No lejos del turístico lugar donde se encuentran las aguas negras del Río Negro y las aguas marrones del Solimoes, dos de los principales afluentes del Amazonas brasileño, un lago desapareció dejando una gran extensión de suelo agrietado.
Sólo queda un pequeño arroyo donde estaba el Lago do Aleixo, ahora símbolo de la gravedad de la sequía que afecta al estado de Amazonas (norte) y a su capital, Manaos, la principal urbe de la Amazonía brasileña.
Sobre el estrecho hilo de agua, un hombre sin camisa empuja trabajosamente una canoa en la que transporta un refrigerador. El agua apenas le llega a las rodillas.
Alrededor se puede ver el borde de la mayor selva tropical del planeta.
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Cargada con una pesada bolsa de plástico, María Auxiliadora da Silva, una jubilada de 62 años, intenta mantener el equilibrio sobre el tronco de un árbol tirado en el suelo para evitar hundirse en el fango cerca del arroyo de camino a casa.
“No tenemos adónde ir, así que nos quedaremos aquí hasta que vuelva el agua”, dice a la AFP mientras mira con tristeza su casa flotante de madera atrapada en el barro.
“Antes se aguantaba bien (flotando en el lago), ahora está toda dañada”, dice esta mujer de pelo rizado y canoso recogido en un moño.
En los alrededores también hay muchas embarcaciones encalladas.
Un gran barco de dos pisos destinado al transporte de decenas de pasajeros está claramente inclinado hacia un lado. En un costado lleva su nombre: “Vitória de Jesus” (Victoria de Jesús).
Efectos psicológicos
Graciete Abreu, una agricultora de 47 años, vende sus verduras en un mercado del distrito de Colonia Santo Aleixo, cerca del lago desaparecido, a unos veinte kilómetros al este del centro de Manaos.
Para transportar sus mercancías desde su finca a orillas del Río Negro, normalmente solo necesita navegar a bordo de una pequeña embarcación. Pero con la sequía, tiene que caminar varias horas para llegar a su destino.
“Llevamos la canoa hasta el lugar donde todavía hay agua, la arrastramos un poco y acabamos abandonándola para terminar el recorrido a pie”, cuenta esta mujer negra que viste una gorra azul con trozos de tela que le protegen el cuello del sol.
Pero, según ella, más allá de los daños materiales, la sequía también tiene “efectos psicológicos” por ver el paisaje menguado.
La desoladora escena también se encuentra en Marina do Davi, uno de los principales puertos fluviales de Manaos, donde decenas de barcos están varados en el barro.
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“Trabajo en el transporte fluvial y la mayoría de mis barcos están inutilizables”, suspira Raimundo Bernardo, un empresario de 43 años.
El viernes, el gobernador Wilson Lima declaró el estado de emergencia en 55 municipios de Amazonas, incluido Manaos.
Las autoridades locales también han adoptado una serie de medidas para ayudar a las poblaciones afectadas, como la distribución de 50.000 almuerzos.
La ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, anunció el jueves que el gobierno federal enviará ayuda humanitaria de “emergencia” ante “riesgos para el suministro de alimentos, agua potable, así como de productos de higiene y medicamentos”.
En Amazonas, un estado con 4 millones de habitantes, entre ellos un gran número de indígenas, el bajísimo nivel de los cursos de agua ha provocado la muerte de miles de peces y decenas de delfines rosados amazónicos.
La región sufre actualmente el fenómeno de El Niño, que reduce la formación de nubes y, por tanto, las lluvias, y cuyos efectos son cada vez más intensos, en un Brasil particularmente “vulnerable” al cambio climático, según Silva.
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