Claudia Paola Nolasco tiene 12 años y a esa corta edad ya ayuda a su padre a vender helados en una playa de Perú. Lejos de la necesidad de colaborar en su casa, ella ocupa su tiempo libre para practicar el surf, el deporte acuático que tanto le apasiona.
“Me gusta subir en la tabla, surfear, yo superé mi miedo a agarrar una ola y hacer acrobacias”, dijo Claudia Paola momentos antes de adentrarse a la playa Puémape, ubicada a 658 kilómetros al norte de Lima, la capital de Perú.
Esa playa fue levantada a pulso por docenas de familias de escasos recursos que llegaron hasta allí huyendo de las inundaciones de 2017, en la que devastaron la ciudad de San Pedro de Lloc.
Claudia Paola ha pasado los últimos dos años sin ir a la escuela, debido a la pandemia de COVID-19. Sin embargo, en medio de esta crisis sanitaria que golpeó fuertemente a Perú, tanto ella como sus hermanos Luis Ángel, de 8 años, y Carlos, 5, encontraron en el surf un propósito de vida.
Un padre ejemplar
"Desde que empezaron su clase de surf les cambió la vida", confesó Elmer Nolasco, de 36 años, y padre de los tres niños. Su labor como vendedor de helados en Puémape no ha sido impedimento para apoyar a sus hijos.
En estas labores le ayuda Claudia Paola cuando él sale de pesca para llevar alimento a su hogar. "Me gustaría mucho que mis hijos sean mejores que yo, quizá no lo he podido hacer yo y ellos puedan hacerlo mejor que uno y tener otra vida mejor, porque yo sé que en el surf lo van a poder hacer", dijo Elmer.
Las olas de Puémape y la cercana Pacasmayo figuran entre las mejores de Perú, y son un referente para los tablistas (como se refieren a los que practican el surf).
“Inculca valores”
La escuela de surf para los desfavorecidos niños de esta remota playa peruana abrió sus puertas hace dos años por iniciativa de Kayosha Castro Rodríguez, de 28 años, quien llegó a vivir a Puémape escapando de Lima, cuando Perú iniciaba en 2020 una larga cuarentena por la COVID-19.
Conoció a un grupo de niños que jugaban en la playa y surgió la idea de enseñarles el deporte de la tabla.
Castro pidió ayuda a amigos surfistas de Lima y consiguió que le regalaran tablas y trajes de surf para su escuela, que ahora tiene nueve niños practicando.
Junto con otros voluntarios, también le enseñó a nadar, pues no sabían hacerlo aunque vivían cerca al mar. Además les inculcan la protección del medio ambiente, por lo que los niños ahora recogen botellas de plástico para reciclaje y otra basura que dejan los bañistas.
“Son niños locales de acá, de pocas oportunidades y les enseñé el surf porque tienen el mar al frente de su casa, pero no saben lo que tienen”, indicó el instructor.
Y añadió que “El surf es como una herramienta para inculcar valores, el deporte que es salud y concientización para llegar a una salud mental vinculado a un sentimiento de libertad, calma y alegría que nos da esta terapia del surf”.
Ignacio Gorriti, otro de los instructores, destacó que el surf es una terapia con la que los niños manejan el estrés, pues los ataques de irá de ellos son frecuentes, pero con la práctica de ese deporte, vencen sus miedos.
“Caballitos de totora”
El surf no es necesariamente un deporte ajeno a la cultura de Perú. Los indígenas de la costa norte del país usaban los "caballitos de totora" para entrar al mar a pescar, siglos antes de la llegada de los conquistadores españoles.
Esos elementos son una embarcación con capacidad para una persona y construida con paja y corteza de árboles. Todavía pescadores artesanales de playas como Huanchaco, cerca de la ciudad de Trujillo, siguen usándolos para adentrarse al mar a recolectar peces.
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