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30 años de la tragedia en el cerro El Espartillo
“Era increíble la cantidad de gente que fue a prestar su ayuda, cuando yo llegué, el mismo 17, ya había muchos allí viendo qué hacer”, contó el capitán Agustín Díaz Rodríguez.
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Sábado, 17 de Marzo de 2018

“Cuando llegué al sitio del accidente y vi todo desintegrado, tanto el avión como los pasajeros, fue impactante. Llevaba mi bolsa de polietileno en la mano con todas las ganas de ayudar, pero con una mínima esperanza de encontrar a alguien con vida. Yo me encontré con un vecino de la zona, quien me dijo ‘yo le guío y colaboro en el camino, pero no me pida que meta nada en esa bolsa’. Así hicimos…”, contó el capitán Agustín Díaz Rodríguez, quien desde hace 48 años integra las filas del Cuerpo de Bomberos de Cúcuta. 

Ese jueves 17 de marzo de 1988, hace 33 años, los cientos de civiles, socorristas, bomberos, protección civil, Cruz Roja y lugareños, no pudieron hacer nada. Solo sabían de la noticia del accidente del Boeing HK-1716 de Avianca, pero a todos les tocó aguardar esa noche al pie del cerro El Espartillo. 

“Era increíble la cantidad de gente que fue a prestar su ayuda, cuando yo llegué, el mismo 17 como a las 5 p.m. ya había muchos allí viendo qué hacer”, relató. “Pero ya era muy tarde, y la noche nos iba a agarrar en plena subida, el sargento de la policía que estuvo a cargo, nos dijo que había que esperar hasta el otro día”.

Al día siguiente, a las 4:30 a.m. fue la largada para el batallón de ayudas.

“Hacía muchísimo frío. Era mucha la gente que se unió a ayudar. A las 9 a.m. por fin estábamos en el sitio del accidente, después de cuatro horas de intensa caminata. Es una imagen que no se puede borrar de la mente tan fácilmente”, señaló. “En esa bolsa me tocó echar, de lo que recuerdo, el pie de un hombre que reconocí por lo grande y el cuerpo de una mujer. Bueno, en realidad era el torso, porque no tenía rostro, y otras partes de cuerpos más pequeños. Allí no quedó un cuerpo entero, qué doloroso”, contó el capitán.    

Cuando la bolsa le pesó un poco más de 20 kilos, fue el momento de regresar. “Había ropa esparcida por todo ese cerro, de la misma forma que quedó el avión, y las víctimas”, dijo.

“¿Cómo regresé, y por dónde bajé? No supe. Hoy tampoco lo recuerdo. El señor me decía salte, brinque, y solo veía abismo por un lado y por otro. Se veía pura neblina. Y la bolsa a cuestas. En ocasiones, el vecino sí me ayudó, porque pesaba mucho y como eran tantos precipicios, que él conocía a la perfección, le tocó darme la mano para bajarla”, detalló.

Al pie de El Espartillo estaba el helipuerto improvisado que instalaron las autoridades esperando lo que encontraran los rescatistas y voluntarios.

Detrás del capitán Díaz, todos los socorristas bajaban con la misma realidad: no quedó nada. “El impacto destrozó todo…” Los restos de la aeronave y de los ocupantes estaban esparcidos en un radio de 500 metros.

A José Hernández le tocó ayudar también. No sabía nada de socorrismo, pero recuerda que cuando dijeron que había ocurrido un accidente, él y un par de amigos se fueron hasta el lugar. Las ganas de ayudar le corrían por la sangre. Fue uno de esos que se apareció en la vereda Campo Alicia a ofrecer sus manos. “Recuerdo que los primeros en salir esa madrugada fueron los especialistas, pero luego a todos nos tocó subir. El frío era terrible, y los abismos daban aún más escalofríos. Pero peor fue la escena que uno se encontró en el sitio del accidente. Era un espacio donde se respiraba el dolor, el dolor de ver tantos cuerpos hechos nada. Lo único completo eran algunas ropas, pero de resto todo quedó hecho migajas”, recordó.

Hernández solamente subió en una oportunidad, porque la fatiga y el cansancio le ganaron. 

“Había mucha gente que no era especialista, como yo, ayudando. Cargando bolsas, marcando bolsas, recogiendo identificaciones, apilando pertenencias, buscando algún indicio de vida… Yo tuve que buscar identificaciones, y ayudar a uno que otro socorrista metiendo partes de cuerpos en las bolsas negras”, precisó. “Nada más duro que eso. Ver y sentir cómo, en segundos, esas personas pasaron a ser nada, simplemente piezas que identificar dentro de una gruesa bolsa negra. Hubo gente que lloró al llegar allí, otros a los que la adrenalina solo los hacía moverse buscando y buscando. Yo le pregunté al socorrista que estaba ayudando ¿qué hago? Y él me dijo: empiece por buscar identificaciones mijo, si encuentra alguna parte de algún cuerpo me avisa”, relató.

Cuenta que solo halló un par de ropas y maletas destrozadas, pero que al finalizar la jornada le tocó ponerse guantes y ayudar a meter partes de cuerpos. “Uno se tiene que hacer el fuerte en ese momento. Yo pensaba, ¿por qué me metí en esto? Pero ya estaba en pleno cerro, empecé a agarrar piernas y a meterlas sin miedo. Pensaba en los familiares esperando reconocer a sus seres queridos. Todo lo que se llevara en esas bolsas podía ayudar”, contó. 

Los helicópteros se empezaron a ver en Cúcuta el día siguiente del accidente, ya en la tarde. Entraban al antiguo estadio General Santander cada cierto tiempo.

Manuel Rodríguez, cucuteño, tenía 17 años cuando ocurrió el siniestro, y recuerda claramente cómo él y sus amigos del Instituto Nariño se escapaban a la salida de clases para ver qué pasaba en el estadio. 
 
“La curiosidad nos tocó a mí y cuatro amigos… Todos hablaban del accidente y de los muertos, y como muchacho, al fin queríamos ver qué había en el estadio. Al salir de clases nos acercamos hasta allí, pero había muchos policías, militares por todas partes; aún así logramos colarnos por una de las puertas. Fue impresionante lo que vimos. En la parte de abajo de las graderías tenían puestos en hileras brazos, piernas, manos, torsos, pies. Qué impresión tan fuerte, era mucha la cantidad de restos que tenían allí apilada”, relató Rodríguez.
 
“Al ver eso, todos salimos corriendo, no volvimos al estadio. Pero en esos días, en Cúcuta todos hablaban del accidente del cerro en El Zulia. Al estadio veíamos entrar ataúdes, y entraba y salía gente llorando. Era un caos”, rememoró.  

Difícil fueron las labores de búsqueda. El cerro escarpado tiene casi dos mil metros de altura (6.500 pies). Todo en Cúcuta y en el departamento giraba en torno a la tragedia. 

El capitán de los bomberos recuerda: “Allí vimos cómo en medio de la desgracia, la tragedia y el dolor, el pueblo de Cúcuta y Norte de Santander se unió para superar este accidente. Fue un momento duro, uno de los más difíciles que ha pasado el departamento, pero donde las muestras de solidaridad y respaldo no se hicieron esperar”.

 

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