La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile
Históricos
Cúcuta en 1924 (II)
Observamos una costumbre que fue desapareciendo lentamente de las actividades comerciales de la ciudad.
Authored by
Image
La opinión
La Opinión
Sábado, 4 de Febrero de 2023

Continuando con la reseña de la firma distribuidora de bienes farmacéuticos que se llamaba Zoilo Ruiz A. & CA., no sólo suministraba medicamentos, también tenía una larga lista de productos nutricionales como la Ovomaltina y el Jarabe Astier que se promocionaba como ‘nutritivo, digestivo y reconstituyente’ era el típico ‘medicamento- alimento’ que “… por los glicerofosfatos compuestos y por los demás elementos digestivos, tónicos y alimenticios que lo constituyen, es la medicina ideal en la curación del agotamiento nervioso, la debilidad del cerebro, la neurastenia y el raquitismo, la mala digestión o asimilación de alimentos, diarrea de los niños, impotencia prematura por recargo de trabajos mentales, excesos genitales, etc.” 


Lea: Cúcuta en 1924 (I)


Era como quien dice, la panacea y con un remate adicional: era una medicina patentada y su uso no requería dieta. Eran sus únicos fabricantes, así como lo eran de otro de sus productos más reconocidos, el ‘Alicebral Ruiz Neovita’, y con esta información terminamos el recuento del sector de las farmacias, sin olvidar que también existían, pequeños expendios de medicamentos o menjurjes al interior del mercado cubierto, que atendían, sobre todo, a la población de campesinos que lo visitaban, cuando traían a vender sus productos, ese ‘puesto’ tenía nombre: ‘La Pequeña Farmacia’.

Siguiendo nuestro recorrido por los años 20, observamos una costumbre que fue desapareciendo lentamente de las actividades comerciales de la ciudad, producto de las bonanzas que fueron apareciendo por la afluencia de los compradores extranjeros, los cuales fueron desplazando a los nativos, quienes poco interés despertaba a los comerciantes que a partir de entonces comenzaban a llegar de otras regiones del país. Me refiero a una estrategia que aún se utiliza en algunas ciudades: la venta por ‘clubes’. Por ese tiempo, apenas comenzaba a hacer su aparición en las actividades comerciales, de ello presentamos algunos ejemplos. El señor Pelayo propietario del almacén de calzado La Bota Negra, uno de los más antiguos de la ciudad avisaba a su distinguida clientela que ha resuelto abrir un ‘Club de Calzado’ a partir de mayo de 1925 y que al efecto ha nombrado al señor Arfirio Niño, como recaudador. 

El fotógrafo Julio Acosta Urdaneta, no podía quedarse atrás, máxime cuando los retratos y fotografías que entonces se tomaban eran unas verdaderas obras de arte y como tales no resultaban económicas al bolsillo de los clientes, por esa razón, ofrecía a sus clientes su ‘Club de Ampliaciones’. La promoción era tentadora: “Señor, señora, ¿desea usted tener en la sala de recibo de su hogar un artístico retrato?

La ventaja que tenían esos clubes eran su bajo costo; sólo varios centavos semanales y la posibilidad de salir premiado en los sorteos que se realizaban con la misma frecuencia. En el caso del ‘club de ampliaciones’ del fotógrafo Acosta los clientes que se inscribían en él pagaban treinta centavos semanales.

Ahora bien, no crean que esta modalidad era exclusiva de los pequeños almacenes o comercios. Cuando abrieron su almacén los italianos Ríboli & Abbo que años más tarde daría paso a ese gran almacén de Tito Abbo Jr. & Hno. Ltda. también promocionaron esta modalidad de ventas para sus productos más exclusivos, sobre todo la ropa importada. Lo llamaron el ‘Club de los Pañolones’, que era administrado por don Marco Antonio Bohórquez y dependiendo de la compra la cuota semanal variaba entre diez y cincuenta centavos. Por esos años había en Cúcuta dos grandes negocios o empresas, fuera del Ferrocarril, que era una de las empresas más grandes de Colombia. Una industrial y otra comercial. La primera era la Cervecería Santander que se mantuvo como tal hasta la compra que hiciera de ella el consorcio Bavaria años más tarde. La Cervecería Santander, cuyo edificio aún se conserva por instrucciones que dejara el benefactor para que fuera dedicado exclusivamente a la educación, razón por la cual, a comienzos de los años cin
cuenta fue la primera sede del colegio Calasanz hasta el año 60, luego utilizada como centro universitario por cuenta de la Universidad Francisco de Paula Santander y finalmente ocupado hoy por un Colegio Departamental, como sabemos en la calle trece entre quinta y sexta. 

Esa Cervecería, no solamente elaboraba cervezas, también envasaba bebidas gaseosas que tenían una gran demanda, especialmente por los más jóvenes; se elaboraban a partir de jugos de frutas superiores y con la más rigurosa higiene, para lo cual no emitía recargo alguno pues el agua que en ella se empleaba era hervida primero y depurada luego por medio filtros, explicaban los fabricantes; los sabores ofrecidos era la kola champaña, la limonada gaseosa y la crema soda.

La elaboración de las cervezas estaba a cargo de un ‘competente técnico alemán’ y para ello contaba con un moderno tren de maquinaria y materias primas traídas del exterior. La empresa lanzó al mercado dos tipos de cervezas, una superior y otra popular. La cerveza Pilsen Extra, fue presentada para competir con las extranjeras y aseguraban que era la cerveza que competía con las mejores marcas extranjeras. Aparte, se había decidido lanzar una bebida más suave y que le hiciera competencia, no a otras marcas sino a la popular ‘chicha’, contra la cual el gobierno había emprendido una lucha titánica para erradicarla de las costumbres populares, alegando motivos de higiene y salubridad. Esa bebida era la Cerveza Chivo, una cerveza suave de muy grato sabor, fortificante y curativa de las infecciones del estómago y con un precio que estaba al alcance de todos los recursos, era la información que se difundía por los medios. Además, y aprovechando su infraestructura, uno de los productos más vendidos era el hielo, algo que no se veía en los hogares, salvo unos pocos muy acomodados que tenían refrigeradores importados. 

La casa comercial más importante –y la más antigua- era El Casino. Fundado en 1880, era lo que llamaríamos hoy un centro comercial. No sólo era el ‘mejor establecimiento de la ciudad, como él mismo se anunciaba, pues tenía la única pianola eléctrica ‘para solazar a las personas cultas que lo visitaban’ y sus salones eran amplios y bien ventilados donde se podía disfrutar de juegos como el billar, el dominó y los naipes, sino que además tenía una gallera que se abría únicamente los domingos invitaban al público diciéndole que “…lo visitaran cuanto antes para disipar sus pesares”. Allí también funcionaba en un gran local una sección para la venta de rancho, licores y confitería de las mejores marcas francesas e italianas y también esencias inglesas para la fabricación de bebidas gaseosas, que ellos mismos elaboraban siguiendo un higiénico proceso utilizando aguas cuidadosamente purificadas con filtros Pasteur. 

Así terminamos nuestro recorrido por la Cúcuta de mediados del decenio de los veinte.

Redacción
Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com

Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en: http://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion  

Temas del Día