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La ‘chuequera’ es un estilo de vida para este médico nortesantandereano
"Amo mis pies torcidos porque con ellos he llegado muy lejos, amo mis manos de araña porque con ellas he hecho cosas que muchos no se atreven, amo mi lengua porque con ella he dejado callado a muchos pensando en sus limitaciones”, Johnn Taylor Casadiego.
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Karina Judex
Karina Judex Balaguera
Domingo, 6 de Julio de 2014

Doña Gloria, a sus 64 años, caminaba con dificultad por los pasillos del Hospital Universitario Erasmo Meóz, con un intenso dolor en su brazo izquierdo. Su propósito era llegar a un consultorio para que algún profesional le ayudara a calmarlo.

Ya en muchas ocasiones tuvo que visitar al médico para tratar la trombosis venosa que, con el paso del tiempo, le impedía mover con más precisión su extremidad, pero esta vez sería la primera paciente de un ‘chueco’.

Ese ‘chueco’ era Johnn Taylor Casadiego, un joven de 23 años estudiante de medicina de la Universidad de Pamplona, a punto de convertirse en médico titulado, que ha demostrado que las ganas de salir adelante y el fijarse un propósito en la vida pueden llevar a una persona a cumplir cualquier deseo.

Con su gran personalidad logró sortear los altibajos que le representó escoger una carrera tan compleja y en la que existe un prejuicio histórico, porque muchos piensan que “el médico debe ser perfecto”.

Johnn tiene parálisis cerebral. Le faltó oxígeno al nacer y su cerebro sufrió daños generando afecciones en el habla, la motricidad fina de la mano izquierda y la marcha (dificultad para caminar).

Ha sido difícil, pero no imposible, adaptarse y conocer los caprichosos vaivenes de la vida. Aunque en su recorrido varios sucesos no han dejado de sorprenderlo, siempre ha buscado una solución divertida y lógica, sin dejarse amilanar por las circunstancias.

La sicóloga que lo ayudó en su crecimiento personal, le recalcó algo que lo marcó por el resto de su vida. “Cuando se burlen de ti, no tengas miedo, búrlate de ellos por ignorantes”, y esas son cosas que jamás olvidará.

De doña Gloria, su primera paciente, siempre recordará su bondadosa sonrisa y solidaridad, pues tuvo que buscarla muchas veces por el hospital para que lo ayudara. “Cuando uno empieza a hacer historias clínicas se equivoca mucho y se le olvida preguntar cosas importantes, entonces fui muchas veces a preguntarle cosas para una misma historia clínica. Hoy en día uno la hace en 20 minutos, y yo me demoré casi un día entero. Ella ya estaba tan cansada que me dijo, si quiere anote mi número de teléfono y me llama, si necesita algo más. Fue muy amable y muy querida”.

Esta no fue la única ocasión en que tuvo que revestirse de paciencia para cumplir su propósito. Siempre miró qué materias venían para poder adelantar y así cuenta cómo fue su primer examen de sutura, cuando la docente se acercó y le dijo que tenía que hacerlo, y lo hizo.

Lo que muchos no supieron es que tras esa mirada expresiva, este joven inquieto llevaba un año practicando la mejor forma de hacer sutura, para demostrar que pese a su limitación de la mano izquierda, podía lograrlo.  “Aprendí que el que tiene fe en sí mismo, no necesita que nadie le crea”.

Y así entre férulas, suturas, curaciones y tras tantas experiencias que vive un médico en su proceso de formación, vivió el momento más feliz, cuando sin conocimiento previo en octavo semestre, pudo atender el parto de la esposa de su mejor amigo. “Hoy en día soy el padrino de esa hermosura”.

Luego en su experiencia médica fue encontrando pacientes de todos los estilos, preguntones, discretos, curiosos, apáticos, amables; pero asegura con una sonrisa en su rostro, que ninguno hasta el momento ha sido complicado.  

“Algunos me preguntan de frente y sin anestesia, usted que tiene. Normal, es su derecho, y yo  como si nada respondo: yo tengo esto y esto, mi derecho también. Y a mí no me disgusta informarles”,  responde Casadiego siempre sacándole chiste a cada una de sus vivencias.

