A Miguel Ángel Carrero Ortega, de nacionalidad venezolana, 38 años, no se le olvida la hora ni el día en que el presidente Nicolás Maduro apareció en la pantalla de su televisor para anunciar que a partir de ese momento quedaba cerrada la frontera con Colombia.
Eran las 11 de la noche del 19 de agosto de 2015. Él y su esposa María Yuleima García veían televisión cuando de repente Maduro apareció en Pantalla para anunciar el inesperado cierre. Los dos se miraron a los ojos y respiraron profundo. En sus mentes aparecieron de inmediato sus dos hijos, Breiman Miguel y Hanna Valentina, de ocho y tres años. Los dos estudiaban en un colegio de Cúcuta.
Para la pareja de esposos no podía ser lo que acaban de escuchar, significaba un reto enorme porque se trataba de la educación de sus hijos, que no podía truncarse “y no íbamos a permitir que se truncara”, dijo Carrero.
Las dos semanas que siguieron a partir del anuncio del presidente Maduro fueron de total caos en la frontera, significó el principio de la más grande crisis migratoria que se tenga conocimiento en el continente americano, y que hoy tiene viviendo en territorio colombiano a 1.700.000 venezolanos, incluyendo a los pequeños Breiman Miguel y Hanna Valentina.
Pero también, a partir de aquel entonces los objetivos a los que se enfrentarían los dos pequeños marcarían definitivamente sus vidas. Venir a estudiar a Colombia fue el gran reto a superar, dado que su escuela no quedaba a la vuelta de la esquina, debían recorrer a diario unos diez kilómetros desde que salían de sus casas hasta la sede del Instituto Técnico Mércedes Ábrego, en el barrio Popular, donde él cursaba tercer grado y ella jardín B.
Antes del cierre de la frontera, Carrero los transportaba en su motocicleta desde Ureña hasta el colegio, pero cuando ya no se pudo hacer la ruta la debieron cumplir los primeros dos meses por las trochas, caminando por entre las piedras, la maleza y las aguas del río Táchira.
Nos tocaba levantarlos a las tres y media de la mañana, porque debíamos caminar los trayectos de la casa al río y luego el de la trocha hasta el colegio. La cosa era que cuando regresaban a la casa, al atardecer, llegaban ‘molidos’. Al principio no entendían lo que estaba pasando, pero llegó un momento en que el cansancio los atrapó, claro, las jornadas pasaron a ser de ocho a trece horas, relató Carrero. Este mismo drama de Breiman Miguel y Hanna Valentina lo vivieron también en 2015 cuando se cerró la frontera otros tres mil 500 niños venezolanos que estudiaban en colegios de Cúcuta y Villa del Rosario. Cinco años después esa cifra ascendió a 15.000 escolares, según la Secretaría de Educación de Cúcuta.
El choque emocional que tuvieron que soportar los niños venezolanos que venían a estudiar a Colombia fue de gran impacto. Recuerdo que ellos llegaban al salón de clases con los zapatos y pantalones de uniforme mojados, tras haber pasado por el río y las trochas. El sacrificio que hacían papás y estudiantes era enorme, digno de admirar, recuerda la licenciada en Educación Artística del Instituto Técnico Mercedes Ábrego Zulay Eliana Ramírez, maestra de séptimo grado de Breiman Miguel.
En 2015 cuando La Opinión supo de Breiman Miguel y Hanna Valentina cursaban tercero primaria y jardín B, respectivamente. Cinco años después y tras haber vencido la adversidad de enfrentarse a una frontera cerrada y a toda clase de limitaciones él ahora cursa séptimo grado y ella tercero elemental. Sus sueños de ser diseñadora e ingeniero se mantienen intactos.
La profesora Sulay Eliana advierte que los niños que han seguido estudiando tienen problemas de conectividad, pues allá en Venezuela se va la luz a cada instante y como no pueden asistir a clases por la pandemia, deben seguir las clases por WhatsApp. Los que quedaron del lado colombiano, como Breiman Miguel y Hanna Valentina también les ha tocado arreglarselas para recibir las clases ante el cierre de las escuelas por el coronavirus.
El sacrificio para que estudien es compartido por sus papas, ya que deben despojarase cada uno de su celular todas las mañanas para que ellos reciban sus clases.
Allá en el barrio La Victoria, donde viven en casa de su abuela, Breiman Miguel y Hanna Valentina dicen que no se van a rendir hasta conquistar su sueño de terminar sus estudios. “Colombia nos dio la oportunidad de estudiar y la vamos a aprovechar hasta el final”, dijeron.