Pedir permiso para utilizar el laboratorio de química de la Institución Educativa Raimundo Ordóñez Yáñez, de Lourdes, se convirtió en la oportunidad para que Jesús Combariza iniciara uno de los más ambiciosos procesos de investigación a los que jamás hubiesen tenido acceso los estudiantes del colegio.
En principio, el joven ingeniero químico, solo quería utilizar las herramientas del laboratorio para hacer sus procedimientos científicos, pero la solicitud de la rectora logró una especie de trueque para que mientras él hacía lo suyo, el colegio recibiera algún beneficio; para este caso, un par de talleres en práctica química.
Sin embargo, las prácticas pasaron de ser talleres esporádicos a investigaciones muy serias, con resultados equiparables a los de los mejores laboratorios del oriente colombiano.
“Fue por interés propio que quise hacer un proyecto completo, y para los muchachos fue chévere porque no habían tenido una experiencia así”, dice Combariza.
Y aunque es estricto, meticuloso y bastante ordenado, disfruta compartir su conocimiento y parte de su vida, sin recibir nada.
De hecho, tal vez su única recompensa palpable fue una innovadora feria de ciencia que presentó todo tipo de resultados; seis, para ser exactos.
El primero, la extracción de aceites esenciales de plantas medicinales, habitualmente usadas en los remedios tradicionales de la comunidad, pero esta vez elaborados con un método científico.
El segundo consistió en la descomposición química del plástico, con el fin de obtener las materias primas de las que está hecho.
El objetivo fue dar una alternativa técnica que trascendiera la clásica opción de hacer manualidades con los residuos, y demostrar que se pueden dar otros usos y crear nuevas formas a punta de ciencia.
El tercero sirvió para explorar la microbiología, con muestras de bacterias producidas por el cuerpo humano y tomadas de los mismos estudiantes.
Cada uno hizo sus cultivos, los estudió y expuso por qué es importante el aseo corporal y practicar buenos, y frecuentes, hábitos higiene.
El cuarto fue una batería química; otro más un análisis sobre el fuego, y el último, un trabajo relacionado con nutrición y la ingesta de vitaminas.
“Tuvimos de todo un poco”, menciona, satisfecho después de desarrollar guías, organizar el sencillo laboratorio, y diseñar el gran proyecto.
Los hallazgos
Dos hallazgos fueron los más relevantes para el docente: conocer cuál era la extraña sustancia que tapaba las tuberías de los campesinos, y probar que el trabajo hecho en los laboratorios tiene una función educativa y social.
“Muchas personas de las veredas nos pidieron hacer análisis del agua, porque se taponaban con frecuencia las tuberías”, relata. “Llegamos a los sitios y tomamos muestras de una especie de cáscaras que se formaban”.
Al final, se encontró que el agua llevaba gran cantidad de carbonato, inofensivo para la salud, pero impenetrable cuando se formaban costras al interior de los tubos.
“Cuando la gente hervía el agua, le quedaba una especie de nata alrededor del borde de la olla”, agrega. “La presencia del carbonato es absolutamente normal, y con el trabajo que hicimos vimos que ese carbonato que quedaba en los utensilios de cocina era bicarbonato de sodio”.
Una simple filtración con un colador y listo: bicarbonato de sodio, totalmente gratis, el agua libre de impurezas, “y desintoxicamos las tuberías”.
Sin embargo, esto no fue todo lo que se logró, pues el laboratorio escolar terminó por dar resultados tan acertados como los de las muestras que se envían a Bucaramanga, y sin necesidad de contratar personal ni transporte.
“El laboratorio lo recibí abandonado. Tiene unos 30 años y se ha usado como tres o cuatro veces”, señala con decepción. “Es básico; de primer nivel, si se puede llamar así, y aunque tiene muy buen material le faltan varios elementos”.
Pero con todo y lo que falte, el ‘profe’ no claudicó en su misión, y con algunos niños que hacen su práctica social se arregló el escenario que hoy cumple cabalmente con la Norma Técnica Colombiana de manejo de laboratorios, con orgullo y en total anonimato.
Lo pendiente
Si bien el laboratorio no tiene mayores inconvenientes de infraestructura, Combariza espera que con el rendimiento que se ha demostrado este año, el colegio reciba el apoyo suficiente para ser una fábrica de investigadores con simples soluciones:
Suministro de agua permanentemente, dado que el servicio solo está garantizado en las mañanas.
Medidas básicas de seguridad porque según el profesor “son fatales”: No hay máscaras, extintor, botiquín, lavaojos, ducha, entre otras.
Insumos químicos, de los que falta un 50 por ciento, aproximadamente, más la renovación de algunos reactivos que han perdido parte de sus propiedades por el tiempo en desuso.
Se estima que con unos 40 millones de pesos de inversión los nuevos científicos desarrollarían muchos más proyectos, pero todo depende de la voluntad de la Gobernación y la alcaldía.
“El 90 por ciento del proceso ha sido de pura creatividad, de buscar materiales, y con un interés académico que, con el tiempo, impactó socialmente”, afirma recordando, con gracia, que todo el esfuerzo del grupo ha tenido como máxima estrategia difusión su cuenta de Facebook.
“Hemos demostrado que no todo es interés ni individualismo, sino que se pueden lograr grandes cosas invirtiendo en el conocimiento y haciendo labor social”, dice.
Ese es su único mensaje y su gran motivación, mientras divide la otra parte de su tiempo en otra gran idea, pero que sí recibe respaldo económico y técnico por parte de la Universidad de Antioquia: crear una planta de pectina, obtenida de las cáscaras de naranja, pero eso será materia de otra sustancia...