Desde hace días vengo con la idea de escribir sobre el tema de la inseguridad en Cúcuta y sus alrededores, pero como ya varios columnistas lo han hecho no quiero parecer repetitivo. Sin embargo y como el problema continúa y crece, resolví abordarlo.
Miremos: La Opinión tituló el pasado 2 de septiembre así: “INSEGURIDAD, LA OTRA PANDEMIA DE CÚCUTA”, lo cual me anima a preguntar ¿hasta cuándo vamos a tolerar este grave problema que lleva lustros enquistado como virus maligno en nuestra sociedad, y que con el COVID-19 se intensificó? Nadie en la administración responde y lo más grave es que ni siquiera esbozan planes serios y efectivos para combatir el crimen y devolverle la seguridad a la ciudad.
Frente al problema, los líderes comunales manifiestan: “Esto está terrible. Hay mucha indigencia, prostitución y robos a plena luz del día y la policía no se ve.” Y a renglón seguido, afirman: “Antes se tapaban las caras con pasamontañas, ya no los necesitan porque se ponen el tapabocas, andan en motos y van halando los bolsos, o se meten entre la multitud del centro y amenazan a la gente o los arrinconan, especialmente a las mujeres”; y continúan: “Hay mucho consumidor de drogas y se hacen pasar por recicladores o simples indigentes, pero uno debe estar con los ojos bien abiertos, porque si uno deja el carro afuera, se queda sin espejos o lo desvalijan”; y agregan: “No les basta con robar bolsos, celulares y dinero, sino que ahora se dedican también a robar contadores; y rematan diciendo: “No sabemos para dónde se llevan eso, ni a quién se lo venden, pero esa es la mafia de los contadores. Ese robo no es de día sino de noche o en la madrugada, y si no hay policía que vigile en el día o en la tarde, mucho menos podemos esperar que lo hagan en la noche”.
Y esas manifestaciones son apenas una leve radiografía de lo que se conoce porque la mayoría de delitos de hurto simple y calificado no se denuncian, entre otras razones, porque la gente no confía en las autoridades y por lo engorroso que les resulta tramitarlas, lo cual afecta las estadísticas que por esta razón salen mentirosas.
El nuevo secretario de Seguridad Ciudadana de Cúcuta que habla de fortalecer las estrategias (vaya con las muletillas estratégicas de esta administración municipal) de prevención de delitos, ojalá actúe contra los reducidores y/o receptores de elementos robados, partes de vehículos, celulares, tapas de contadores, joyas, que la mayoría de las personas de bien saben dónde tienen ubicados “sus negocios”, pero que al parecer tanto las autoridades policivas como las administrativas inexplicablemente desconocen. Si las autoridades cortan ese eslabón del comercio ilegal, la cadena por sí sola se esfuma. Los pícaros no tendrán quién les compre fácilmente su “merca” y entonces quedan desestimulados para seguir robando porque pierden el canal de distribución.
Urge también un estudio serio sobre el proceso delictivo, desde el momento de la aprehensión de un delincuente hasta que es puesto en manos de las autoridades judiciales. La policía muestra en sus estadísticas la captura de miles de personas en flagrancia por cometer estos delitos (robo), pero a los pocos días se les ve nuevamente en las calles, o se multiplican y reproducen, porque los números con que adornan los resultados contra el crimen no disminuyen.
Este estudio serio serviría de base para que el gobierno presente un proyecto de reforma al Código penal endureciendo las penas a esta clase de delitos que son un cáncer para la sociedad.
Finalmente: es extraño el silencio sepulcral del Concejo Municipal, ante esta nueva pandemia, como bien lo dice el periódico La Opinión.