Durante cinco años, Luis Fernando Niño López fue secretario de Víctimas, Paz y Posconflicto. Desde su cargo le correspondió el manejo de los agudos problemas de la violencia, propios del conflicto armado y de la ilegalidad en que se mueven diferentes grupos de delincuentes en Norte de Santander.
Dejó esas funciones y fue elegido presidente de la Academia de Historia del departamento, entidad a la cual se propone renovar. De sus gestiones cumplidas y de sus nuevas tareas habló con La Opinión.
¿Qué balance tiene de su trabajo en la Secretaría de Víctimas, Paz y Posconflicto?
Fue una experiencia de mucho aprendizaje, de sensibilidad, de humanidad, de poder darlo todo por la comunidad, por supuesto con muchos retos y desilusiones, pero siempre convencido de lo que hacíamos, con dificultades muy extremas. Hasta la vida la colocamos en común para luchar por los objetivos. Al final, la labor cumplida, las críticas propias de cualquier gestión, pero, sobre todo, el agradecimiento de muchas víctimas del departamento, de sociedades de esas a las que llamamos la otra Colombia, en donde no llega la denominada modernidad. Eso duele, pero se sigue avanzando.
¿Cuáles logros fueron posibles durante su paso por esta dependencia?
Para mí fue muy importante dejarle al departamento el Centro de Inspiración para la Paz (CIP), que ayudó a la Mesa Departamental de la Memoria Histórica a la construcción, con otras organizaciones sociales, de mediaciones como ‘Diálogo Útil’, en donde terminamos buscando una tregua con el Eln y el Epl. En su momento, de igual manera, la Mesa Departamental de Víctimas, el Comité de Justicia Transicional, la Unidad Móvil de Atención a Víctimas y el empoderamiento en la construcción de la paz territorial en que se pudo avanzar. Sin embargo, hay que reconocer que no es fácil hacer esto en un territorio donde hay tantos intereses y grupos armados disputándose los mismos. Fueron cinco años de servicio con ética, vocación y entrega absoluta. Fue un buen momento. Así lo considero.
En cuanto a la reparación a las víctimas, ¿hasta dónde se ha llegado en la región?
En Norte de Santander el conflicto ha golpeado muy duro. Aproximadamente están registradas en la Unidad de Reparación casi 300 mil víctimas del conflicto. Por supuesto, siguen el desplazamiento forzado, el homicidio, la desaparición forzada, la tortura, la violencia sexual, minas anti persona, el despojo y la amenaza a líderes sociales y además, el accionar de casi 14 grupos armados, el narcotráfico y la crisis social han llevado a que estas cifras continúen creciendo. Las salidas negociadas y la posibilidad de una paz estable y duradera son lejanas. La reparación integral es muy complicada por sus costos económicos y claro porque la guerra aún no termina. Las medidas de satisfacción, las garantías de no repetición, la reparación moral y simbólica no son posibles donde todavía persiste la dura situación de violación a los derechos humanos.
¿Cuál es su diagnóstico sobre el conflicto armado en Norte de Santander?
Grave. Hoy más que nunca se avecinan tiempos muy fuertes de violencia por ciclos que aún no se cierran. La guerra entre casi todos los grupos armados por el dominio del territorio y de las economías ilícitas, la barbarie y deshumanización de los métodos del conflicto, la forma tan nefasta en que se acaba con los valores y principios de la dignidad humana nos llevan a decir, con seguridad, que las cosas se complicarán, sumado a la situación de frontera. La parálisis en otras negociaciones y la no implementación son los síntomas para la tormenta perfecta.
¿No ve cercano entonces el momento en que el departamento pueda respirar tranquilidad?
Al final del túnel hay una esperanza: la posibilidad de que ese grupo de hombres y mujeres buenos, y que no está armado, pueda construir un porvenir lleno de alegría y productividad, sobre todo de sueños.
Con respecto a la erradicación de los cultivos de coca, ¿qué posibilidades le asigna?
La erradicación y sustitución de cultivos solo serán realidad cuando se transforme la cultura de la ilegalidad. De igual forma, cuando los planes de apoyo y la presencia de todos, incluido el Estado, lleguen a estas zonas proponiendo salidas diferentes a este negocio, y cuando descubramos otra vez nuestra vocación productiva y auto sostenible. Por supuesto, se impone un control territorial de seguridad y legalidad, la percepción de que esas 30 mil hectáreas de coca solo han llenado de sangre nuestra tierra, que ya la población se cansó de colocar los muertos para que otros se enriquezcan. Eso pasa por una profunda transformación cultural. De otra manera, estamos condenados a la muerte, a la desolación, al conflicto.
Nuevo rol en la academia de historia
Ha hablado usted de la posibilidad de generarle a la Academia de Historia de Norte de Santander una nueva dinámica en su gestión como presidente de esa entidad. ¿Cómo lo hará?
La Academia de Historia de Norte de Santander es la entidad cultural más antigua del departamento. Son 85 años desde su creación. Por allí han pasado hombres y mujeres de un acervo cultural multi académico, como miembros de número, correspondientes y honorarios. Desde allí se han generado diversas propuestas, estrategias e intervenciones que han tenido impacto positivo en nuestra región. Queremos abrir sus puertas, digitalizarla, actualizarla y modernizarla en diversos usos; articularla a las redes sociales y acercarla a la comunidad. De la misma manera, estamos vinculando a profesionales que quieran aportar a la construcción de una nueva región.
¿Han avanzado en algo de eso?
Hemos avanzado en la primera fase del plan de gobierno 2019 – 2021, en lo que respecta al tema de saneamiento económico y mejoramiento de nuestra sede. Estamos en la fase dos, que es aumentar los miembros de la entidad y cualificar la información. Esperamos cerrar con la conmemoración del Bicentenario de la Constitución de Cúcuta de 1821. Allí daremos cuenta de los resultados de nuestro mandato.
¿Qué representa culturalmente para usted la Academia de Historia?
La Academia de Historia de Norte de Santander es una institución de construcción colectiva en capacidad de generar ideas, reflexiones, aportes de intervención cultural. Además, tiene como misión el cuidado de nuestro patrimonio en todas sus formas. Hay que convertirla en esa agremiación de aportes y consultas para la toma de decisiones en diversos aspectos. Que sea la luz del faro que alumbre el futuro de un departamento que a pesar de las dificultades tiene un porvenir lleno de mucha esperanza y expectativa de carácter positivo.
¿Cómo ve el ánimo de la gente en Cúcuta con respecto a la cultura?
Frente a esto tengo dos opiniones relevantes: la primera es preocupante y es ver cómo la cultura no solo en nuestra ciudad sino en todo el país está en último orden de la lista; solo que acá se nota más. Por supuesto que en los planes de desarrollo y en las metas de distintas administraciones son efímeras las apuestas que hagan posible una sociedad en equidad, justa y sobre todo intelectual y culta. Esto tiene mucho que ver con el conflicto en que vivimos. La violencia generalizada se curaría si tan solo la cultura y la educación fueran el primer orden de cualquier gobierno en todas sus expresiones. Y en segundo lugar, estoy muy feliz de ver iniciativas importantes de mantenerse: la Fiesta de Libro de la Biblioteca pública, nuestra participación en la Filbo, el Festival de teatro, las conferencias que cada día se dan, El cinco a las cinco y estrategias como el diplomado de la nortesantanderianidad nos animan a creer que es posible, que se puede.