Es la mejor descripción que en muchos años he escuchado del país. Recientemente en la Universidad Javeriana escuché al filósofo colombiano Santiago Castro, en uno de los auditorios del claustro lleno de un público expectante, disertando sobre el futuro de la izquierda, sus errores y perspectivas, y en algún momento de la intervención el filósofo hizo un análisis certero y brillante de su país: “ Colombia es un caos vibrante, una sociedad llena de vida y de música ,cambiante e impredecible”. Magistral descripción. Esa es Colombia. No es sino mirar lo que sucede por estos días: un país con 3 meses de debate de la JEP en el congreso en el que el Senado se rindió, no la pudo aprobar, y se la envió a la Corte Constitucional a ver que puede hacer. Eso mientras el presidente del Senado presenta una tutela a última hora contra la cámara de representantes. Eso, en el tema de la paz, que se supone que es uno de nuestros grandes retos. Ese es un ejemplo de un caos vibrante que hoy en día se presenta en el país, en el que la gente con toda razón ya se mamó.
Mientras eso sucedía, el Plan Nacional de Desarrollo naufragaba porque para su aprobación se requiere un tiempo preciso. Algún congresista alcanzó a describir ese otro caos que vivía el congreso señalando: “aprovechen e incluyan todas las propuestas que puedan que después no vamos a tener otra posibilidad como esta”. Y ese Plan de Desarrollo es la hoja de ruta de este gobierno en los próximos cuatro años. Se han incluido a última hora tantos proyectos, que algún importante dirigente gremial ya dijo lo que resulta evidente: aquí hay muchos proyectos aprobados que no tienen ninguna posibilidad de financiación. Así somos.
En ese caos vibrante que es Colombia, en Bogotá acaba de suspender las obras que se estaban adelantando para implementar el transmilenio por la carrera séptima, como una premonición de lo que en los próximos años hará también otro juez con el tema del metro. Entiendo con alguna precisión, que Bogotá lleva 71 años haciendo el metro, en donde, en una crónica lejana de la capital leía, que en el Gobierno de Guillermo León Valencia – 1.962, 1.966 -, el presidente se reunió con el alcalde de Bogotá de la época y se definió cuáles serían las líneas del metro de Bogotá. En eso quedó, en una buena crónica. Buenos Aires hace más de 100 años hizo el metro, y recientemente lo hicieron Panamá y Quitó que ya está cerca de terminarlo. Pero claro, estos 4 años que pasaron para la capital no fueron nada productos. El ego de Peñalosa no le permitió entender que en definitiva la propuesta de Petro del metro subterráneo es lo que se requería.
Y por supuesto que ese caos vibrante también se extiende a Cúcuta, que como se señaló en el foro organizado por la Universidad Francisco de Paula Santander por estos días, son cerca de 130 mil migrantes que hay en la ciudad y que nos plantea el reto de encontrar nuestra identidad cultural. “Cúcuta ya no será la ciudad comercial de los años 70”.
Si hay algo que me llama la atención de la descripción del filósofo de esta Colombia, que a pesar de ser un caos vibrante, como él mismo lo dice, pero llena de vida y de música, cambiante e impredecible, es que quizás porque es vibrante y llena de vida y música es que culturalmente es interesante para los extranjeros. Colombia es atractiva. Eso se ve con mayor frecuencia por las zonas de la Macarena y la Candelaria a las que llegan turistas extranjeros, a conocer esta diversidad, a esta impredecible Colombia, seguramente tratando de encontrar esa vida vibrante y exótica que no encuentran en sus países. Lo primero que les llama la atención, casi que los sorprende, es la actitud de la gente, que les habla, que los orienta, y eso hace, que este caos vibrante, por su música y su vida, sea algo nuevo, diferente.