“La chuequera no se pega”

Para este joven de 1 metro con 72 centímetros,  de tez blanca, cabello negro y una prominente sonrisa,  vivir con un problema físico no es motivo de exclusión. Y cada vez que vive una situación de estas recuerda las palabras de su padre  que le insistía en que él era chueco pero que no por eso no podía ser normal “tú podrás hacer todo”, le repetía y  siempre fue tratado igual que a sus dos hermanos.

Por eso diseñó una conferencia llamada “ser chueco no es una discapacidad, es un estilo de vida”. Con ella, muestra cómo ha sido su existencia. Cuenta que muchos se alarman al escucharlo hablar, se sorprenden, pues en su voz juvenil y algo grave se identifica la dificultad para pronunciar algunas palabras. Pero a él no le importa, aunque muchos no entiendan que es normal y duden de sus capacidades, pues así puede sorprenderlos.

Por eso, frunce el ceño y luego sonríe cuando recuerda quizás uno de los momentos más desagradables de su vida. Estaba en noveno grado y había una joven de la que estaba enamorado. Duró una semana cortejándola con dulces y chocolates hasta que se acercó y “me dijo que no la molestara más  porque le daba miedo que se le pegara mi enfermedad”.

En ese momento, dice Johnn, le dio mucha rabia, pero hoy lo cuenta porque le da mucha risa tanta ignorancia, por eso en algunas conferencias repite “acércate y comparte que la chuequera no se pega”.

 

John Taylor junto a su madre.

“Nadie sabía cómo venía”

Dignery Durán, su madre, emprendió una lucha el 31 de octubre de 1991 que la marcó por el resto de su vida.

En un corregimiento de El Carmen en Norte de Santander,  ya cansada y con un  la ilusión a flor de piel recibió en los aposentos de su hogar a su primogénito. Un ser que no ha parado de sorprenderla.

“Nací en la casa con partera y mi abuela. En ese entonces mi pueblito no tenía ni puesto de salud y fue un trabajo de parto prolongado. Lo que nadie sabía era que venía un chueco detrás de eso”, cuenta con una sonrisa Johnn Taylor Casadiego.

Generalmente cuando los niños nacen, nadie se pregunta como viene, solo si respira y está vivo, y así fue como la discapacidad de Johnn  fue detectada a los seis meses cuando sus padres notaron que su desarrollo no era normal.

Ahí empezó su doble vida, entre los pasillos del hospital de Ocaña y los corredores de la casa de sus abuelos, donde vivía con sus padres y algunos tíos.

- Era bellísimo porque todos nos conocíamos y comíamos juntos.

A los dos años, sus padres se mudaron a Arauca, un cambio de vida y un nuevo reto para el niño que con terapias mejoraba su afección en la movilidad del cuerpo y el habla. A medida que crecía su inquietud por estudiar se hizo más evidente.

A los 5 años, ingresó a una escuela pequeña donde fue querido y pudo estudiar sin problema, pero a medida que pasaba el tiempo tuvo que trasladarse a otra institución con más capacidad.

En este nuevo lugar los niños lo aislaron por su discapacidad, así que él volvió esa exclusión un juego, porque cada vez que se acercaba se dispersaban, lo que llevó finalmente a que hicieran una reunión en donde explicaron qué era lo que le sucedía y aprendieron a convivir y compartir con él. Fue tan buena la convivencia que terminó siendo el mejor bachiller.

Para Johnn, su familia es el complemento perfecto de su vida. Aunque Dios lo hizo ‘chueco’ asegura que también le regaló los mejores padres. “Mi madre es única,  fue reina y  por eso yo digo que soy hijo de una reina”.

Conoció este mundo, alejado de la medicina pues en su familia nadie se relacionaba con el sector salud, pero su enfermedad y el amor de su hogar, lo llevaron a enamorarse de esta profesión.

Hoy, deja el Erasmo Meóz para culminar su etapa de prácticas en el Instituto de Ortopedia Infantil Roosevelt, en Bogotá y seguir con su sueño de ser uno de los mejores neuropediatras de Colombia.

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