Las películas de Vicente Fernández se quedaron grabadas en la memoria de Isabel Flórez. El tiempo congeló el recuerdo de la silletería, la gran pantalla y los carteles que adornaban el Teatro Atalaya.
Después de 33 años, solamente quedan las vagas imágenes del que alguna vez fue el sitio destinado para la recreación y entretenimiento de los habitantes de la ciudadela.
Una gruesa capa de polvo, malos olores, y basura recubren el olvidado y ultrajado recinto. El cielo raso, las sillas y los baños sirvieron de botín a los ladrones. El robo ocurrió hace un par de años atrás. A pedradas, los vándalos rompieron los ventanales.
Las paredes donde se exponían las carteleras de estreno le dieron paso a los grafitis y la propaganda política. El costado derecho del teatro, donde funcionaba una cafetería, está repleto de maleza.
El sitio dedicado al cine, en el barrio Cúcuta 75, ahora es protagonista de una cinta de abandono con la actuación de vándalos y viciosos que aprovechaban la soledad del lugar para cometer sus fechorías.
Pedazos de cartón, envases de licor, colillas y cajetillas de cigarrillose observan en lo que queda del teatro. En una de las paredes del segundo piso una mancha de humo recuerda que una fogata calentó el lugar.
El paisaje de residuos se aprecia bajo el nauseabundo olor que emana el recinto, que se convirtió, según los vecinos, en un baño público.
Las rejas y ventanas del teatro fueron violentadas en repetidas oportunidades por los inusuales visitantes, quienes tumbaron parte de una de las paredes para entrar y salir como actores de este espectáculo de destrucción.
La lucha por recuperarlo
Desde mediados de 2007, Jesús Gallardo, fundador de la Corporación Sofía Gallardo, inició la titánica labor de recuperar el escenario. Jornadas de aseo y poda alrededor del teatro fueron algunas de las actividades que lograron ejecutar.
Sin embargo, solo en la administración de la exalcaldesa María Eugenia Riascos Rodríguez la corporación logró un acuerdo para que le entregaran el teatro en comodato, con el compromiso municipal de recuperarlo.
“Lo único que recibimos por parte de la Alcaldía, en ese entonces, fueron las llaves del teatro. El resto se quedó en promesas”, dijo con impotencia Gallardo, quien se radicó en Bogotá desde hace dos años.
La institución pretendía utilizar la estructura para darle forma al Centro Cultural y de Comunicaciones Juan Atalaya. Lo tenía proyectado como un espacio para el fomento y cultivo del talento artístico de niños, jóvenes y adultos de las comunas 7 y 8, por lo que no escatimó esfuerzos para lograr su cometido. Sin embargo, sus peticiones tampoco tuvieron eco en la actual administración.
El cucuteño aseguró que desde la distancia siguió el trabajo para recuperar el teatro, pero no obtuvo respuesta alguna. El único apoyo que recibió fue el del padre Esteban Osorio, en ese entonces, párroco de la parroquia San Pio X.
Cada vez que llovía el espacio artístico se inundaba de agua y barro. Los miembros de la corporación y la parroquia se unieron en más de una ocasión para limpiar el lugar.
Cultura pone sus ojos en el teatro
María Eugenia Navarro, secretaria de Cultura Municipal, hace los trámites para que la junta de acción comunal le devuelva las llaves del teatro con el propósito de emprender un plan de recuperación.
Navarro gestiona la incorporación de recursos del impuesto a espectáculos públicos para intervenir el escenario, pese a que el programa no está incluido en el plan de acción de este año.
“Queremos que el lugar quede en óptimas condiciones para desarrollar actividades culturales y actos públicos y sociales que beneficien a la comunidad”, reiteró la secretaria.
Mientras esto sucede, Isabel Flórez y sus vecinos decidieron no volver a transitar por cercanías del teatro, pues los malos olores y la presencia de extraños en el lugar son algunas de las escenas de la dramática película que viven en Cúcuta 75.