A Fernando Botero Zea, hijo del fallecido artista plástico colombiano Fernando Botero, los recuerdos de su padre le revolotean en la memoria y todavía le cuesta hablar en pasado del hombre que para todos era un maestro del arte y para él el centro de su vida.
Botero Zea recibió la noticia del fallecimiento de su padre en Bogotá y antes de partir a Mónaco a darle su último adiós habló con Colprensa sobre lo que significó su padre, sobre lo que pensaba de la paz del país, las honras fúnebres y los últimos días del gran artista del volumen y el color.
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¿Cómo recibió la familia el fallecimiento de su padre?
Estamos tristes, como es apenas natural, pero a la vez de alguna forma aliviados porque mi papá tuvo unos días muy dolorosos, de mucha ansiedad, de mucha dificultad para respirar y realmente verlo sufrir así era muy doloroso para nosotros como familia. Entonces, estamos contentos de que se haya ido en paz, que se haya ido sedado y que se haya ido rodeado de todo el amor de la familia y me atrevo a decir de millones de personas a través de un mundo que admiran su obra y su legado artístico.
Su padre tenía 91 años y aún seguía trabajando. ¿Por qué se resistía a dejar su oficio?
Es cierto. A pesar de las dificultades propias de la edad seguía yendo al estudio, seguía trabajando, seguía creando y le producía una gran pasión su trabajo. Él decía que era el hombre más afortunado del mundo porque había descubierto a temprana edad una pasión muy profunda que lo llevaba a pintar de lunes a viernes, el sábado, el domingo, el 31 de diciembre, el 1 primero de enero. Todos los días eran una ocasión para expresarse, para pintar que era su gran pasión.
¿Cómo se llevarán a cabo las honras fúnebres y dónde será sepultado?
La decisión de mi padre fue ser enterrado en un pequeño cementerio municipal de un pueblo pequeño de Italia que se llama Pietrasanta. Italia fue un país extraordinariamente importante para él, diría que fue un país profundamente cercano a su corazón, y él quiso que sus restos quedaran para el resto de los tiempos en Pietrasanta, al lado de la mujer que lo acompañó durante medio siglo, que fue la artista Shopia Vari.
Su padre siempre apostó por la paz desde el lugar del arte. ¿Usted cree que se marchó satisfecho de cómo iban las cosas en el país?
Creo que él se fue tranquilo con el país, pese a las dificultades que se viven. En Colombia él le apostó mucho a la bandera de la paz, él hizo muchas pinturas para denunciar la violencia y para celebrar la paz. Donó a Colombia una paloma de la paz al tiempo con la firma de los acuerdos, durante el gobierno del presidente Juan Manuel Santos. De suerte que siempre creyó en la bandera de la paz, en la causa de la paz y creo que se fue al más allá confiado de que Colombia, a pesar de todas las dificultades, va a alcanzar finalmente la paz.
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¿Botero les habló alguna vez del futuro de Colombia, de lo que él soñaba que pasara?
Hablaba muchísimo de los temas del país, era una persona que seguía a los medios, que seguía las noticias, estaba enterado de todo lo que pasa en Colombia. Era una persona que vivía con alegría los momentos buenos y vivía con tristeza los momentos tristes, pero siempre creyendo en el futuro de Colombia y en la vitalidad de nuestro país.
¿En qué momento usted descubrió la grandeza de su padre como artista?
Es un momento muy preciso: yo tendría unos 9 años, estábamos en una casa a las afueras de Nueva York cuando nos avisó mi padre que venía un coleccionista importante a visitarlo y el coleccionista llegó en un carro rojo deportivo, un Camaro, un carro muy vistoso. En un momento dado, durante el almuerzo, le ofreció a mi padre que le cambiaba ese carro por uno de sus cuadros y mi papá dijo que no hacía el cambio. En ese momento, de niño, me pareció una decisión absurda de mi padre, pero capté que sus cuadros tenían un gran valor, porque no había querido hacer ese intercambio. En ese momento me di cuenta que ya era una persona con una carrera muy consolidada y un éxito muy grande.
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