Vio a fallecer a muchos, ayudó a sanar a otros, contrajo el coronavirus, fue paciente crítico y donó plasma. Antes de recibir la vacuna, el médico colombiano Norberto Medina atravesó el sinuoso camino de la pandemia asomando al abismo de la muerte.
Todavía afectado por una alteración hormonal asociada al virus, este intensivista de 41 años volvió a paliar las dolencias de los enfermos en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) en Bogotá, el mayor foco de infección del país.
"La pandemia me cambió para siempre, me hizo más humano", resume con voz serena. Desde que Colombia detectó el primer caso de covid-19 en marzo de 2020, más de 50.000 trabajadores de la salud se contagiaron y 227 fallecieron.
La AFP acompañó a Medina por algunos pasajes del año en que tuvo que apartarse de su familia y conoció la soledad de los moribundos, como diría el sociólogo Norbert Elias.
Fatiga
La UCI es "pitos por acá, por allá, gritos de las enfermeras, médicos corriendo" por todas partes, dice el médico, conocido también como 'Negro' por colegas y amigos.
Medina forma parte de un equipo de unas sesenta personas que se intercambian en tres turnos diarios para atender a los más afectados por la pandemia.
Colombia ha vivido dos olas de covid-19 y hoy es el segundo país con más contagios en Latinoamérica (2,3 millones) y el tercero con mayor número de muertes (61.243).
En los periodos más graves, los pocos médicos que no se habían contagiado doblaban sus turnos, mientras la "frustración" reinaba.
"Por más que tú hicieras el mayor esfuerzo por los pacientes y los quisieras sacar adelante, se complicaban y fallecían", lamenta Medina.
Fue entonces cuando asumió "el primer golpe" para proteger a su familia. Junto con su esposa, médica de urgencias, decidieron separarse de sus hijos de uno, ocho y diez años. Los abuelos se encargaron de los niños mientras ellos enfrentaban la pandemia en primera línea.
"Hubo momentos en los cuales ya no quería más, ya no quería seguir trabajando", deplora.