A comienzos de la década de los años cuarenta, el centro de la ciudad giraba en torno al mercado central ubicado en la manzana donde hoy se levanta el edificio San José, incluyendo la ‘media manzana’ adyacente al sur, que por razones económicas tuvo que seccionarse para poder construir el inmueble actualmente ocupado por las antiguas empresas municipales. En esa ‘media manzana’ funcionaba la sección de carnes y fue la que resultó menos afectada por el incendio que destruiría, años después, nuestro principal mercado.
Pues bien, en las dos manzanas alrededor de este punto se concentraba toda la actividad comercial de la ciudad, incluso después del incendio. Con esta premisa podemos deducir que buena parte de la problemática ciudadana se originaba allí, por esta razón, vamos a relatar dos incidentes que se presentaron por esa época y que causaron revuelo entre sus habitantes y visitantes.
El primero, uno de los más frecuentes, un incendio que se originó en la ferretería La Campana, situada justamente frente al pabellón de carnes del mercado, en la calle doce entre sexta y séptima, que amenazaba con destruir los locales contiguos, entre los que estaban la Sastrería Inglesa, el Almacén El trébol (que aún existe hoy) y la Sastrería Argos. Al respecto siempre he pensado que sospechosamente, muchos de los incendios de entonces, se presentaban en las ferreterías, lo cual se presume algo extraño dado la composición de los materiales que allí se almacenaban, pues a excepción de algunos elementos químicos inflamables, los demás en su gran mayoría, eran incombustibles y esta era la razón por la cual, las compañías de seguros habían desestimado, durante mucho tiempo, asegurar este tipo de actividad. Ahora bien, independientemente de esta situación, el cuerpo de bomberos local, manifestaba tal incapacidad que la opinión pública, a través de los medios, pedía reiteradamente que los equipos contra-incendio
fueran manejados por las unidades del Batallón Santander, con el argumento que “había una verdadera disciplina, orden y eficiencia para laborar en todo”; sin embargo, la oposición manifiesta del alcalde García-Herreros, siempre se impuso a los deseos de la ciudadanía. Ya en una crónica anterior titulada ‘Crónica mamagallista de un incendio’, había relatado las peripecias que decían realizar los personajes bomberiles de antaño y que reaparecen en esta narración por cuenta de los periodistas que cubrieron el suceso. Se lee en la crónica “… fue así como esa noche (los bomberos) no encontraban las llaves para mover el armatoste, –con referencia al nuevo carro tanque adquirido para combatir este flagelo- que es tan grande que en nuestra calles, a pesar de lo amplias, no puede voltear fácilmente. Los bomberos no se encontraban y cuando se encontraron, no encontraban los cascos defensivos y cuando los encontraron, no encontraban las cabezas; después no encontraban las mangueras y cuando las encontraron no encontraba
n los hidrantes y cuando los encontraron no encontraban el hueco por donde se les mete la manguera y fue sólo después de 58 minutos después de iniciado el incendio que el carrazo empezó a dar señales de vida.” Si la actuación del ‘carrote’ fue hilarante, no menos resultó serlo la de los bomberos. Los gritos de “… mi primero, tire p´allá la manguera, mi distinguido, arrímese al hidrante, mi sargento dele vuelta al tornillo, mi cabo, jálele duro, haga de cuenta que…”, resultaron tan graciosos que don Guillermo Castro, el dueño de la ferretería incendiada y a quien le había dado un ‘patatús’ se reía olvidándose de sus malestares. Finalmente, el incendio no resultó ser tan catastrófico pero sí una buena razón para hacerle ver al alcalde la necesidad de entregarle el equipo de incendios al ejército.
El segundo incidente ocurrió en una pensión de la calle trece llamada ‘Pensión Miramar’ frente al Laboratorio Becas, muy famoso entonces por sus productos para la salud de los cucuteños. Una noche de domingo, poco antes de las siete cuando empezaba a regir el toque de queda, se escucharon las voces de una mujer que pedía desesperadamente auxilio, por el asedio de un hombre armado que pretendía ultimar su vida. Ana Lucía Jaimes de Barrera de 22 años, era su nombre, empleada del café Astoria, de propiedad de don Juan E. Martínez, situado muy cerca del lugar de los acontecimientos, avenida quinta entre doce y trece, exactamente en el sitio donde hoy construyeron la Librería de las monjas Paulinas. Después de su trabajo, la mujer fue invitada por uno de los clientes del negocio a tomarse unos tragos. El sujeto, conocido con el nombre de Rafael Villamizar o Roberto Méndez, sin saberse exactamente cuál era el verdadero, se tomó unas cervezas de más, las que se le subieron a la cabeza y la emprendió a golpes contra
la pobre muchacha, por razones de suponer, ya que la joven se negaba reiteradamente a las pretensiones de su acompañante, toda vez que se encontraba en estado de embarazo.
Ante los alaridos y el bullicio que se presentó, una muchedumbre fue agolpándose frente a la pensión Miramar, exigiendo a los propietarios intercedieran en favor de la víctima, pues la indiferencia con que actuaban comenzaba a exasperar a los curiosos que con cada minuto crecía. Pasado un rato, llegaron los de la municipal, como se llamaba la policía local y viendo el estado lastimoso que presentaba la mujer debido a los continuos puñetazos y puntapiés que recibió, la trasladaron al hospital y después de la evaluación médica estuvo en observación para verificar que su estado no resistía peligro para ella y su bebé.
Mientras esto ocurría, su agresor huyó ante la indiferencia de los propietarios de la pensión, por lo que la víctima consideró que los dueños habían sido cómplices de los hechos, en denuncia que interpuso en el Permanente Central, ante el director Andrés Mejía, quien comenzó la investigación y cuyos resultados se esperaba esclarecieran los hechos y los delitos cometidos no quedaran en la impunidad como efectivamente sucedió, pues nada se volvió a saber del agresor que lo único que se supo era que decía ser nacido en el departamento de Cundinamarca.
Por: Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com