Los ladridos de cinco perros que tienen en la finca Los Mandarinos, ubicada entre las veredas El Suspiro y Monteverde, en la zona rural de Cúcuta, fueron el presagio de la llegada de un grupo de desconocidos, la noche de domingo.
Eran las 8 de la noche, cuando la familia que habita en ese lugar estaba alistando todo para sentarse a comer y de repente sintieron que tocaron fuertemente en la puerta de la casa. A partir de ahí, todo fue llanto, gritos y súplicas a Dios.
Una voz amenazante les ordenó que abrieran la puerta, mientras que adentro, el nerviosismo se apoderó de Miguel Antonio Ascencio Muñoz, de 42 años, sus hijos y su esposa.
El hombre valientemente preguntó que quiénes eran y las razones del por qué llegaban a esa finca, que él administraba desde hacía 5 años, luego de llegar con su familia desde Galera, Sucre.
Pero afuera, en medio de la poca luz que daba un solo bombillo, los hombres insistían que les abrieran o ingresarían a la fuerza.
Los golpes en la puerta fueron más constantes y las preguntas que hacía la familia, desde adentro no cesaban.Según pudo conocer La Opinión, lo que pasaba por la mente de Miguel, es que esos hombres habían llegado a violar a sus hijas de 18, 16 y 12 años y así se lo hizo saber a todos.
A la fuerza
Sus hijos varones de 14 y 2 años, también estaban asustados. Toda la familia presenció cómo a su ser querido le tocó abrir la puerta, en medio de un conteo atemorizador que comenzó a hacer uno de los desconocidos.
—Uno— gritaron afuera.
—Dos— fue la antesala a la tragedia.
Y antes de que pronunciaran el tres, que sería el número final del conteo para tumbar la puerta, Miguel abrió.
Unos 40 hombres armados estaban alrededor de la vivienda. No todos ingresaron. Quienes lo hicieron, no les importó los gritos de toda la familia y golpearon a Miguel, al tiempo que él pedía explicaciones, pero su familia nunca escuchó una respuesta.
La esposa de Miguel Ascencio, creyente de Dios, se arrodilló y suplicó misericordia. Por su cabeza solo pasaba la muerte de toda su familia, mientras que las hijas, una de ellas tenía a su hermano de dos años alzado y dormido, pedían que no le hicieran nada a su papá.
Cuando los hombres le exigieron a Miguel Antonio que se fuera con ellos, él se negó. Entonces le amarraron las manos a la espalda y lo sacaron a la fuerza, tirándolo al pasto.
“Acá me quedo. No he hecho nada para que me hagan lo que me hacen”, dijo Ascencio Muñoz, mientras se arrodilló.
Todo era gritos, lágrimas, preguntas sin respuestas de esos hombres, que solo exigían que todos se callaran.
Mientras tanto, la esposa de Miguel no paraba de orar y cuando sus brazos se alzaron al cielo para pedir que se apiadaran de él y toda su familia, sonaron cuatro disparos.
Dos balas fueron a la cara de Miguel y otras dos al pecho. Su cuerpo quedó bocarriba y descalzo en medio del pastizal.
La mujer no cesó de orar ni de llorar. Pero el silencio que vino por parte de esos hombres, que nunca se presentaron, la hizo asomarse hasta la puerta y desde allí vio el cuerpo de su amado esposo tendido en el suelo.
Entre lágrimas y dolor, hijos y mamá se abrazaron. La mujer cerró la puerta y por miedo no salió.
“Mataron a mi papito”, dijo una de las hijas. “Mi papá no merecía eso”, dijo otra, mientras todos lloraban.
Esa ha sido la noche más larga de sus vidas. Solo el pequeño de 2 años pudo dormir. El miedo, la incertidumbre y el dolor los carcomieron a todos.
Cuando el sol apareció, la mujer tomó valor y salió por la puerta de atrás del inmueble y al ver que no corría peligro, le pidió a una de sus hijas informar por teléfono a la familia. Quien contestó la llamada, se resistía a creer el hecho, pero el llanto de todos en esa habitación confirmaba la tragedia por la que estaban pasando.
El cuerpo de Miguel Antonio Ascencio, a quien todos los vecinos le llamaban ‘Compita’, fue tapado con hojas para cubrirlo del sol, mientras que llegaran las autoridades o una funeraria a buscar el cadáver.
Al lado, en una hoja de papel, los verdugos le dejaron escrito con marcador rojo: ‘Por sapo del Eln. Fuera sapos. AGC presente’.
Pero solo hasta las 11:00 de la mañana del lunes, miembros de la funeraria Nuestra Señora del Carmen llegaron al lugar, levantaron el cadáver y lo trasladaron a Medicina Legal.
¿Una muerte equivocada?
El dolor de los familiares es latente. La única opción que tienen es irse de esta zona, en la que le arrebataron a su ser querido.
Sin embargo, aseguran que el dolor es más grande al saber que él nunca hizo nada malo, que justificara esa muerte.
“Nos duele. Él no era malo. Quien anda en cosas malas en cualquier momento le llega su hora y uno debe resignarse, pero Miguel no tenía nada que ver con ningún grupo armado y ese es el dolor, que nos lo arrebataron cruelmente y se equivocaron”, dijo una familiar, que pidió reserva de su nombre.
Según el testimonio de la mujer, a Miguel Antonio no le gustaba dejar sola a su familia y por eso para todo lado iba con ellos y siempre cuidadoso de sus hijas.
La familia cuidaba esa finca y sus vecinos han dado fe de que su muerte podría ser producto de un error.
“Esa gente se equivocó. Nos lo arrebataron cruelmente. A él la gente le llamaba ‘Compita’ de cariño y llegaban a la finca a pedir yuca o limones y nunca se negaba, por eso lo apreciaban mucho”, añadió la familiar.
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