El título de esta crónica corresponde a una de las columnas más leídas que el periódico HOY publicaba en el decenio de los cincuenta, cuando circulaba profusamente en la ciudad. No era una columna de opinión sino un breve resumen de algunas noticias de interés sucedidas recientemente en la ciudad acompañada de comentarios que elevaban el nivel de interés de los lectores. Esta clase de publicaciones era de uso corriente en los años de mediados del siglo pasado y por esta razón, la encontramos en la mayoría de los diarios de la época, lo que constituye una fuente inapreciable de información que estaremos retransmitiendo a quienes leen estás líneas.
Veamos algunas de las notas publicadas en febrero de 1950.
Cúcuta, ciudad sin diversiones. Se lee en esta nota lo siguiente, para ser fieles a lo escrito por el autor que firmaba con el pseudónimo de Forastero: ”…oyendo la radio de la alegre ciudad porteña de Barranquilla y por la prensa, todos sabemos que se acercan las tradicionales festividades del Carnaval, esas espléndidas fiestas que cubren los departamentos de Bolívar Atlántico y Magdalena. Quienes hemos asistido en algunas ocasiones a estas expansiones del espíritu y nos hemos contagiado con esa alegría que nos palpita por dentro y se manifiesta en los disfraces, en los alegres cantares de esas tierras, en esas caras pintadas y en esas morenas esculturales de cimbreantes talles; caras alegres que nos sonríen a través de un antifaz envueltas en serpentinas y bañadas de confeti, palpamos que la pegajosa música del porro y de la cumbia nos hace danzar hasta el amanecer. Recordamos con nostalgia esos tiempos y quisiéramos que esas festividades se extendieran por todo el país, pero para desventura no es así. Por
estas tierras no se sabe gozar; hay que ir a cualquier puerto sobre el río Magdalena en fiestas de carnaval y darse cuenta de cómo es posible la unión y cómo se contagia de alegría y de buen humor el más ‘pasmao’ como dicen por allá de los mortales del interior que visitan esos lugares. Algunas regiones del país tiene al menos sus fiestas y regocijos populares en diversas fechas del año. Unas en diciembre, otras en enero o febrero, pero todos esperan esos días para echarse su ‘cana al aire’; organizan sus reinados y remedan en algo esas regias fiestas de carnaval.
Aquí sólo transcurren los 365 días del año en el más completo adormecimiento. En Nochebuena y Año Nuevo, las tradicionales fechas se celebran como en todas partes, en el hogar o en el club. Luego la ciudad se suma en ese marasmo y tedio y aburrimiento durante todo el año. De allí el carácter huraño y hosco que se advierte en la mayoría de las gentes, esa falta de amistad y de camaradería, lo contrario de lo que se ve en otras regiones del país, porque nadie negará que estas fiestas de las que trato en este escrito, infunden en las gentes optimismo alegría. Hay que inyectarle al pueblo estas cosas y veremos que la vida se nos hace más llevadera y agradable. ¿Quiénes intervienen directamente para hacer estas cosas posibles? La autoridad primeramente. Luego los ciudadanos que integren la Junta de festejos, respaldados por las mismas autoridades. Eso es muy fácil de llevar a cabo y sólo se requiere la buena voluntad y cooperación de todos. Ojalá que aquí se llegara a organizar y se hiciera tradicional una tempor
ada, aunque corta de fiestas populares ya fuera en diciembre, enero o para los días de carnaval, estas demostraciones adornan los pueblos y ciudades y los hacen agradables a todos y atraen gran cantidad de gentes de otras partes. Organizar conjunto de disfraces y concurso de los mismos con premios a los mejores. Bailes populares de disfraz, mucha pólvora y una gran dosis de alegría. Los ciudadanos que integren la junta deberán ser de buenas iniciativas, luego el comercio daría su generoso aporte y el Gobierno Departamental por su parte contribuiría con su óbolo, como se hace en otras partes. Hay que alegrar la gente y esperar estas fiestas con entusiasmo. ¿Se podría hacer esto aquí? Creo que sí. Vale la pena pues, hacer la prueba y estoy seguro de que sus resultados serían muy buenos. Está lanzada la iniciativa”.
Es posible que esta propuesta haya tenido alguna acogida entre los personajes que consideraron posible aplicarla y de hecho, las fiestas julianas venían desarrollándose desde hacía varios años pero no de la forma como lo palntae el autor de la nota, toda vez que éstas eran mucho más ‘culturales’; no se trataba de bailes populares ni de disfraces y parrandas sino de programas literarios y de música culta particularmente. Años más tarde, cuando un grupo de ciudadanos, entre los que estaba el popular ‘Trompoloco’, se dio a la tarea de programar unas festividades semejantes a las del carnaval, con reinados, corridas, juegos y otros muchos etcéteras, el padre Jordán se vino lanza en ristre contra los miembros de esa junta de festejos, al punto que los excomulgó y a duras penas pudieron convencerlo que su intención era una sana diversión para el pueblo y no las diabluras que pretendía se iban a realizar durante ellas.
Como las colaboraciones eran de todo tipo, se aceptaban escritos , al parecer, debidamente firmados pero con pseudónimos, tal vez para evitar censuras que eran frecuentes en ese tiempo pero también para evitar identificar a quienes tenían la osadía de criticar a cualquiera que hubiera cometido faltas o desafueros; leamos a continuación una petición que le hacían a las autoridades municipales sobre un tema público de gran trascendencia para la época.
Que se acondicionen los teatros.
Corrían los años de mitad del siglo pasado y las actividades recreativas eran muy pocas en comparación con la población que cada día crecía y necesitaba alternativas de ocio. Los pocos teatros que ofrecían sus servicios a la ciudadanía, tenían como es de suponer, las limitaciones propias del momento y de ahí la razón de esta justa crítica: “…consideramos de vital importancia que las autoridades competentes intervengan en el sentido de ordenar el acondicionamiento de los teatros de la localidad, pues a diario se registra la anomalía de que un numeroso público se congrega en los lugares destinados al ‘recreamiento’ de los cineastas locales teniendo que soportar las muchas incomodidades que se le proporcionan ocasionado por el exceso de público sin que haya siquiera un servicio de ventiladores en funcionamiento que logre aplacar esta irregularidad. Es justiciero, por decir lo menos, que a un público que paga lo suficiente por ver un espectáculo se le proporcione siquiera el logro de verlo cómodamente, ya que la
explotación económica que se ha venido ejerciendo durante tanto tiempo, merece una retribución, siquiera por el buen nombre de la ciudad. Esperamos que esta iniciativa tenga acogida en las esferas oficiales y que se deje ver su intervención en beneficio del público y de la ciudad”.
Redacción Gerardo Raynaud D.| gerard.raynaud@gmail.com