Empezar desde cero no es fácil y mucho menos cuando el conflicto armado ha dejado huella. Sin embargo, en el barrio de Cormoranes de Cúcuta, un grupo de mujeres son ejemplo de que el pasado, por muy duro que haya sido, no limita esas ganas del presente en busca de un futuro promisorio.
Allí, en medio de un desolado terreno, y en medio de matorrales, 25 integrantes de la Asociación de Mujeres Víctimas del Conflicto Armado de Cormoranes (Muvicar) se dividen el arduo de trabajo de tener un galpón avícola, cuya producción ya está siendo vendida a las comunidades, familiares y algunos comercios.
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La representante legal de Muvicar, Euflandia Alfonso Feliciano, lleva la batuta de la organización desde que esta nació, en 2016, pero también encabeza los esfuerzos para que el proyecto productivo, que comenzaron a darle forma en 2018, se mantenga, pues es el sustento de al menos 120 personas.
(Las mujeres aseguran que la competencia contra grandes avícolas no les permite tener una buen participación en el mercado. / Foto: Juan Pablo Cohen /La Opinión)
A sus 62 años, y después de 16 años de haber llegado a Cúcuta desplazada del caserío Flor Amarillo de Tame, Arauca, dijo que se siente más productiva que nunca. Afirmó que no se puede dejar de luchar, porque siempre habrá oportunidades para volver a construir lo que prácticamente “el destino les arrebató”.
“Somos mujeres del campo y elegimos algo que tuviera relación con el campo, como la cría de aves. También nos gusta la agricultura. No podemos quedarnos esperando que todos nos den”, añadió Alfonso, agregando que al salir de sus tierras decidieron cuidar sus vidas, porque “lo material se consigue”.
Turnos nocturnos
Rosalba Robles, es otra de las emprendedoras agrícolas, fue desplazada por el paramilitarismo desde La Gabarra en octubre de 1999. Ella le pone todas las ganas a la cría de los pollos de engorde porque tiene una pequeña hija que sostener.“No es fácil producir pollo a esta escala”, resaltó.
Y es que cuidar estos animales es un trabajo de 24 horas y los 7 días de la semana, por eso se programan en turnos de 12 horas, lo cual incluye vigilar y alimentar a los animales de noche, ya que esto reduce la mortalidad.
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“Lo más difícil es quedarnos de noche aquí. Nos quedamos de a dos personas. Le da a uno mucho miedo. Pero ahí están Dios y los ángeles que nos cuidan (…) La ciudad es difícil, en nuestros casas estábamos acostumbrados a la agricultura”, agregó.
Foneida Téllez expresó que aprender a lidiar con las altas temperaturas de Cúcuta, capacitarse sobre cuándo y en qué medida alimentar a las aves fueron retos que asumieron, con el fin de evitar que se mueran estos animales.
“Empezamos con 500 pollos, en 2021, y ahora ya estamos sacando 700 en cada camada. Se lucha mucho con ellos, porque hay que estar pendiente de subirles y bajarles el comedero y el bebedero. Ellos le van avisando a uno cuándo tienen hambre”, aseguró.
Ella, desplazada de El Tarra desde el 2005, subrayó que ya las conocen en los supermercados, tiendas, hoteles, ente otros comercios a los que han llevado la proteína. Aunque reconoció que necesitan ampliar su cartera de clientes, porque la producción es bastante.
Certificas por el ICA, supervisadas por Fenavi
El día en el que La Opinión visitó el galpón, estaba de turno Consuelo Gómez, quien vestía una braga antifluidos, botas, gorro, guantes y tapabocas bajo una temperatura de 34 grados centígrados. Así cuidan de no contaminar el área de crianza de las aves.
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Gómez sufrió dos desplazamientos, pues en 2001 huyó de la vereda Versalles, cerca de Tibú, hacia Pelaya (Cesar), desde donde debió salir en 2013 para salvar su vida, por lo que terminó en Cúcuta.
Por la violencia de los grupos armados perdió a su papá, dos hermanos y un sobrino.
(Los mujeres empezaron en este lugar, pero el Minagricultura les dio recursos para construir un nuevo galpón./ Foto: Juan Pablo Cohen /La Opinión)
“A uno solo le queda seguir luchando por los hijos (tiene ocho). Somos un grupo de mujeres muy unido y hemos encontrado la asesoría técnica para poder sacar adelante este proyecto”, aseguró .
Élida Pérez, otra de las asociadas proveniente de San Calixto, manifestó que sueñan con tener 5.000 pollos por camada, porque su deseo es crecer. Por eso cuentan con certificaciones del Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) y las supervisiones de la Federación Nacional de Avicultores (Fenavi).
“Aquí nos tratamos todas como una familia y estamos enfocadas en un comercializar un producto de calidad. Por eso esperamos que más comercios nos compren”, concluyó.
La avícola tiene un potencial de producción de 4.500 pollos por año, lo que representan alrededor de 13.500 toneladas del alimento, que pueden contribuir a la seguridad alimentaria de los nortesantandereanos.
La Alcaldía, promotora
Al galpón avícola de Cormoranes le dio forma la Alcaldía de Cúcuta, a través de los funcionarios de la Secretaría de Posconflicto y Cultura de Paz. El zootecnista Cristian Quintero ha sido unos de los impulsores del proyecto.
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“La Alcaldía lanzó la política de apoyos para la zona rural y esta asociación decidió irse por los pollos de engorde, por lo que se les enseñó las características del animal, cómo es la crianza y se les dio asesoría técnica, porque tenemos acciones de seguimiento por parte del ICA y apoyo de Fanavi”.
Además, lograron la articulación con el Ministerio de Agricultura, que respaldó este emprendimiento con unos recursos para construir un nuevo galpón, porque el primero con el que comenzaron no cumplía las condiciones de orientación y las altas temperaturas se sentían con más fuerza dentro de las instalaciones, lo que perjudicaba a las aves.
Explicó que las beneficiarias también reciben apoyo psicológico, porque es necesario "cambiar el chip" y que empiecen a pensar como empresarias.
El funcionario enfatizó que estos proyectos están ideados para que contribuyan a la transformación social a largo plazo. Por eso vienen apoyando a 17 asociaciones que no solo trabajan con avicultura, también porcicultura, cacao, plátano, guayaba, apicultura y ganadería.
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