Quiero iniciar esta crónica recordando un desafortunado incidente ocurrido, en la ciudad, hace 50 años. Representó para mí un duro golpe, tanto por la ocurrencia de los actos de barbarie que se manifestaron en esa ocasión como por la cercanía con la víctima y su familia, con la que estuvimos, mi familia y yo, relacionados desde su llegada al país.
Por tratarse de un episodio que convulsionó los cimientos de la sociedad local intentaré aferrarme lo más posible a la realidad, basado en todas las evidencias que fueron recopiladas después de los hechos, incluyendo algunos testimonios de personas que conocieron los pormenores de tan lamentable situación.
Empezaré por narrar los hechos históricos y biográficos del personaje, comenzando por el recuento desde sus primeros pasos hasta su desdichado fallecimiento. Nuestro personaje de hoy es el recordado gerente del hotel Tonchalá, cuyo cruel deceso ocurrió el 16 de mayo de 1972. Para mí, personalmente, el impacto fue mayor toda vez que despertaba ese día, después de los festejos por la conmemoración de mi cumpleaños 25. Puedo decir que el alboroto en la casa de mi familia fue mayor debido a la cercana amistad que mi padre tenía con él y su familia, ya que habían sido compañeros de trabajo en el hotel Nutibara de Medellín desde la llegada de ambos a esa notable institución.
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Su nombre completo era Friederich Maria Wollner; para sus amigos y conocidos cercanos simplemente Fredy Wollner. Había nacido en Viena, el 21 de julio de 1925, hijo único de Ana Antonia Maria Heller y Sieghardt Wollner, judío él y católica ella. La historia de su vida fue interesante desde ese mismo día, según los relatos que les narraré a continuación.
Al parecer el matrimonio no prosperó, pues se divorciaron a los pocos meses del nacimiento de su único hijo. El rabinato de Viena aprobó el divorcio y de paso obligó a su padre Sieghardt a pagarle una manutención de 30 Schillinges mensuales, la moneda austriaca de la época. Después de la separación, Fredy fue bautizado y educado en el rito católico romano, hecho que en el futuro le resguardaría de las atrocidades de la guerra. Por otro lado, su padre dejó de cumplir con sus obligaciones que hoy conocemos como la cuota alimentaria y simplemente desapareció. Este último dato es muy importante en la vida de Fredy ya que más adelante por esos azares de la vida volverían a encontrarse.
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A los 14 años comenzó su carrera profesional en el Grand Hotel de Viena, escalando posiciones por su talento y dotes de gente, desde ‘botones’ hasta ‘jefe de rango’. Durante la guerra, continuó sus labores en el Grand Hotel hasta la llegada de los aliados, compaginando trabajo con estudios contables y de gestión hotelera hasta septiembre de 1945; al mes siguiente fue vinculado a la oficina de guerra del Comisionado de las fuerzas Armadas Británicas como ordenanza del general Montgomery y pasado el tiempo, en 1948, se vinculó como secretario de administración del hotel Beau Rivage en Lausanne, Suiza, donde conoció a la mujer que sería su esposa, también trabajadora en el mismo hotel, Marguerite Lydia Woehrel. Cuatro años más tarde, decidió tomar nuevos rumbos y dejando atrás a toda su familia, madre, abuela y a su querida Marguerite, dejando su corazón roto pero lleno de esperanzas, para enrumbarse a las Américas, su destino soñado.
El 15 de diciembre avistó por primera vez las playas de Puerto Cabello, después Maracaibo y a tierra desconocida, Colombia, según él mismo les contó años más tarde a sus hijos. A Medellín llegó vía Cartagena, en uno de los DC3 de Avianca el 21 de diciembre de 1951 con lo cual se da el comienzo de su vida en el país.
El primer cargo desempeñado en el hotel Nutibara fue de Jefe de Recepción, en el cual estuvo hasta febrero de 1953. Entretanto, su novia viajó hasta Medellín para reencontrarse y casarse el 2 de agosto de 1952, ceremonia que se cumplió con todos los protocolos del momento en la emblemática basílica de Nuestra Señora de la Candelaria de la capital de la montaña.
Esta inesperada condición llevó a don Federico, como era llamado en su ambiente laboral, a negociar un nuevo capítulo de su vida, toda vez que el salario hasta ese momento no satisfacía sus aspiraciones personales y menos las de su naciente familia, razón por la cual la administración del hotel le ofreció el puesto de Maître D’Hotel del recientemente inaugurado Grill del hotel, una moderna instalación para la celebración de los eventos sociales más distinguidos de la alta sociedad paisa, en el cual se encontró con Esteban Raynaud, quien había sido contratado como chef para su apertura oficial a comienzos de 1952.
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A partir de entonces comenzó una larga amistad que trascendió la geografía nacional hasta que volvieron a encontrarse en Cúcuta en 1961 cuando asumió la gerencia del hotel Tonchalá.
Pero regresemos a Medellín. Allí estuvo 8 años gestionando las operaciones del Grill, además de emprender, en compañía de su esposa, algunos negocios particulares entre los que se destacaron representaciones comerciales de compañías europeas, como productos de belleza, entre ellas cremas faciales como la conocida Crema Nivea. Mientras esto sucedía, como buen europeo, extrañaba los sabores y el ambiente en el cual había crecido, razón de más para buscar contactos en la ciudad que le permitieran conocer otros paisanos y recordar situaciones del pasado.
En una época donde la información no estaba disponible como hoy y después de mucho preguntar, encontró un restaurante de especialidades austriacas al cual asistió presuroso. Al frente del negocio encontró a un paisano con quien entabló conversación en su lengua materna y luego de varias horas, frases van y frases vienen y lugares y situaciones comunes, se sorprendió al saber que su contertulio no era otro que don Sighardt, su padre que lo había abandonado recién nacido. Inmediatamente abandonó el lugar regresando a su hogar y explicándole a su familia lo sucedido.
Y las vueltas que da la vida, tiempo más tarde, don Sighardt se apareció por el Nutibara con una carta y una fotografía suya solicitándole ayuda y dinero, pues había fracasado en su negocio; don Federico, consciente como era de la situación, lo acompañó a la puerta principal, agradeció su visita, extendió su mano y le dijo: “…nos abandonaste a mi madre y a mí en Viena; no te daré un céntimo, desaparece de mi vista y hasta nunca jamás”. Con ello demuestra su severa y férrea personalidad que lo caracterizó durante toda su vida y que al final le resultó infausta.
Continuará en la próxima entrega.
Redacción
Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com
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