En los primeros años del siglo pasado, las persecuciones políticas en ambos países de nuestra frontera común eran más frecuentes de lo usual pero servía para que los martirizados políticos se asilaran en las naciones vecinas, donde seguían realizando sus labores proselitistas, con el fin de retornar a sus respectivos lugares de origen, por lo general, con el uso de la fuerza o de las armas.
Tanto colombianos, pero más los venezolanos, eran perseguidos por sus respectivos gobiernos, que buscaban las fórmulas para eliminarlos de las escenas políticas, por sus ideologías que consideraban contrarias y perjudiciales a sus intereses y a los del país.
En los años finales del siglo XIX y primeros del XX se produce una gran agitación política en Venezuela por la imposición del candidato del presidente Crespo, quien a la postre resultó elegido.
Los principales opositores del presidente Crespo, en su mayoría oriundos del estado Táchira, fronterizo con Colombia, se habían exiliado en el país, lo que les permitía mantener contacto fácil y directo con sus seguidores.
Al asumir sus funciones presidenciales el nuevo gobernante, Ignacio Andrade, tuvo que enfrentar una difícil situación, pues la fuerzas políticas que venían oponiéndose al gobierno, cada día tomaban más ímpetu, especialmente en la zona andina del país, donde estaban los más aguerridos militares, entre los que se mencionan Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, dos hombres tan diferentes en temperamento, técnicas e intenciones, pero que se entendían a las mil maravillas, amistad que llevaría a ambos a la presidencia de su país.
De esta camaradería nació la campaña militar conocida como la Revolución Liberal Restauradora o revolución de mayo de 1899 o la “Invasión de los 60”, por ser aquel el número de hombres que cruzaron el río Táchira al mando del general Cipriano Castro con la finalidad de derrocar el gobierno del presidente Ignacio Andrade.
Hasta aquí lo que cuenta la historia oficial; sin embargo, en esta crónica les contaré los antecedentes que rodearon esta aventura, la que se inició como reza el título, en la vecina población de la Donjuana, por tratarse de un sitio equidistante entre Pamplona y Cúcuta, lugares donde pasaban sus respectivos exilios la mayoría de los protagonistas de esta aventura.
Lo novedoso de esta crónica, es que en la historia venezolana no existe reseña documental sobre este hecho, posiblemente por tratarse de un acto que tenía claros visos insurgentes, que no eran convenientes dar a conocer o divulgar.
Los protagonistas eran ellos, el doctor Rangel Garbiras y el general Cipriano Castro, el primero en Pamplona y el general Castro, en su hacienda Bella Vista en la capital nortesantandereana. Ambos líderes que buscaban unificar sus respectivos núcleos políticos y acordar la jefatura del movimiento en proyecto, la cual no habían logrado concertar.
La reunión se desarrolló en una rústica casona de estilo colonial criollo, en donde los dos grupos asistentes mantuvieron conversaciones durante todo el día y que además, debían constituir el Comité Revolucionario del Táchira, que uniría sus fuerzas a los comités ya constituidos en Caracas y en Curazao. Esta reunión que se llamó Conferencia de la Donjuana fue promovida por el doctor Samuel E.
Niño quien le sugirió al general Castro una alianza con Rangel Garbiras y sus partidarios, quienes integraban un núcleo fuerte y numeroso cuyos principales elementos se hallaban asilados en Colombia debido al fracaso de su asonada contra el gobierno del Táchira, en esos días comandado por el general Juan Pablo Peñalosa.
Rangel Garbiras llegó acompañado por sus amigos Eliseo Vivas Pérez y Sebastián Mantilla, y el general Castro en compañía del general Juan Vicente Gómez y los señores Samuel Niño, Tomás Contreras y Francisco Michelena. Después del saludo preliminar y de las presentaciones a que hubo lugar, los principales jefes entraron en materia, no sin que antes mediara un silencio enojoso que el doctor Vivas rompió para recordar, como si todos lo hubiesen olvidado, el objeto de la reunión.
El doctor Rangel manifestó que llevaba un proyecto escrito, el cual extrajo de su bolsillo y le dio lectura; en él proponía la fusión de ambos núcleos, conservando él la jefatura como el más antiguo jefe reconocido y el general Castro el segundo puesto, aunque con facultades para dirigir operaciones.
Ante esta propuesta el general Castro replicó, con toda razón, que eso equivalía a dos jefaturas, lo que era inadmisible en términos de operaciones militares, recordándole a Rangel el fracaso ocurrido en la operación contra Peñalosa que como resultado se perdió todo el avance logrado hasta entonces. Algunas propuestas, lanzadas en medio de la discusión, fingió Castro aceptar, sin duda porque le resultaba lo mismo aceptar o negar, toda vez que no lograría alcanzar lo deseado que no era otra cosa que la jefatura única.
Más adelante el doctor Rangel sugirió la conveniencia de nombrar comisiones que se encargaran de arbitrar los recursos para el movimiento, lo que dio pie a Castro para convencerse que Rangel no tenía nada preparado. Ante este hecho, Castro se levantó y casi que en señal de despedida le preguntó a Rangel; bueno doctor, si usted tiene la fortuna de obtener los recursos para una invasión, cuente conmigo y mi gente ¿puede usted prometerme lo mismo si soy yo quien puede lanzarse primero?
El doctor respondió afirmativamente y esto fue lo único preciso y firme que se derivó de toda esta reunión. El general Castro no prometió nada porque sabía que Rangel nada podía hacer por lo pronto, en cambio para él valía mucho la promesa de Rangel porque ya tenía hechos los preparativos para lanzarse a la aventura y lo cierto es que muchos de los partidarios de Rangel respondieron al grito insurgente de Castro creyendo que él se había comprometido de lleno con esta acción.
Lo que sucedió a continuación nos lo narra la historia, puesto que después de unas arduas batallas realizadas en su correría hasta la capital venezolana, Castró logró derrocar a Andrade y asumir la presidencia, la que mantuvo por nueve años, hasta el golpe de estado que le dio su compañero de luchas Juan Vicente Gómez.
En cuanto al doctor Rangel, éste no perdonó a Castro, por lo que siempre consideró un engaño. Dos años después de este reunión, se alió con un grupo de conservadores colombianos para venir a Venezuela para combatir a Castro y a un grupo de liberales colombianos asilados con Uribe Uribe, intentona que tampoco triunfó y que lo mantuvo en el exilio por el resto del gobierno del general Cipriano Castro.
*Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com