Mientras al soldado profesional Dayán Leonardo Ávila Chona le vendaban los ojos, para que no viera el sector por donde iba la camioneta en la que iba junto con varios guerrilleros del frente 33 disidente de las Farc que lo acababan de secuestrar, recordaba las últimas palabras que le dijo a su esposa, a su pequeña hija y a su amada madre.
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Era un recorrido terrorífico no paró de vomitar por el mareo y los nervios que tenía al saber que estaba en las manos de la muerte, y su vida dependía de las órdenes que los altos mandos de la guerrilla enviaran desde radios de comunicaciones.
Dayán fue plagiado el jueves 4 de noviembre de 2021, en el kilómetro 42 de la vía Cúcuta-Ocaña, más exactamente en el sector Brisas del Tarrita, cuando transportaba una comisión de salud conformada por un médico, una psicóloga y una odontóloga.
El vestía de civil: gorra gris, camiseta blanca y jean en una medida de seguridad porque temía que si un grupo armado se enteraba que era militar, lo mataban. Pero ni esa precaución lo salvó de permanecer 12 días bajo el poder de los subversivos.
El secuestro
El militar fue liberado el martes 16 de noviembre del año pasado, gracias a la gestión de una comisión conformada por la Defensoría del Pueblo, de la regional de Ocaña, y la iglesia Católica.
Ese jueves salió a las 5:00 de la mañana de la casa de su mamá, abordó una camioneta blindada Chevrolet de placas SAC-02R, de color blanco y que pertenecía al Ejército, para recoger a los profesionales de la salud.
Cuando el reloj marcaba la 1:00 de la tarde, aproximadamente, Dayán vio un camión parqueado a un lado de la vía y, más adelante, una tractomula donde estaba escondido un guerrillero, armado con un fusil. Momentos después, el rebelde se dejó ver.
Momentos después aparecieron más subversivos. “Yo le veo el brazalete de las Farc y eche reversa para escapar, pero ellos comenzaron a dispararme. Estaba concentrado y las balas no me preocupaban porque la camioneta era blindaje 5 y, por ende, soportaba los impactos”, dijo el militar.
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Los gritos y el lloriqueo de sus acompañantes no lo desconcentraron, siguió con sus nervios de acero manejando hasta que varios disparos averiaron el motor, la computadora y otros elementos importantes de la camioneta, que de inmediato se apagó.
En un acto desesperado dejó que el vehículo se fuera en reversa. “Yo los veía correr disparando. Hasta que la camioneta se detuvo y ellos se acomodaron para disparar. Nos acorralaron y tocaba salir”, indicó Dayán, quien aún conserva en su rostro el miedo de aquellos instantes en los que estaba en las garras de la muerte.
Oró unos segundos, visualizó a su hija, su esposa y sus familiares. Abrió lentamente la puerta y con la voz entrecortada les dijo “hermano, tranquilo, tranquilo, no me mate”.
Era cuestión de segundos para que los guerrilleros encontraran los dos documentos que lo vinculaban con el Ejército. Aunque Dayán trató de enterrar el carné, un rebelde se dio cuenta y gritó “un soldado, el mono es militar”. En ese momento lo vieron como un botín de guerra.
“Un guerrillero de baja estatura se me vino corriendo, le quitó el seguro al fusil AK-47 y me apuntó a la frente. Mi reacción fue poner las manos y pedirle que no me matara. Le decía que ‘no me mate, yo tengo una hija’”, dijo Dayán.
El cautiverio
En la carretera quedaron los profesionales de la salud, quienes después contarían parte de la versión, pero lo que vivió el militar nadie lo conoció.
A Dayán se lo llevaron vendado hasta un rancho ubicado como a cinco horas del lugar de los hechos. Al llegar le dieron arroz y chocheco (plátano) para que cenara.
Esa noche no pudo ni dormir de pensar en lo que pasaría con él; hasta cuándo estaría allí y, sobretodo, por lo que presentía que pasaba en su casa. Su madre estaba desesperada, había pasado horas desde que se enteró del hecho y nadie tenía respuestas sobre el paradero de Dayán.
Al otro día fue su prueba de fuego, conocer su nueva rutina diaria: vigilado por guerrilleros encapuchados y armados, sin nadie que le hablara, pendiente de todo lo que sucedía a su alrededor… un desespero diario en el que Dayán tendría que vivir a todo costo.
“No hablaban nada delante de mí, yo me bañaba en un tanque, me afeitaba y todo allí. En las noches lloraba porque era muy duro estar lejos de mi familia y en esas condiciones. Pensaba en mi mamá, mi esposa y mi hija”, dijo el soldado.
Así fueron pasando los días, entre las visitas repentinas de una guerrillera. Ella iba a hablar con él y preguntarle por su salud, cómo lo trataban y qué tal le estaba yendo.
El militar ya se había enfermado y le había traído medicamentos, la comida nunca le faltó “Ella me decía que el plan conmigo era demostrar que las disidencias no son malas”, indicó Dayán.
La liberación
El domingo 14 de noviembre, un día antes que lo liberaran, los guerrilleros le hablaron por primera vez y le entregaron un camuflado para que se lo midiera. “Me quedó apretado, pero me lo puse. En ese momento supe que iba a salir de ahí”, dijo Dayán.
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Momentos después le dijeron que se alistara porque el martes (16) se iba. Emocionado por la noticia, se afeitó y empacó el bolso en el que tenía otras camisas, pidió una cadena, un reloj y su billetera.
“Cuando llegó el padre (sacerdote) y la delegación de la Defensoría del Pueblo yo estaba feliz. Nos tomamos las fotos y nos fuimos del lugar”, indicó el militar, quien recuerda que el clérigo le dijo al oído, ‘cámbiese y vámonos’.
Una vez en Ocaña se reencontró con su madre, su esposa y su hija. Se abrazaron como si hubieran pasado siglos sin verse. Al otro día (17) retornaron a Cúcuta en un helicóptero que salió desde el Batallón de Ocaña con destino a la Trigésima Brigada del Ejército, en San Rafael.
De esa experiencia aprendió que su familia lo es todo. Ellos pidieron día y noche que lo liberaran y estuvieron en varios medios enviando un mensaje a los guerrilleros para que tuvieran piedad. Dayán vivió para contar su experiencia.
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