La caída del ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, es una muestra sobre como la tormenta desatada por el caso de corrupción en la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres comienza a golpear al gobierno del cambio, afectando a los colombianos.
Estos enredos debilitan a la administración pública y socavan las bases de la gobernabilidad, porque aparte de violentar el Código Penal, desbaratan la confianza del pueblo en las instituciones y constituyen el mal ejemplo de que el todo vale para alcanzar los propósitos planteados.
Lo que está sucediendo no puede ni demeritarse ni ocultarse de nuevo con las afirmaciones presidenciales de que se tratan de intentonas golpistas, porque el señalado de estar detrás de la compra de congresistas con cupos indicativos es nada menos que el titular del ministerio de Hacienda, que es de la plena confianza presidencial.
Eso es preocupante, porque en una cartera que maneja la economía del país no puede estar sometida ni a las sospechas por el dudoso proceder de su titular ni tampoco ser objeto de inestabilidad institucional, puesto que eso podría estarse llevando por delante la misma imagen del país ante las calificadoras de riesgo, la banca, los empresarios internacionales y los organismos multilaterales de crédito.
Pero hay más. ¿Con qué cara un ministro de Hacienda puede salir a defender la economía cuando hay fuertes y sustentados señalamientos en su contra de que está implicado en el megaescándalo de la UNGRD?
La respuesta es que esto no puede seguir así porque como lo están advirtiendo importantes gremios colombianos, es necesario proteger y mejorar la confiabilidad de los inversionistas en nuestro país y eso solo se logra manteniendo la estabilidad económica, política y jurídica.
El caso del ministro Bonilla nos deja la percepción de que estamos ante el desmoronamiento de la fortaleza y no precisamente porque haya intentonas contra el actual mandato, sino porque desde el interior del propio Gobierno suceden tantos hechos de corruptela que terminan debilitándolo y dejando ver que sus propuestas se quedaron en simples promesas electorales.
Es así como las recurrentes denuncias del presidente Petro sobre las presuntas ‘encerronas’ y ‘entrampamientos’ contra su administración se caen de su peso, ante lo cual ya la ciudadanía no cree en esas excusas y le reclama que se dedique a gobernar.
Lo curioso es que ahora Petro usa otro método para tratar de evadir las responsabilidades: “nos hicieron trampas desde el principio”, fue la afirmación presidencial al pedirle la renuncia a Bonilla porque, entre otras cosas, “desobedeció mi indicación de no confiar en los funcionarios uribistas del Minhacienda”.
No aclare porque oscurece, sería un buen consejo para el jefe de Estado y sus asesores antes de seguir buscando más planteamientos para señalar a los opositores de todos los tropiezos. ¡Gobierno presidente! El que debe llevar el control y las riendas es usted, porque hay mucho por hacer.
Sin embargo, es la hora de que la administración nacional asuma las responsabilidades para que deje de estar señalando a otros por los desaciertos o dificultades. Hay que actuar como un estadista, decidir, resolver, recomponer el Gobierno, administrar, ordenar, actuar y demostrar que el cambio era real y no una derivación de aquella sentencia de que todo cambie para que todo siga igual.
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