En 1948, Teodoro Gutiérrez Calderón le dedicó una de sus columnas periodísticas del diario Comentarios a un grupo de músicos, que aunque no todos eran oriundos de la región, tuvieron afinidad y vínculos con ella.
Teo, como cariñosamente le decían sus amistades, era un hombre público que había obtenido su título de abogado en la Universidad Nacional y desempeñado una variedad de cargos tanto del sector público como privado.
Aunque su verdadera pasión era la docencia, otras actividades culturales no le fueron extrañas, pues se distinguió en casi todas las demás artes, como la poesía, la historia, la literatura y otra menos conocida, como la que narra en una de sus columnas que a continuación les transcribo: la música.
He indagado en algunas biografías que he logrado encontrar, para conocer sobre este rasgo de su personalidad musical pero la verdad es que poco he logrado, así que veamos lo que escribía el maestro Gutiérrez Calderón sobre estos músicos a quienes se refirió en su columna como ‘Gentes del Teclado’. Presenta el maestro Teo, cinco personajes que influyeron, según su parecer, en su cultura musical y en la del pueblo de sus afectos. He aquí quienes son:
“1… Jesús Álvarez Salas, vivía en la carrera 14 a pocos pasos del Parque de los Mártires en Bogotá, en una hermosa mansión, en donde solían reunirse por aquellos años de mi vida universitaria, los Cuervo Márquez, el poeta Diego Uribe, la diva Emilia Cuervo y otros valores intelectuales y artísticos. Álvarez Salas era un maestro de la ejecución pianística. De sus manos oí las mejores obras escritas para el instrumento de Beethoven y Chopin. Álvarez Salas tenía un perro sensible al sonido. Cuando se tocaba algo en tono menor, se ponía a aullar como un desconsolado, y al pasar a un tono mayor, parecía sonreír de contento. Un tranvía lo aplastó una tarde bajo sus ruedas y yo le escribí un canto bajo el nombre de uno de los libros del uruguayo Soiza Reilly: ‘El Alma de los Perros’.
2. Mi paisana Lucía Pérez; fue el maestro Tomás Carrasquilla quien me llevó a escuchar a esta sacerdotisa del teclado. ‘Tu paisana parece un hombre sobre el piano’, me dijo el autor de Entrañas de un Niño. Lucía nos dijo que su maestro preferido era el divino sordo, autor de Claro de Luna. Por exigencia de Carrasquilla, nos tocó su tocaya Lucía de Lammermoor.
Una tarde Lucía me exigió que tocara algo mío; con el rubor que el caso requería, le toqué mi marcha Guerra Europea, compuesta con motivo de la guerra mundial y que empieza con toques de corneta, que el esteta del arte de Saúl Luna Gómez me elogiaba confidencialmente. Lucía tomó un pedazo de papel y un lápiz y me exigió que volviera a tocar la marcha. Cuando terminó, la ilustre profesora y artista tenía copiada toda la melodía de las tres partes, se sentó al piano y me la tocó magistralmente. Yo quedé maravillado de aquella mujer que más tarde fue a doctorarse en París y años después fue directora del Conservatorio Nacional. Lucía es un orgullo y una gloria del arte musical de Colombia.
3. Fausto Pérez, es hermano de Lucía y con ella, Rita y José Pérez, residente en Caracas, pertenecen al nidal de ruiseñores del maestro Celso Pérez. Es un maestro y un artista del piano, y sobre todo un compositor inspirado. En una película argentina sobre temas marinos, oí tocar una marcha suya que muchas veces se ejecutó en las partidas de futbol cucuteñas, por allá en 1921. Su pasillo Que lo sirvan, es inigualable. Es director de nuestra Escuela de Música desde su fundación y como pianista de orquesta tiene poco paralelo. Para la ciudad universitaria del Táchira, que ha visitado varias veces, es un ídolo. Su temperamento alegre y gracioso hace fluir sobre su palabra y sus ademanes toda la atención de sus contertulios. Cuando Fausto muera, Cúcuta quedará huérfana de muchos tesoros del arte.
4 El negro Cipriano Colón, a quien Cúcuta conoce, es un venezolano laureado en varios concursos. La última vez nos encontramos en San Cristóbal, en 1945. Durmió en mi casa dos meses. Deambulábamos por los cafés y a veces nos refugiábamos en los salones del Hotel Royal, frente a la Plaza de Bolívar a gozar del arte y de los calumniados filtros de Baco, en horas felices de que no saben los bárbaros.
En casa de los artistas Cubillos, de la encantadora Evelia, directora de la Escuela de Música del Táchira, pasamos horas inolvidables que nunca volverán. El maestro caraqueño Cipriano Colón, a quien estoy mirando ebrio del ‘bon vino de Berceo’ por las faldas del Ávila, es un negro que tiene el alma blanca. Cuando sepa su muerte, le haré un canto más hondo y más humano que las páginas que dejé escritas en el libro de sus memorias. ¿Es un delito embriagarse? ¡Embriaguémonos –decía Beaudelaire- de vino, de amor! De poesía pero embriaguémonos! “Más que los manjares, más que el amor, más que el dinero le gustan los diabólicos deleites de Verlaine y de Poe al maestro Colón. Pero sobre el teclado es un niño genial, que bien pudo haber inspirado el precioso romance de Andrés Eloy Blanco: Píntame angelitos negros.
5. Emilio Murillo, era un potro de nácar sobre la dentadura de ébano y nieve del piano. Lo conocí en el café Riche, en el atrio de la Catedral Primada de Bogotá, una noche de farra. Yo tocaba una polca suya, creo que se llamaba Bavaria. Sin saber quién era, se me acercó y me la hizo repetir tres veces, en gracia de unos adornos que le puse de mi caletre porque yo soy músico de oído. Me aplaudió, me brindó. Al mirarlo bajo su ruana sabanera, con ese corpacho y ese sombrero alón, me dije: ‘este de ser algún hacendado. Bebámonoslo’, le dije a Eduardo Castillo y a Efraín de la Cruz.
´Bebérnoslo no es difícil, porque es un gran anfitrión, dijo el poeta de las narices de Cyrano, pero oigámoslo primero’.
Echándose la ruana sobre el hombro, dijo el feliz apóstol de la música nacional: ‘pues esa polca es mía’, voy a tocársela. Me caí de para atrás y no volví a sentarme al piano en toda la noche.
Al otro día, Murillo me invitó a un piquete y me brindó su célebre cerveza ‘Rosa Blanca’.
Redacción Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com