Eduardo Carvajal es más que uno de los tradicionales tenderos del barrio La Playa, no solo por su acento distinto, o su enigmático rostro, sino porque en febrero de 2014 inició largas jornadas de grabación siendo parte del elenco de la película Los 33, que muestra la historia del derrumbe que dejó a 33 mineros sepultados durante 70 días, en Chile.
De hecho, así terminó su más reciente estadía en su tierra natal rodeado, nuevamente, de grandes estrellas. Antonio Banderas, Kate del Castillo, y Gustavo Angarita son los que más recuerda porque compartió con ellos algunas charlas y al menos con dos de ellos, logró tomarse una foto.
¿Por qué nuevamente? Pues porque desde que llegó a Colombia, hace más de 40 años, su vida estuvo siempre junto a la farándula y los grandes artistas y hace un año reanudó este rumbo.
Al país arribó luego del golpe de Estado en Chile, en 1973. Pasó por Perú y de allí viajó a Cartagena, siempre por tierra pues le temía a los aviones. En el Caribe colombiano consiguió trabajo en un prestigioso hotel, después de ser víctima de un robo mientras cambiaba los dólares que le quedaban para pasar el tiempo en Colombia.
Estuvo a cargo de la taberna del hotel y fue ahí donde empezó a conocer a celebridades como Pambelé, cuando este se iniciaba, sospecha Eduardo, en el consumo de drogas.
Con el tiempo y seguramente por su eficiencia en el trabajo, el dueño del hotel Casino de Cúcuta, no el moderno, sino el antiguo que quedaba en la avenida cuarta con 14, frente a la Gobernación, le propuso establecerse en esta ciudad.
Sin embargo, lo dudó porque le gustaba la ciudad costera y creyendo que podría provocar su permanencia en Cartagena le contestó al propietario que si le pagaba el doble trabajaría en Cúcuta, con tal suerte que efectivamente ocurrió y por primera vez, nervioso e inquieto, se montó a un avión.
Así inició una de las mejores épocas al lado de los grandes de los años 70. Nombres como Vicky, Leo Dan, Leonardo Fabio, y hasta Julio Iglesias llegan a su memoria, porque él era el encargado de recibirlos en el aeropuerto, coordinar su estadía y comodidad, para llevarlos a presentarse en un club que llenaba sus instalaciones con al menos 600 personas.
“Trajimos a Raphael”, dice con su pausadísima voz. “Recuerdo que me preguntó: ‘¿Estoy bonito, Eduardo?, antes de salir a un show impresionante”.
Aunque para él estos detalles no son importantes, termina alzando los ojos al techo y piensa que siempre ha estado ligado a la fama, y con la película llegó al punto más notable de sus travesías.
‘La película, hablemos de la película’
Eduardo quiere volver a ver, con calma, la película que siempre recomienda, para poder recordar sus días de rodaje.
Con esa frase, luego de contar buena parte de su historia y de pedir que para este texto se escriba que es un orgulloso defensor de Colombia, solicita que nos enfoquemos en la película, porque hay detalles que prefiere omitir y reservarse, callar como una vez tuvo que hacer por una delicadísima enfermedad en su garganta de la que se recuperaba en Chile, cuando llegó su gran oportunidad.
“Había gente haciendo fila en una alameda y pregunté que para qué era. Me dijeron que era un casting, me puse a hacerla, ¡y quedé!”, relata y sonríe. “El domingo fue el casting, y el lunes me llamaron” dice y suelta otra sonrisa. Siempre sonríe, aunque tras el mostrador de su tienda parezca más bien un hombre demasiado serio.
“Hice el papel del hermano del minero que tenía a la señora embarazada”, cuenta mientras recuerda que durante la selección le tomaron fotos, muchas fotos, le hicieron leer un texto sobre minería, y explicar qué entendía de cada concepto, y de nuevo sonríe.
“Es que yo ya sabía de minería, porque estudié eso: ingeniería de minas”, y esta vez sí se ríe con más ganas, casi con picardía pues nadie se enteró de ello.
Es más, poca gente conoce que en verdad parecía ser su destino pertenecer a esa película dado que uno de sus primos, Víctor Segovia, fue uno de los mineros atrapados al que de algún modo lo persiguen los infortunios porque resultó damnificado por el terremoto del pasado 16 de septiembre.
Víctor fue quien tomó los apuntes en un cuaderno que encontró en una de las cuevas de la mina y cuyos apuntes –vendidos en 100.000 dólares, unos $300 millones- se tomaron como base para publicar el libro ‘En la oscuridad’ que, a su vez, inspiró la cinta.
La película se grabó entre Copiapó, en Chile, y Nemocón, Colombia, pero a Eduardo solo le correspondió estar en el desierto, con horarios que podían ir de 6:00 de la mañana a 11:00 de la noche, sin teléfono, a temperaturas bajísimas en la noche y la madrugada, y en el día, con un calor más abrasador que el de Cúcuta.
Durante un año estuvo lejos de su casa pero da la impresión de no haberla añorado, tal vez por su signo zodiacal: Sagitario, que es aventurero.
Lo que más recuerda y atesora son las dos únicas fotos que conserva en una memoria USB junto a Gustavo Angarita y otra con Banderas, que además son su único recuerdo material dado que varias de las escenas que grabó con esmero e ilusión, se omitieron.
“Cómo me dolió no ver la escena cuando estábamos Antonio y yo, frente a frente, y otra en la que me arrodillaron a rezar…”, dice.
Sin embargo, no se acongoja demasiado pues se siente satisfecho de haber podido compartir una vez más con otros artistas, de verlos cerca, reales, humanos, sencillos y sin pretensiones.
Un poco como él, con una historia de terciopelos, luces, trajes elegantes y al final, un hombre simple, dueño de una tienda y de quien nadie sabe, tiene una vida como para armar otra película.