Antaño era complicado establecer relaciones de pareja, dadas las dificultades derivadas de las costumbres, especialmente atribuidas a las normas religiosas y culturales que regían en épocas antiguas, razón por las cuales, el solterismo constituía un verdadero problema particularmente para las naciones que recién comenzaban su vida republicana y que requerían de una población activa que generara prosperidad y riqueza.
Hace algún tiempo, hice alusión a una noticia que llamó la atención en el país, no solo por su contenido sino por lo inusual de la propuesta que le fue presentada al congreso de la república. Era la época de la segunda posguerra y era entonces preocupante la escasa población, tanto en el mundo entero como en el país, más teniendo en cuenta que con los conflictos guerreros, se elevaba la proporción de mortalidad, lo cual tendía a agravar el problema. Por esta y otras razones, algunos distinguidos miembros del parlamento colombiano, decidieron presentar una innovadora iniciativa, una más de las muchas que se han presentado desde que éste fue instalado formalmente, una vez se logró la plena independencia.
Algunos lo llamaron un “atrevido proyecto” e instaron al excelentísimo Señor Presidente, para que en un acto de patriotismo y con el afán de terminar con las cosas poco cómodas para la nación, rechazara este proyecto, pues en un interés inmoderado por implantar medidas, a las que casi siempre se procura consagrar con el nombre de episodios civilizados, se cometen frecuentes actos absurdos y en la mayoría de las veces, erróneos. Tal fue lo sucedido con el proyecto de Ley de Impuesto al Solterismo. Lanza en ristre se fueron representantes de la sociedad para quienes argumentaban que “formar un hogar para el soltero, en edad y condiciones económicas de hacerlo, es pagar un justo tributo a Dios y a la naturaleza, para una finalidad lícita y noble. Pero nunca debe llegarse al elevado acto de formación de la familia por la presión de una ley, ley extraña completamente a los factores que determinan la felicidad del hogar.” A pesar de todo y como sucede en casos como éste, el proyecto no dejó de tener sus adeptos, pues había quienes consideraban que sí debía imponerse un tributo a los solterones que tuvieran un capital superior a los veinte mil pesos, pues eso es natural, decían, porque los que disponen de todos los medios económicos deben formar su hogar, aumentar la raza y de esta forma no emplear su dinero en corromper la juventud. Esta postura estuvo de moda por esos días, a raíz de la publicación del libro “Revelaciones de un Juez” escrito por Antonio José León Rey, en el cual narraba cómo algunos ricos empleaban su dinero en acciones deshonestas, que involucraban menores. Los adversarios, apoyados en la jurisprudencia, argüían que cuando las leyes no se acomodaban a las costumbres de los pueblos, no había obligación de cumplirlas. El hecho es que el proyecto, al parecer, no tuvo la acogida esperada y pasó a mejor vida antes de lo esperado.
Sin embargo, en los años precedentes a la presentación de tan curioso proyecto legislativo, el problema del ‘solterismo’ había sido estudiado con cierto rigor y sus conclusiones publicadas para conocimiento de los integrantes de una sociedad que urgía solución al problema, claro está, que el estudio que a continuación expondremos, analiza el entorno y las condiciones existentes a comienzos del siglo pasado, por lo tanto, visto en el actual contexto, los principales argumentos citados son claramente diferentes a los actuales y a la vez muestra la evolución que ha sufrido el dilema de tener o no pareja.
“[…] es un hecho científicamente comprobado que la afición del hombre por la mujer ha ido disminuyendo con el transcurso de los siglos. En la edad prehistórica, el hombre salía con un lazo llanero a cazar una mujer. Poco después, el hombre compraba la mujer o la cambiaba por una yunta de animales domésticos. En los tiempos modernos, era costumbre pedir a la mujer, actualmente las dan y con plata encima.
La humanidad ha sido muy injusta con la mujer. El hombre estudia, lucha, trabaja y transpira, pero se gana la vida. El matrimonio es el único medio con el cual la mujer puede ganarse la vida. El hombre se casa con quien quiere y la mujer con quien puede. La instrucción de la mujer, sobre todo la particular, no tiene otro fin que preparar a la mujer para la conquista del hombre. se le enseña … a tocar el piano, a bordar, a declamar, a cantar, a copiar acuarelas, a sonreír, a bajar los ojos y a abandonar la mano; pero no se la enseña a trabajar. Cuando llega a los veinticinco años ‘convictos y confesos’ entonces comienzan a disminuir las probabilidades de ‘atrapar’ al hombre. Paralelamente aumenta la vocación del misticismo.
Cuando ha llegado a los treinta y cinco, la mujer que no es madre ni esposa, ocupa su tiempo en alguna o en todas estas formas: asistencia a las misas, a los matrimonios, a los catecismos, al arreglo de los altares, al mes de María, a la novena o al rosario.
En los ratos desocupados conversa con el loro o lee la ‘Vida Social’ de los periódicos. Está al día en todos los matrimonios de la vecindad y lleva una estadística completa de la fecha de cada casamiento y del día de nacimiento correspondiente.
Además sostiene que odia al hombre y que no se casó porque no quiso. Por esa época ya se ha concluido la metamorfosis pues la mujer ha pasado la fase de ‘niña casadera’.
El ‘solterismo’ es un problema más grave que el maximalismo, el alcoholismo y el militarismo; es el más delicado y el más trascendental de los problemas sociales. Actualmente nuestras solteras se dedican al zoologismo y al misticismo. Desgraciados de nosotros los hombres del día que les dé por el feminismo y el sufraguismo; pero como hay más mujeres que hombres y más solteronas que hombres electores, ellas conseguirán el poder y dictarán las leyes, de las cuales la primera será la del ‘matrimonio obligatorio’.
Está claro que la anterior tragicómica narración, solo pretendía mostrar jocosamente algunos de los escenarios que se vivían en los pueblos del país, donde el poder de la religión se imponía sin derecho de controversia y con riesgo de condena perpetua.
Gerardo Raynaud D.
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