En el año 1998 el destino de Venezuela cambió para siempre: los partidos y líderes políticos tradicionales (mal que bien y con todos los errores posibles a cuestas, respetuosos del Estado de derecho y la división de poderes) antepusieron sus intereses particulares y vanidades a la salud de la República. No hubo consenso, entre la dirigencia venezolana, para enfrentar la amenaza latente de un golpista carismático que venía en ascenso llamado Hugo Chávez.
Seis meses antes de las elecciones presidenciales, el inefable Hugo Chávez registraba lánguidos guarismos de aceptación entre la población: apenas el 2% en intención de voto. La falta de cohesión (en cabeza de un candidato de unidad) para detener el avance de esa malhadada aspiración y el discurso populista y demagógico implementado por el líder de la mal llamada Revolución Bolivariana fueron los acicates perfectos que allanaron el camino a la desgracia.
Copei y Acción Democrática, los dos grandes partidos tradicionales de Venezuela, estaban más desprestigiados que un banco en quiebra y no supieron entender el momento histórico que vivía su nación, y mucho menos escucharon el clamor popular, que propendía por un cambio en las costumbres políticas. A pesar de todas las equivocaciones y desafueros en los que por años incurrieron los miembros de los partidos citados, no imagino a sus dirigentes cercenando derechos, violentando garantías y asesinando a sangre fría, como acontece hoy, en tiempos de la tiranía de Nicolás Maduro.
Irene Sáez, una bella exreina y politóloga, que había sido además (con mucho éxito) alcaldesa del municipio del Chacao y gobernadora del Estado Nueva Esparta, era la otra candidata independiente a las elecciones presidenciales de Venezuela en 1998. La lógica indicaba que, ante las expectativas de grandes transformaciones y liderazgos renovados, a los que la sociedad venezolana aspiraba, la figura fresca de Sáez sería la talanquera que evitaría que un exmilitar, que intentó derrocar a un gobierno elegido democráticamente y que además profesaba ideas de izquierda, se hiciera al poder. Pudieron más los egos que las ganas de salvar a Venezuela. ¡Qué distinta sería la historia de esa patria que tanto quiero, si sus políticos no hubiesen sido tan mezquinos y egoístas!
Colombia atraviesa hoy día una disyuntiva histórica muy similar a la de Venezuela: necesitamos un cambio profundo, pero no podemos saltar al vacío entregándole el poder a la izquierda: ya sabemos lo que esa plaga produce a su paso. La situación nuestra es incluso peor: tenemos a varios candidatos de izquierda radical (hasta el mismísimo Timochenko), hiperfinanciados con dinero manchado de sangre, listo para comprar votos y conciencias.
La cosa es muy sencilla: hay que democratizar la coalición de centro derecha; el derrotero debe ser la ideología y la visión de país. No se puede rechazar, en esa gran alianza, a aquellos candidatos que, por distintas circunstancias, votaron “SÍ” en el plebiscito; ello sería tanto como despreciar los votos de los ciudadanos que se sienten engañados por Santos y sus compinches zurdos, pero votaron en su momento por el “SÍ”. La política es sumando, no restando, y lo importante son los principios y las ideas.
Así las cosas, para no arriesgar lo poco que nos queda de institucionalidad, es absolutamente indispensable que se implemente el mecanismo que corresponda, para escoger de entre los aspirantes de centro derecha (Marta Lucía Ramírez, Iván Duque, German Vargas, Alejandro Ordóñez, Viviane Morales y Juan Carlos Pinzón) un candidato que enfrente decididamente a los izquierdistas confesos y a los vergonzantes que posan de independientes. No me cabe duda de que, con esta fórmula incluyente, la izquierda será derrotada estruendosamente en primera vuelta.
Llega un momento en la vida de un verdadero líder, en el que debe mostrar su grandeza y espíritu. El país merece sacrificios y concesiones, generosidad y desprendimiento.
La gran batalla final se aproxima. No dejen, señores candidatos, que sea la arrogancia la que defina vuestro andar: ha de ser el patriotismo el que los guíe para salvaguardar la democracia y la libertad.
La ñapa I: Valerosa denuncia la que hizo la periodista Claudia Morales. Nada justifica la agresión o el acoso a una mujer. Ojalá todas hablaran. No es hora de callar.
La ñapa II: El exsenador Bernardo Elías hablará, y arderá Troya. ¡Adelante, Bernardo, cuenta la verdad! Esa será la reivindicación de tu nombre. Nadie se equivoca cuando hace lo correcto.