Ninguna de las dos opciones que definimos hoy en las urnas son las mejores para Colombia. No deja de ser una gran ironía la votación de hoy, porque muchos de los que iremos a las urnas depositaremos el voto por el “menos malo de los candidatos”. Es algo así como una encrucijada política y el futuro del país. El 48% de los votantes consideran que ni Rodolfo Hernández ni Petro deberían ser el presidente que requiere Colombia en estos momentos de tanta crisis del país en muchos campos; así, este año han asesinado 88 líderes comunales, Duque entrega un país con altísimos y graves niveles de endeudamiento – al inicio de su mandato la deuda externa era del 20% del PIB, en diciembre del 21 es del 30% -; la pobreza y la inseguridad preocupan el país.
Después de varios meses de una fatigante y grotesca campaña presidencial, quedan más dudas y preocupaciones sobre los candidatos, que certezas, confianza y garantías hacia el futuro. Si hoy gana el ingeniero Hernández, su carencia de conocimiento sobre temas básicos del Estado no solo inquieta sino que son alarmantes. Ese desafío a la ley es de tal gravedad que de entrada lo que plantea el candidato como su primer acto de gobierno, la declaratoria de una conmoción interior, constitucionalmente no solo no es procedente, sino que inquieta su declaración desafiante ante la revisión de la justicia: “vamos a ver si la Corte es capaz de tumbarme el decreto”. Peor aún, aquella frase lamentable que “se limpiaba el trasero con la ley”, muestra una grave actitud de desprecio presidencial a la ley. Nunca un presidente había dicho algo similar. Quizás en la historia de Colombia un presidente que trasgredió de manera directa la constitución, la ley y los derechos humanos fue Turbay en 1978 con el Estatuto de Seguridad qu
e dio lugar a desafortunados episodios de torturas y persecuciones.
Ni imaginar a Hernández en una cumbre presidencial con algún exabrupto con el que podría salir. Si es elegido faltaría esperar a que no coja a trompadas a algunos de sus ministros en un consejo de gobierno. De ganar, sería el segundo presidente que históricamente tendría Santander después de Aquileo Parra en 1876, en momentos en que el período presidencial era apenas de dos años. De ganar el ingeniero, sería un alto riesgo de gobernabilidad e institucional que podría llegar a tener Colombia.
Del otro lado, el carácter caudillista de Petro no es que de lugar a confianza y liderazgo. Si bien, de lejos, una cosa es la formación y preparación de Petro frente a la del ingeniero, generan muchas dudas que entre el equipo de sus asesores estén personajes nefastos e indeseables políticamente como Roy Barreras y Benedetti. De ganar Petro, pensaría de entrada que Colombia nunca llegaría a eso que llaman “el socialismo siglo XXI en Venezuela”. La institucionalidad nuestra es mucho más sólida y política y culturalmente más fortalecida que la del vecino país. Petro podría llegar a presentar una convocatoria a una asamblea constituyente para reformar la constitución y tratar de alargar su período constitucional, pero de ahí a que el congreso se la apruebe, habría que verlo. No olvidemos que a pesar de todo el prestigio que en su momento tenía Uribe, la Corte Constitucional lo atajó en su propósito de segunda reelección.
Algunas de las medidas que se le señalan que podría en su gobierno llegar a tomar Petro, que preocupan a muchos como expropiación, no más exploración de petróleo, emisión de dinero, lo ya dicho, aquí hay más controles e institucionalidad que no se lo permitirían. La expropiación requeriría una reforma constitucional que en el peor de los casos le llevaría tiempo y un gran desgaste político, y frente al tema del petróleo en una economía tan dependiente actualmente de esos ingresos, la realidad económica no lo permitiría. Una gran encrucijada política y electoral, un nuevo capítulo en la historia de Colombia.