Se llamaba Pedro León y desde pequeño se había caracterizado por su don para disimular la realidad y hacerla creíble a sus semejantes. Se destacó como buen estudiante en sus comienzos primarios pero a medida que fueron avanzando los cursos, su capacidad imaginativa se fue agudizando al punto que sus mismos compañeros le secundaban en sus invenciones, pues con ello lograban burlarse de quienes no compartían sus jugarretas.
Como era de esperarse logró acceder a una universidad de nivel intermedio en la capital y allí empezó su carrera, no la profesional que terminaría a duras penas en otra institución, sino la de sus incontables situaciones embarazosas que tuvo que padecer cuando descubrían la verdad, luego de las interminables vicisitudes por su insufrible tendencia embusteril.
Son innumerables las ocasiones y tan frecuentes los ambientes que rodean su historia que pudiéramos extendernos como Sherezade, la odalisca de las Mil y Una Noches en nuestro relato y sería tanto o más apasionante que sus narraciones. El hecho es que Pedrito regresó a su casa al terminar su primera aventura universitaria manifestando que su profesor de matemáticas le había usurpado un escrito sobre el “cero infinito” y lo había presentado en un congreso internacional.
Ante este acto de tamaña arbitrariedad y luego de un forcejeo verbal y de las denuncias ante las autoridades académicas el pobre Pedrito fue excluido de la institución; esa fue la presentación que les hizo a sus padres para justificar su regreso extemporáneo. Con un gran esfuerzo familiar, toda vez que su parentela subsistía gracias a los ingresos de su padre que se desempeñaba como conserje en un consulado extranjero de la localidad y su madre, modista de profesión, lograron patrocinar una segunda incursión, algunos años después, esta vez en una institución del Estado.
Pedrito entonces se encontraba tramitando sus documentos de ingreso y formalizando su entrada cuando, por esas casualidades del destino, se encuentra con algunos amigos que habían sido sus compañeros de estudio en el colegio cuatro años atrás y que estaban en el mismo proceso.
Al verse mutuamente le preguntan sorprendidos ¿qué estaba haciendo? Sin inmutarse y como ya era su costumbre les responde que él es profesor de esa universidad y que está conociendo a sus futuros alumnos.
Baste decir que fue con gran alegría que sus amigos supieron que sería él su profesor de…¡¡matemáticas!! en el primer semestre de ingenierías y que con casi seguridad tendrían la asignatura aprobada y sin mayores dificultades, pues una amistad como la suya sería motivo más que suficiente para otorgarles esa garantía. Cuál no sería su sorpresa cuando el primer día de clases lo vieron pero no como profesor sino sentado junto a ellos en los pupitres de los estudiantes y de la posterior reprimenda que ya por costumbre había asimilado sin perturbarse.
Cada día era como una caja de sorpresas, Pedrito se inició viviendo con otro compañero al que había conocido en su ciudad pero que desconocía sus atributos verbales y a quien tenía convencido de sus condiciones artísticas para la música y el canto, por cuanto le comentaba que había sido cantante titular de una de esas famosas orquestas venezolanas que estuvieron de moda por la época que trascurría.
Además interpretaba, según él, a la perfección la guitarra, pues había sido alumno de los músicos más reconocidos y entre los que nombraba se destacaban aquellos que tocaban en los conjuntos musicales más reconocidos del momento. No tardó, un día en verse frente a un compañero, en la casa de huéspedes donde vivía y que tenía una guitarra y quien estaba buscando quién le enseñara, ante esta eventualidad y todos, conocedores de sus dotes, le insistieron no sólo que le enseñara al principiante sino que mostrara sus dotes musicales.
Fue tanta y tan prolongada la insistencia, pues cada vez las excusas eran más débiles, que optó finalmente por confesar que todo era falso y que de guitarras ¡¡nada de nada!! Nunca le faltaron interlocutores que escucharan, casi embobados, sus aventuras; algunas prácticamente inverosímiles y otras francamente admisibles.
Aunque no tenía predilección especial por una dama en particular, para él todas eran objeto de flirteos y galanterías y blanco de su más impresionante locuacidad. Era capaz de inventarse situaciones como que su padre era piloto de jet y que al comienzo de las vacaciones lo recogía en su avión en el aeropuerto más cercano y que viajaría al exterior aprovechando esas circunstancias.
De igual manera convencía a los padres de las pretendientes más jóvenes de que era el mejor partido y que se casarían tan pronto terminara sus estudios universitarios, si antes no les hubiera convencido de que ya era profesional y que estaba en trance de conseguir un buen empleo que le permitiera darle a su futura esposa todas las comodidades que se merecía.
Sin embargo, Pedrito no medía las consecuencias de sus mentiras, las que él concebía como piadosas e inocentes, sin considerar el daño que producía y la trascendencia de sus desvaríos.
El hecho es que ya con su título profesional bajo el brazo y luego de trasegar por algunas compañías muy importantes en el ámbito nacional, siempre ocupando puestos segundones y como fue habitual en él, le decía a sus contertulios que era el jefe, gerente o presidente de la compañía. Vaya uno a saber si después de algún tiempo de su amena charla su credibilidad todavía sobrevivía. No le fue difícil, a medida que el tiempo transcurría, pasar de los embustes folclóricos a las falsedades y otros factores que fueron transformándose en ingredientes más oscuros hasta llegar a la comisión de hechos verdaderamente delictuosos, toda vez que atentaban contra el bienestar y a veces contra la propiedad.
Emigró a un país vecino continuando con su racha de aventuras imaginativas que ya empezaban a tomar visos de ilegalidad. Duró allí muy pocos años pues su desmedida megalomanía le hizo cometer tantos disparates que tuvo que salir huyendo antes que las autoridades lo pusieran a buen recaudo. Páginas enteras de los más importantes periódicos del país narraban sus peripecias y contaban los episodios más destacados de su carrera rocambolesca.
Regresó como se dice “con la cola entre las piernas” a su ciudad natal y allí se asoció con un colega aprovechando la situación de bonanza que se vivía por el descubrimiento de unos pozos petroleros. No duró mucho, como era de suponer la sociedad y ya con los años encima y sin mayores posibilidades de iniciar otras actividades Pedrito tuvo que resignarse a sumirse en el olvido de los tiempos. Lo último que se supo de él, es que por razones que se presumen obvias, derivadas de sus delirios, no le quedó más remedio que emigrar a un país del norte, donde según me cuentan, siguió con sus picardías sin mayores resultados y al parecer, enfermo y sumido en la penuria.
La moraleja es que, digas lo que digas, mide siempre la consecuencia de tus palabras, por que primero se cae un mentiroso que un cojo y conveniente es recordar el aforismo popular aquel que reza: “eres esclavo de tus palabras y dueño de tu silencio” para ser cada día mejor ser humano.
Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com