Ese joven flaco, expresivo, con actitud de líder, que hace dos años presentó un plan de trabajo y mostró las necesidades que los personeros estudiantiles tenían en sus colegios, hoy sigue esperando transformar la educación en el departamento, para que sea digna y, al menos, las escuelas tengan mejoras físicas.
Sin embargo, las esperanzas de Wilmer Torrado fueron flor de un día, y lo que debía ser un acercamiento a la política, al cambio, a la renovación, quedó “en la foto”.
“Uno como joven participa en esos eventos porque cree que eso tendrá resultados, pero como joven me siento tan decepcionado de algunas entidades del Estado”, dice enfatizando su desencanto. “Es que no es justo que jueguen con las ilusiones y con las ganas de servir a la sociedad, porque lo usan a uno para tomarse una foto y vivir un momento, pero las cosas que se acuerdan y que ellos prometen, no se cumplen”.
Para ese momento, cuando Édgar Díaz era el gobernador del departamento, aunque se mostraron las inversiones hechas en algunos colegios y se explicó que la dificultad de recursos era el obstáculo para lograr cambios, los 28 líderes estudiantiles que participaron en un consejo de gobierno ampliado con el mandatario sospechaban que del encuentro no quedaría nada.
Una de las estudiantes que estuvo en la reunión lloró desconsolada cuando Díaz se fue, y le manifestó su rabia temiendo el olvido del listado de más de 40 puntos de los requerimientos de las instituciones; en su mayoría, arreglos, reconstrucciones, y la contratación oportuna de docentes.
“Había compañeros con grandes cualidades, motivados y confiados en que daríamos el cambio”, afirma. “Incluso, se pensó en organizar un paro de todos los colegios de Norte de Santander, pero decidimos esperar a ver si el gobernador cumplía”.
Dos años después, la ira de esa jovencita hoy la entiende Wilmer, quien también está pendiente de una reunión con William Villamizar, pues en su momento Díaz dijo que les informaría tanto al nuevo mandatario como a los nuevos alcaldes sus obligaciones con los representantes estudiantiles.
“La idea era tener la educación que merecemos, pero con el tiempo también se perdió la comunicación con el resto de muchachos, y el exgobernador se olvidó de nosotros”, dice Wilmer. “Yo tenía una ilusión grande, porque él me dijo que me ayudaría para que yo estudiara”.
Y es que si de decepciones hay que hablar, a Wilmer lo han perseguido desde que era un pequeño, cuando su madre lo abandonó de siete meses de edad.
Sin embargo, dice que por fortuna, y por la casualidad de aparecer en la televisión y la prensa a sus 19 años, su progenitora lo reconoció y lo encontró.
“Ella me buscó, y como al año de que salí en los canales locales como gobernador nos conocimos”, cuenta. “Fue muy importante, sobre todo porque cada día de las madres siempre me imaginaba cómo sería mi mamá”.
Pero esa ocasión también fue efímera porque aunque hablan por teléfono ocasionalmente, “como que no siento esas ganas de llamarlo a uno, y es que pienso que pase lo que pase uno no abandona a un hijo, así toque sufrir”.
Su padre sí está en El Tarra, pero “no es como muchos” según cuenta Wilmer, pues le ganó su afición por las bebidas embriagantes.
“Me decepciona que, a pesar de todos los sufrimientos, que en mi caso creo que empezaron como a los cinco años, uno quiera salir adelante, pero sigue sufriendo”, dice. “Me pregunto: ¿cómo hago, sin mamá ni papá?, pero sé que hay que seguir”.
Un motocarro es su más preciado tesoro, pues permite la subsistencia familiar.
Los sueños
La meta de Wilmer es ser abogado para defenderse y defender a otros, y anhela ser el primer mandatario de El Tarra, algún día.
Para lograrlo le falta lo que a muchos: dinero, porque de él dependen su abuela, encargada de su crianza, y una tía, “y como acá los jóvenes desde temprano nos echamos al hombro obligaciones”, también paga una habitación con su pareja.
Actualmente sigue ejerciendo la labor social, y es colaborador voluntario en una escuela, integra el proyecto Pasa la paz, y “con un carromoto que me compré, hago carreritas y llevo carga”.
Pese a que dice tener ganas de “hacer una casita”, sabe que sin estudio será complicado cualquier logro, porque está cansado de engaños y promesas.
“No sé de dónde saldrá la plata para la universidad, pero sé que Dios no me deja solo”.
Mientras tanto, mantiene vivo su interés para que se acabe la guerra, convencido de que los jóvenes deben apoderarse del proceso de paz para saber qué ocurrirá con los municipios.
“Hasta el momento, lo que veo es que la paz va a llegar a unos poquitos porque el gobierno no ha hecho nada por apoyar al campesinado”, dice. “El campesino está atemorizado por la erradicación de cultivos, pero no tanto por la erradicación sino porque no se sabe qué se va a brindar si se erradica, y en el campo solo están esperando el golpe”.
Él hace lo posible por saber, y difundir, pero persiste en sus principales críticas al gobierno por abandono, ignorancia, descuido y maltrato; si un día es alcalde, o servidor público, promete no repetir la historia.
“Imposible que uno de joven sufra la falta de respeto de entidades del gobierno, y uno hacer lo mismo”, señala con firmeza. “En esos escenarios uno necesita de la gente y la gente, de uno; eso es lo bonito de la política: la ayuda mutua”.
Y aunque la ayuda no llegó de su homólogo poderoso, ni de otros, Wilmer continuará su rumbo a bordo de la moto mientras revisa cada tercer día la foto que le tomaron con el exmandatario.
“Me da una tristeza ese encuentro, pero no borro la imagen… ¡Sobre todo porque me gusta mi presencia!”, dice sonriente y complacido, apenas al mando de un recuerdo.