Las protestas en Colombia del 2019 se habían aplazado por la llegada de la pandemia, ahora vendrán con más fuerza. Esa es la realidad de lo que le viene al país en los próximos días. A la gente ya no le interesa contagiarse, le importa más que no aprueben la reforma tributaria, que tenga empleo, que tenga para comer su familia.
El ciudadano tiene rabia y por ello ya tomó una decisión: entre estar en una UCI muriéndose y tener a la familia aguantando hambre, prefiere no morirse de hambre. Eso es lo que no ha entendido el gobierno y supongo que Duque demorará en entender.
Viendo las imágenes de las protestas del pasado miércoles me recuerdan dos episodios: una lectura del escritor Fernando Soto Aparicio que en alguna ocasión lo escuché en la librería Luvina de Bogotá, y las imágenes de hace 10 años de un vendedor ambulante en Túnez, Mohamed Bouazizi, quien a sus 26 años se incineró en protesta porque la policía le incautó su carreta con la que transportaba frutos para la venta. Ese fue el comienzo de la “Primav
era árabe”.
Era noche lluviosa en Bogotá y el escritor Soto Aparicio, hablando de su libro “La rebelión de las ratas”, narración en la que un minero, Rudesindo Cristancho, era la expresión de la desgracia y la miserableza en la que se convierte la vida de muchos hombres, como sucede hoy en día, y una de las conclusiones de la disertación es que la vida para muchos adquiere unas circunstancias de tanta precariedad, de tantas limitaciones que como le sucediera a Bouazizi, entendió que era inútil seguir viviendo y por ello decidió prenderse fuego en una plaza. La furia con la que la gente está saliendo a protestar por estos días, su contexto es ese: la pandemia, como diría Carrrasquilla, “me vale huevo”, y prefiero salir y enfrentarme a la policía, a lo que sea.
Según datos del mismo DANE la pobreza aumentó en 3,5 millones en el 2020. Pasó del 35.6 al 42.5, y la pobreza extrema pasó del 9.6% al 15.1%. Es decir, según el DANE, casi la mitad de la población en Colombia es pobre, y eso que la estadística se queda corta, porque la informalidad se acerca al 60%. Cerca de 2.2 millones de colombianos carecen de las 3 comidas al día. Volviendo a las imágenes del paro, una de las ciudades en la que fue más fuerte las protestas fue en Cali, que el pasado viernes se encontraba bloqueada. No entraban ni las vacunas. No se si tienen la misma impresión, pero algunas de las imágenes que vimos en televisión de las protestas en barrios populares en Cali, se parecen a aquellas imágenes que vemos de Haití cuando salen a protestar.
Y el problema es que la gente tiene razón. Mejor lo decía por estos días uno de los más prestigiosos tributaristas del país, Santiago Pardo: “el señor que llega a la casa desempleado porque acaban de cerrar en restaurante en donde trabajaba, lo recibe su mujer con la noticia de que a su sueldo le van a quitar el 10%, y de que de ahora en adelante tendrán que pagar por los alimentos un IVA adicional, en servicios, en internet, en celulares, en todo”, y en momentos en que ese hombre llega a su casa, aparece Duque en televisión diciendo que lo que está haciendo es solidaridad con los pobres. Turbay fue un presidente inculto y carente de preparación, pero su intuición y habilidad no lo llevaban a cometer actos de torpeza como sucede hoy desde la Casa de Nariño.
Es inimaginable hasta dónde llegaran los niveles de protesta en los próximos días. Ya se habla que viene la Minga indígena del Cauca.
Nota. Para hablar de actividades reconfortantes, recomiendo el conversatorio de Carlos Torres con Victoria Hoyos, escritora colombiana que vive en Buenos Aires. Se encuentra en la página de Luvina.