Desde mis recuerdos más remotos, siendo solo un niño de unos 5 años, los juegos de mi papá siempre estaban presentes. “Que pase el rey, que ha de pasar”, jugar fútbol en donde fuera, en la finca familiar, en un club al cual una tía estaba afiliada en la vía que conduce a Pamplona.
Son recuerdos que perduraran por muchos años y si la memoria no ha de fallarme y Dios lo permite, los recordaré así tenga 90 años, mirando al campo, siempre omnipresente en nuestra vida.
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El tiempo pasa, pasa muy rápido, pero mi amado padre siempre buscaba la manera de seguirme el ritmo, lo mismo que hago con mis pequeños, pero porque aprendí del maestro, mi mentor, mi amigo más fiel, mi padre amado. Jamás faltaba ni falta a la mesa, jamás faltaba un fin de semana, jamás tuve que verlo tambaleándose porque el alcohol nublaba su juicio, jamás lo vi poner una mano sobre mi querida y amada madre.
Él es el ejemplo de un hombre correcto, un excelente padre, esposo, amigo, hermano, cuyo corazón tal vez no sea perfecto, pero está desbordado de amor hacia los demás y sobre todo hacia la familia.
Por: Javier Andrés Reyes Neira
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