo pedir a Buenos Aires?
¿Qué siente que dejó en Cúcuta?
Yo me siento una santandereana de pura cepa. No me gusta pensar en términos de lo que dejé sino de lo que me llevé y me llevé la esencia de lo que soy, mis valores, mi alegría de vivir, la garra santandereana, los recuerdos del Colegio Santa Teresa, del Club Tennis, mi debilidad por las arepas y el mango verde con sal, mi querido barrio La Riviera, mis amigos de la infancia (que aún conservo gracias a las redes sociales), los encuentros con el grupo de amigos, en los ‘palos’ frente a la casa de Álvaro Villamizar, las horas que disfrutábamos patinando o montado bicicleta en la calle, que era segura y nos permitía jugar tranquilos. La verdad es que uno nunca deja sus raíces, y si bien no vivo en Cúcuta, siempre tendré recuerdos de una infancia maravillosa. Y como mi mamá y abuela viven en Cúcuta intento visitarlas tanto como me lo permite la distancia.
¿A qué se dedica profesionalmente?
Me dedico a la investigación de mercado desde hace más de 25 años. Desde el 2003 soy socia fundadora y directora de SN&M consultores. Pensando en mis inicios en la actividad, en el año 90, mientras cursaba el último año de la carrera, que estudié en la Universidad de Buenos Aires (institución que es un orgullo para todos los que estudiamos allí), me surgió la posibilidad de hacer una pasantía en el área de investigaciones de una agencia de publicidad y desde ese momento no paré de trabajar en esta actividad que me apasiona y que me permite estar en contacto con una gran diversidad de gente, investigar acerca de diferentes categorías de productos y servicios y variar de temáticas de análisis, que para alguien como yo, a quien no le gusta la rutina, es un plus que valoro mucho.
¿Siempre le interesó la literatura?
Crecí en un ambiente en el que la literatura siempre fue importante. En mi casa de la infancia, en La Riviera, la biblioteca ocupaba un lugar central. Era una gran habitación, con libros desde el techo al piso. Recuerdo a mis padres estimulándonos a leer, sin libros que nos fueran vedados por nuestra edad. Debo reconocer, sin embargo, que siempre he sido una lectora un poco caprichosa e indisciplinada, que leo sólo lo que tengo ganas en el momento. Cuando me gustaba mucho un autor, como Sandor Marai, por ejemplo, podía leer cinco libros seguidos de ese autor, sin descanso. Y después, podía pasar un tiempo sin leer. Pero desde que empecé a escribir intento leer más metódicamente e incursionar en distintos géneros y autores, para enriquecerme.
¿Cómo decidió escribir una novela?
Si bien siempre he creído que para que algo se concrete primero hay que imaginarlo o por lo menos desearlo, lo que me pasó con la novela es algo que todavía hoy me sorprende. Nunca había pensado ni fantaseado con escribir una novela, de verdad. Tengo una particularidad y es que mientras duermo suelo resolver y hasta redactar algún tema pendiente del trabajo, como las conclusiones de un informe. Entonces, apenas me despierto, lo escribo rápidamente antes de olvidar lo que soñé. La noche anterior a empezar a escribir mi primera novela, ‘No estaba en mis planes contártelo en Dortmund’, en el noticiero pasaron una noticia que evidentemente me impactó. Toda la noche soñé sobre eso y al despertar tenía en mi cabeza la primera página de la novela. Obviamente, esa página cambió por completo después de años de correcciones y mejoras. Pero esa página fue la semilla de la historia.
¿Cómo evolucionó la historia?
Pasé varios meses escribiendo sin parar. Sentía que la novela cobraba vida propia, las ideas fluían y los personajes me iban indicando por dónde avanzar. Después llegó la fase que definió que esté hoy aquí. Llamé a mi padre y le conté la aventura en la que me había metido, sin planearlo, pero que me tenía totalmente entusiasmada. Tiempo después me confesó que al colgar pensó, “mi hija enloqueció” y quedamos en que me ayudaría pero con la condición de que él, un profesor que dicta talleres para formar escritores, no tendría ninguna consideración conmigo por ser su hija y que si no le gustaba la novela me lo diría sin miramientos.
¿Qué le dijo su padre?
En su primera y lapidaria devolución, me dijo: redactas muy bien pero escribir es otra cosa. Afortunadamente después dijo que la historia tenía potencial y que, con mucho trabajo, iría logrando el oficio necesario para escribir una buena novela. ¿Sabe cuánto tiempo pasó desde entonces? 7 años. Largos y fructíferos años en los que aprendí muchísimo y en los que debí hacerme amiga del trabajo de corrección, que es vital para escribir bien.
¿Qué aprendió en esos años?
Para ser justa primero debo contar que, en las primeras vacaciones que tuvo mi padre, después de leer la primera versión de la novela, viajó a Buenos Aires casi un mes para dictarme un taller de literatura. Esa fue una de las experiencias más lindas de este proceso. Nos sentábamos generalmente en algún bar (como se fueron gestando los primeros talleres literarios del Río de la Plata) y empezábamos a trabajar basándonos en la novela que había ganado ese año el premio Clarín (Sobrevivientes de Fernando Monacelli). Sobre esa novela analizábamos todo lo que ese escritor hacía bien ¡y todo lo que yo había hecho mal! Desde ese momento he incorporado la necesidad de leer críticamente, para aprender, y no sólo para divertirme, la importancia de la economía de palabras, la precisión que debe tenerse al adjetivar o al elegir una palabra para expresar eficientemente una idea, la importancia de abrir y cerrar con fuerza cada capítulo e infinidad de cosas más.
¿Qué espera de la novela?
La novela me dio mucho. La satisfacción de haberla escrito y lograr una novela que me hace sentir orgullosa del trabajo que hicimos. Y empleo el plural porque debo agradecer especialmente a mi padre y a mi esposo por apoyarme, aguantarme y aportar ideas en forma constante durante todo este tiempo. Para ser franca, por momentos pensé que iba a quedar huérfana o viuda porque tenía ganas de matarlos. Era una terrible exigencia ir logrando las mejoras que surgían después de cada corrección o aporte que me hacían. Sin ellos la novela no existiría. Pero también, parafraseando al escritor uruguayo Mario Levrero, y pensando en qué podría esperar de la novela, Levrero planteaba que después de terminar un libro, de repente lo publican, después puede no pasar nada, o tal vez pase algo, pero con el tiempo, la publicación de un libro trae muchos amigos valiosos. Espero de corazón que eso suceda con mi novela.