En tiempo seco el viaje a La Gabarra dura más de dos horas, saliendo desde Tibú. Pero en época de lluvias —como la que hoy vive este sector—, el recorrido se extiende casi hasta cinco horas, en un trayecto de 58 kilómetros.
La razón es simple: el estado de la vía sigue siendo malo, salvo por el tramo de 10 kilómetros en mantenimiento por parte del Ejército; el único alivio para el viajero.
Es que el contraste es notorio y cada paso que se avanza tiende a empeorar.
El viaje de ida podría dividirse en tres secciones: una regular pero transitable, otra en óptimas condiciones, y la última, que es un desastre.
La primera, va desde la ye que divide la vía Tibú-La Gabarra y conduce a la vereda Socuavo.
Desde allí, hasta poco más adelante del sector El Amparo, aunque hay tramos hundidos y grandes piscinas lodosas, los conductores conservan la esperanza de llegar a su destino.
La segunda sección es la que arreglan los Ingenieros Militares, que comienza en afirmado y evidencia la impactante ampliación de la carretera. Hasta este punto el trayecto se hace en un camino sencillo y destapado.
Luego vienen más de 4 kilómetros asfaltados, también en un amplísimo tramo por el que los choferes sienten que se reducirán varios minutos de la jornada, pero no.
Al encontrarse con la valla que anuncia el cierre de trabajos de los uniformados llega la tercera sección, la más tortuosa y en la que cualquier vehículo se queda atascado.
Si bien la recomendación de los habitantes es andar en un carro “que tenga la doble”, a veces ni este truco vale.
Cuando se llega al kilómetro 43, uno de los puntos más críticos, en un viaje hecho por La Opinión se constataron las dificultades de acceso para cualquier transportador.
Durante más de una hora, el conductor de una camioneta que llevaba un grupo de topógrafos se atascó y solo cuando llegaron otros cuatro carros logró salir.
Eso sí, tuvo que esperar a que sacaran del barro una volqueta jalada por otra, que a su vez duró 20 minutos en salir de esas arenas movedizas.
Un grupo de siete hombres, con la única pala que había, prestada por un finquero, trataron de darle forma a la trocha y decidieron que la mejor forma de llegar era en caravana.
Sin embargo, no contaban con que unos metros más adelante había otro paso imposible de atravesar, pero al que un habitante dio solución y prestó el desvío de la entrada de su finca.
¿Amabilidad? Tal vez no. El ‘peaje’ cuesta 5 mil pesos el día.
“Son cinco mil pero usted puede pasar las veces que quiera, hoy. “Ya si pasa mañana, toca que vuelva a pagar..”, dijo el dueño de la finca.
De ahí en adelante el temor es que caiga un aguacero, porque entonces no hay más alternativa que esperar.
El terreno resbaloso y hundido está lleno de cunetas y zanjas que se forman con el paso de los grandes vehículos, máquinas y buses intermunicipales.
Ni la caravana sirve porque los maquinistas deben continuar el transporte de materiales, no solo para los trabajos del Ejército, sino también para el mantenimiento de la vía principal del casco urbano de La Gabarra.
Aunque los choferes tratan de colaborar, el trabajo está primero y cada cual debe seguir su rumbo.
A escasos cinco minutos de La Gabarra, el último impulso es el más complejo pero la solidaridad gana y entre varios se orientan hasta que logran pasar.
Convencidos de la hazaña dicen: “ese pasa”, “chancletéele”, y al final, con triunfo de los vehículos sobre la compleja carretera, alguno canta: “¡Ay, qué dolor!”.