Gerardo Raynaud D.
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Utilizo la moderna terminología, prestada de la informática, para significar el paso siguiente al primer evento sucedido con el mismo nombre. Tanto me ha llamado la atención el escaso conocimiento de la historia local y regional por parte de los habitantes de la ciudad, que me sentí motivado a promover su divulgación a través del diario local, del cual tengo el mayor de los agradecimientos y gratitud. Muchas de mis crónicas tratan de recordar los hechos ocurridos en un pasado más o menos reciente, con lo cual se busca que no caigan en el olvido situaciones que merecen ser recordadas para evitar, especialmente, que aciagos acontecimientos vuelvan a repetirse. Ejemplo del desconocimiento de la historia reciente fue la imperdonable cita del alcalde Yáñez, el pasado Día de la Madre, cuando aludió que la razón de la celebración en día diferente al resto del país y de casi todo el mundo, se dio por la demora en los suministros a los grandes almacenes de la época, de los regalos que se traían del exterior por la vía del Lago de Maracaibo y que llegaban a la ciudad en el Ferrocarril de Cúcuta. Recomiendo, para mayor ilustración, la lectura de la crónica “El primer Día de la Madre en Cúcuta”, publicado en La Opinión hace algún tiempo.
Pues bien, motivado por un video que circula en redes sociales sobre la cuarentena o el encierro, en el cual se presentan casos de lo anterior y se dan las motivaciones que contribuyeron a superar esas situaciones, no mencionan las similares circunstancias sucedidas en la ciudad, durante la Guerra de los Mil días. En esta crónica vamos a ilustrar el primer caso de aislamiento sucedido en la ciudad, como antecedente a la toma de decisiones que se han dado, con ocasión de la crisis generada por expansión del virus causante de la COVID-19. En primera instancia es necesario aclarar que el término correcto para la situación actual es ‘aislamiento’ y de ninguna manera se deben emplear términos como “cuarentena” o “confinamiento”, que reflejan procesos diferentes.
Veamos lo sucedido a comienzos del siglo, para comprender el desarrollo de los acontecimientos. Las disputas políticas entre los partidarios de los dos partidos tradicionales, ambos fracturados por motivaciones ideológicas que se hicieron evidentes después la promulgación de la constitución de 1886, fueron progresando al punto que las diferencias unidas a la crisis económica, contribuyeron al descontento generalizado de la población, desencadenando el estallido de la guerra.
La Guerra de los Tres Años, como inicialmente se le denominó, duró un poco más de mil cien días y aunque el llamado al alzamiento en armas se hizo a nivel nacional, la mayor parte de las acciones bélicas se desarrollaron en los departamentos del nordeste del país, particularmente en el Departamento de Santander, cuando aún no se había establecido la separación de nuestro departamento, hecho que ocurrió pocos años luego de la terminación del conflicto, en 1910.
La población de todo el departamento era para esa época alrededor de quinientos mil habitantes, siendo la principal población la ciudad de Pamplona, y Cúcuta apenas se reponía del desastre ocasionado por el terremoto que la sacudió en 1875. Ideológicamente la población y los dirigentes cucuteños se identificaban con los postulados liberales, posición que los distanciaba de las políticas nacionales emprendidas por el gobierno nacional de clara tendencia conservadora. Así pues, iniciada la contienda, las fuerzas gobiernistas que salieron victoriosas de sus dos primeras cruentas batallas en Palonegro y Peralonso, se dirigieron a la conquista de la ciudad fronteriza más importante del momento. Encargado de la defensa de la ciudad, el general Benjamín Ruiz, al mando de un ejército de 600 hombres mal equipados, fincaba sus esperanzas en la ayuda de sus vecinos venezolanos, de quienes, a fin de cuentas, logró obtener algunos rifles ‘Mannlicher’ y otros armamentos que le garantizaban un mínimo de seguridad. Para prot
egerse de la invasión, el comandante de la plaza buscó la fórmula para resistir un asedio prolongado del enemigo y para ello construyó una serie de trincheras, dos cuadras alrededor del parque principal, que le garantizaban un seguro en caso de asalto. Para el 11 de junio de 1900, estas trincheras fueron terminadas y entregadas a la tropa, y con ello el cierre definitivo de la ciudad. Previo al cierre, se les entregó un salvoconducto a las familias de filiación liberal para que abandonaran la ciudad. Esta caravana de ‘migrantes’ se dirigió a la vecina población de San Antonio donde fueron acogidos, la mayoría por sus familiares que allí residían. A las familias de identidad política diferente, se les negaba la salida y fueron las que sufrieron las consecuencias del asedio.
En otra desafortunada decisión, el general Ruiz ordenó la detención, en calidad de rehenes, de las señoras cercanas al gobierno, que vivieran dentro o fuera del perímetro de las trincheras y recluidas en ‘casas honorables’. No se les permitió llevar nada consigo y sólo al día siguiente pudieron llevar sus prendas y enseres de uso personal y algunos alimentos.
Al día siguiente, seis mil soldados iniciaron el asalto por el sur y las casas que habían quedado fuera del perímetro de las trincheras fueron ocupadas por la tropa. La artillería fue colocada en el sito más elevado de la ciudad, en la ‘Piedra del Galembo’, sitio ubicado donde hoy es la intersección de la calle 17 con novena y desde allí bombardeaban la torre de la iglesia de San José y el fortín de la avenida sexta con trece.
Transcurrido casi un mes del sitio los pobladores que aún quedaban, comenzaron a sufrir las consecuencias del bloqueo. Se hicieron manifiestas enfermedades como el tifo, la disentería y la viruela, incluso se solicitó al general González Valencia, cortar el suministro de agua para acelerar la rendición, petición a la cual se negó rotundamente. A pesar de todas las dificultades que se le presentaban al defensor de la ciudad, éste se negaba tercamente a rendirse y tuvo que producirse el ataque a sangre y fuego que finalmente doblegara la voluntad y las fuerzas de los protectores el 13 de julio, con los terribles resultados de víctimas que se presentaron en ambos bandos. La ofensiva que duró dos días terminó con los 35 que duró el aislamiento.
Con este recuento de lo sucedido hace 120 años y comparado con la situación que hoy vivimos, de un cerco epidemiológico que nos permite satisfacer sin mayores restricciones, nuestras necesidades, deberíamos considerarnos más que afortunados; bienaventurados y agradecidos.