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La muerte de mi hijo a manos de los ‘paras’ ¿sólo fue una equivocación?
Mi hijo era prácticamente un niño cuando lo asesinaron. Desgarrador testimonio de una madre, víctima de la violencia paramilitar en Norte de Santander
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Eduardo Bautista
Eduardo Bautista
Categoría nota
Jueves, 20 de Octubre de 2022

Una de las cosas más dolorosas de la vida es la muerte de un hijo y si es durante un episodio violento ese dolor se vuelve como un cáncer que carcome por dentro, cuerpo y alma.


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Además si su asesinato “fue una equivocación” como lo manifestaron sus verdugos, ya no quedan fuerzas para vivir ¿Cómo vive un corazón cuando han derramado sobre él tanto dolor? 

Este es el testimonio de una madre que ya nunca volvió a ser la misma y se reconforta ayudando a otras víctimas del temido bloque Catatumbo, que de desmovilizó en Norte de Santander:   

Mi hijo era prácticamente un niño, que trabajaba y era muy juicioso y caritativo con quienes lo necesitaban, pues hasta se quitaba el pan de la boca para dárselo al menesteroso.

Nació el 2 de julio de 1983, y fue asesinado a los 16 años por los paramilitares al mando del ‘Iguano’, en la vereda El Reposo, jurisdicción del municipio de Pamplonita.

Estudiaba séptimo bachillerato en el Instituto Superior de Educación Rural de Pamplona (Iser). 

 

Víctimas de la violencia paramilitar

 

Mi hijo mayor trabajaba como carnicero y ese día debió salir con el tío a cumplir otras labores en una finca y por esa razón lo mandó a llevar un pedido de carne del compromiso que tenía con un establecimiento público.


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Eso ocurrió el sábado 3 de marzo de 2001. Yo tuve una entrevista con el responsable Jorge Iván Laverde, alias el ‘Iguano’ y me dijo que fue una equivocación, que su muerte ocurrió por ir en compañía de otro señor.

Realmente fue una masacre, porque ese día asesinaron a tres personas, que iban en un carro rojo, propiedad de Luis Alfonso Maldonado. El tercer muerto fue Orlando Díaz, un joven de 22 años, conocido de mi hijo desde niños, quien era trabajador, responsable y estaba al cuidado de sus padres. 

Les ataron los brazos atrás con la correa de cada uno de ellos, los torturaron y los balearon sin ninguna contemplación. 

Yo bajaba a ver a mis padres en Cúcuta, en el autobús de la Universidad de Pamplona, que manejaba un familiar, a eso de las 3:00 o 4:00 de la tarde y teníamos pensado regresar hacia las 9:00 de la noche.

Dios es tan grande y poderoso, porque en ese momento no lo reconocí, pese a ver su cadáver tirado a un lado de la vía, porque no sé qué hubiera sido de mí. Yo vi botado a mi hijo, amarrado con las manos atrás, en el piso, dizque hacía como 20 minutos que los habían matado.
 
Los cuerpos estaban  muy cerca a la entrada a Pamplonita.

víctimas de la violencia en Colombia

 

Tengo cuatro hijos y él era el menor. Los mayores no estudiaron y el tercero logró hacerse profesional. Vivíamos tranquilos, pobremente, pero vivíamos bien, porque yo siempre me he dedicado a alimentar y hospedar estudiantes, de eso dependemos y así logré sacar mis hijos adelante.

El propósito era que al terminar el bachillerato Luisito iba a estudiar de noche en la Universidad y a trabajar de día para costearse los estudios.


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Ese fatídico día él iba con su amigo y fue abordado por el señor Luis Alfonso que les preguntó para dónde iban, y como coincidían en la ruta se ofreció a llevarlos. Les dijo, esperen que traiga a mi hija y nos vamos y así sucedió.

Les pidió que primero lo acompañaran a Chinácota porque le iban a pagar una plata y después regresaban al sitio donde debían entregar el pedido de carne.

La niña, de 10 años, hija de Luis Maldonado, cuenta que alcanzaron a ir a Chinácota, donde fueron abordados por los victimarios. Desde allí los trajeron para matarlos cerca de la entrada a Pamplonita. A la niña la mandaron para Pamplona en un taxi antes de cometer la masacre. 

Ella llegó a donde las tías y les dijo: Tías, esos hombres se llevaron a mi papá y a Lusito, pero esta noche salen por la televisión y mañana nos los entregan, así como hacen siempre. 

Desde ese momento no he tenido vida. Todo el tiempo estoy enferma, me subí de peso, nunca sufría de la tensión y ahora  todo el tiempo la tengo alta, sumado al dolor de espalda que es insoportable. Los primeros años de su muerte los pasaba todo el tiempo en el cementerio.
 
El Iguano me pidió que lo perdonara. El otro responsable, alias el ‘Paisa’, que sería el que cometió el triple crimen, ya está muerto.

Yo le ayudo a la gente, porque como iba a esas diligencias (audiencias judiciales en el marco de la Ley 975 de 2005 llamada de Justicia y Paz) y veía el sufrimiento de tantas personas, me dediqué a trabajar por las demás víctimas, sin tener beneficio por ello, solo la satisfacción de servirle a esas personas, principalmente a los abuelitos, para que los ayuden, no con el objeto de llenarnos de dinero, porque nuestros hijos no tienen precio, sino que reparen en algo todo el daño que nos hicieron.

Él era un niño, muy cariñoso con sus hermanos, con las demás personas y la gente se admiraba de su comportamiento para con quienes se encontraba en cualquier parte y situación. En un viaje a Santa Marta, y estando en un restaurante, le regaló su desayuno a un niño que lo requirió, quedando en ayunas.


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El 31 de diciembre de 2000, poco antes de que lo asesinaran, se bañó y vistió una de sus ropas usadas. Cuando le pregunté por qué no se había estrenado la que le compré, me respondió que se la había regalado a Chano (el bobito del pueblo), porque dijo que también él tenía derecho a estrenar. Ese día trajo a la casa a Chano para que se bañara y se vistiera.

El día del velorio, ese señor estuvo con nosotros todo el tiempo, ayudando a atender a las personas que vinieron a acompañarnos en nuestro dolor, como si fuera uno más de la familia. 

Eso se lo conté al Iguano, cuando me entrevisté con él, buscando que me explicara por qué me quitó a mi niño, que nunca le hizo mal a nadie. Solo se atrevió a decirme que lo perdone, porque “fue una equivocación”.

 

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