Sentada frente a su máquina de coser, sus manos se camuflan entre las telas que hay sobre la mesa, el tiempo corre y necesita entregar lo más rápido posible varios encargos que le han dejado sus clientes.
Aunque está concentrada en su trabajo, hay una parte de su pensamiento que se detuvo y sólo tiene lugar para un recuerdo: el de su hijo.
Martha, todos los días se levanta con la esperanza de saludarlo, preguntarle si desayunó, si almorzó o cenó.
Sin embargo, su realidad es otra: hace trece años no sabe nada de él. La última noticia que tuvo fue que un grupo guerrillero se lo llevó.
Desde ese día se siente incompleta y aunque está lejos del lugar del que tuvo que huir de la violencia, espera que en algún momento la llamen para hablarle acerca de su hijo.
"Recuerdo que el 14 de junio del 2003, un grupo armado llegó al pueblo en donde estábamos y se llevaron a todo el que se encontraban", dice con voz entrecortada Martha, evocando el día más triste de su vida.
Con la mirada puesta en el suelo, perdida en sus pensamientos, y con los ojos humedecidos por las lágrimas que no pudo contener, contó que al otro día de la desaparición, en su pueblo, San José del Guaviare los rumores hablaban de unos cuerpos.
"Encontraron a tres personas muertas, pero entre ellas no estaba mi hijo", mencionó con impotencia.
Martha siguió su búsqueda implacable pero la angustia durante los primeros días, llegó a enfermarla. Tan compleja era su situación, que aunque le pidieron que se fuera del pueblo y que no lo buscara más, ella insistía, con la esperanza de verlo volver.
Aunque era consciente de la difícil situación, no sabía el calvario que vendría después de que su hijo desapareciera.
"Me fui para Bogotá, allá me recibió mi mamá, salimos del pueblo porque había mucha presión, pero afortunadamente mi familia me recibió".
Sin embargo, Martha intentó salir adelante junto a sus otros dos hijos, que se volvieron compañeros del dolor. Es por eso que "me fui para Villavicencio e intenté montar un negocio pero no me dio" dijo.
La oportunidad en Cúcuta
Tras una travesía que quiere olvidar pero no puede, la vida cruzó a Martha con dos personas que la invitaron a Cúcuta para que buscara allí una nueva oportunidad.
En ese momento recordó que cuando llegó con sus hijos a la ciudad no traían ropa, solo la que tenían puesta.
"Yo dije, voy a tomar otro rumbo para ver qué hago, pero uno se desorienta mucho, por eso es que hay personas que se van por el mal camino, ¿qué hace una persona cuando no tiene donde llegar?", dijo Martha.
Cuenta que no podía llegar a un lugar y decir que era una desplazada por la violencia.
"El solo hecho de que sepan que uno es desplazado, daba para decir que quién sabe qué será, la gente lo señala a uno muy feo", agregó.
En Cúcuta, la vida no fue fácil para ella, los primeros años le trajeron sacrificios por extensas jornadas de trabajo que llegaron acompañadas de enfermedades. A esto se sumaba la angustia, que hasta hoy no se ha apagado.
Su primer trabajo en la capital nortesantandereana fue como vendedora ambulante, "tenía 50 mil pesos y con eso compré limpiones y llaveros y los vendí a pie en las calles. Después ofrecí música. Por llevar la comida para mis hijos me aguanté muchas ofensas de los borrachos, muchos me preguntaban que cuánto me ganaba en la tarde y me decían que me sentara con ellos y que me pagaban", recordó entre lágrimas.
Dejó a un lado la venta ambulante y junto a otra persona formó una sociedad para tener un local de venta de cerveza.
"Al principio fue muy duro, tocó que aguantarse le maltrato de la gente, después el negocio fue mejorando" dice.
Hoy en día, sus hijos ya son bachilleres y hacen un esfuerzo para ser profesionales.
Entre logros y batallas
Martha ha librado una gran batalla contra la depresión, todas las noches llora a su hijo y la tristeza, la invade en cualquier momento.
Pasaba noches sin dormir, lo que aumentó su cansancio, por eso cerró el negocio que tenía.
Sin embargo, ella encontró en el Comité Internacional de la Cruz Roja, un apoyo para poder trabajar en lo que tanto quería: la modistería.
Se trata de un apoyo económico que consiste en el fortalecimiento de una unidad productiva. Por esta razón, ella recibió dos máquinas de coser para la empresa que formó.
Su salud ha mejorado, sin embargo, el recuerdo de su hijo sigue intacto, aunque asegura que a veces no tiene tiempo para averiguar qué pasó con él, pero debe seguir, sin borrar el recuerdo de su mente.
Martha es una de las mujeres que quiso contar su caso en el lanzamiento de la campaña "Aquí falta alguien", con el motivo del Día Internacional de los Desaparecidos que se conmemoró el pasado 30 de agosto.
Según Christoph Harnisch, jefe de la delegación del CICR en Colombia “la desaparición de personas en Colombia ha alcanzado proporciones dramáticas. En contraste con un ambiente favorable para contribuir con el derecho de los familiares a conocer la suerte de sus seres queridos desaparecidos por razón del conflicto armado, día tras día aumentan los registros de personas de quienes no se tienen noticias. La sociedad entera debe estar preparada para que la búsqueda de las personas desaparecidas y el acompañamiento a sus familias sea una labor de largo aliento”.
Según cifras oficiales, a mediados de agosto de este año 117.422 personas estaban reportadas como desaparecidas. De estas, no se tiene ninguna noticia de 63.686 hombres y 19.136 mujeres. Este dato incluye personas desaparecidas por fuera del conflicto armado, que también traen consigo una carga de incertidumbre para sus familias.
En Norte de Santander la cifra de desaparecidos es de 4.121, de los cuales 842 han aparecido vivos y 134 muertos, asegura Luis Alberto Durán, presidente de la Asociación departamental de familiares victimas por causa de desaparición forzada, verdad y justicia.
Tibú es el municipio con mayor número de casos con 1554, le siguen El Tarra, El Carmen de Ocaña, La Esperanza, Sardinata y Cúcuta.