Quizás abusando de la amabilidad de quienes leen esta columna, en un escrito bastante inusual, relato el contagio que sufrí por estos días en Bogotá en el que después de permanecer hospitalizado algunos días en una clínica, a tan solo un par de horas de ser entubado, hoy en día sólo tengo agradecimientos no sólo con mis amigos y familia sino con el servicio de salud que ha dispuesto el Estado y de cuya eficiencia aún no salgo de mi sorpresa. A pesar de que llevamos unos 15 meses recibiendo malas noticias, hay que reconocer que a pesar de esta tormenta que estamos atravesando en varios campos, ahora con bomba incluida, algo anda bien en los servicios de salud porque incluso siendo atendido por una Eps, la excelencia del personal médico, el confort de la clínica, el seguimiento que se hace diariamente y hasta la misma exigua cuenta que cancelé me tienen sorprendido.
Seguramente cuando se tiene una experiencia de estas, ante todo hay que admirar el esfuerzo que están haciendo los médicos y auxiliares hoy en día en Colombia. En algún momento, la misma joven médica egresada de la universidad de los Andes tenía oportunidad de relatarme la manera como no les reconocen contratos de trabajo por su labor en los términos que indica la ley y más en estas circunstancias de emergencia en las que América Latina es una de las zonas más golpeadas en el mundo por la pandemia, mucho más que en África y Asia. El sacrificio de los médicos en Colombia es admirable, y no se entiende cómo el Ministerio del Trabajo no dispone de las medidas pertinentes para que se les reconozcan los derechos como corresponde. Hoy en día el país tiene una enorme deuda con el personal médico y sus auxiliares.
Cuando sale uno de su apartamento vía a una clínica una vez confirmado el contagio, todo es una incertidumbre, al extremo que es inevitable pensar que nada garantiza que realmente pronto pueda regresar. La vida se define en apenas unas pocas horas dependiendo la decisión que tomemos. Algunos tardan en llegar a una clínica, y ahí pierden la batalla. Le acaba de suceder a un capitán de la marina, amigo de Calixto, “ El Pirry”, quien era reconocido por su experticia por la forma que llevaba a buen Puerto un barco cargado de toneladas de material. Hoy lamento el fallecimiento de mi compañera María Adelaida Ontiveros y de Fabio Niño.
Manuel Guillermo Cabrera me relataba el pasaje bíblico de Pablo, judío que en algún momento perseguía cristianos, cuando cayó del caballo. No soy un hombre de oraciones pero hubo algo. La gratitud de algunos amigos, de Beth, que hubo una energía por ahí que hizo que cuando ya me subían a intubarme, la misma médica quedó sorprendida con un último resultado que era muy positivo. Hoy lamento los amigos que no han superado este virus, entre ellos a Edgar Salgar con quien pocos días antes de caer contagiado, tuve oportunidad de hablar.
Estamos en el peor momento de la pandemia con un aterrador promedio de muertes diarias que se acercan a 600, y Colombia entre los 10 países en el mundo con peores estadísticas. Por ahora, afortunadamente los del Comité del Paro, finalmente tomaron una decisión apenas razonable de parar los bloqueos, aunque en algunas zonas del país y Bogotá persisten. Hoy leo el libro del historiador Juan Carlos Flórez que trata de dar una respuesta a esta pesadilla. El sólo título lo dice todo: “Los que sobran”, haciendo referencia a esos jóvenes que siguen primera línea porque perciben que no tienen futuro alguno. Tenemos por delante muchos días difíciles.
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