Esta es una buena pregunta ahora que la ciudad ha cambiado tanto en los últimos años. Me la hizo una joven profesional de la Universidad de la Sabana. ¿Cómo era Cúcuta hace unos cuarenta años? Apacible, tranquila, con un aire de despreocupación, siempre alegre.
Por esos años era muy familiar la costumbre de hacer tertulias con parientes y vecinos al frente de las casas, hablar, recibir a los amigos, salir en las noches con despreocupación a recorrer la ciudad. Las expresiones de agresividad no existían.
Los hechos violentos marcan siempre una ciudad, un antes y un después. En los años 70 ocurrió uno de esos episodios que generó una reacción colectiva nunca antes vista, sorpresiva para la misma gente.
Se presentó un robo a un banco en el parque Santander, y los ladrones perseguidos fueron encontrados en el barrio Guaimaral.
Allí los encontró la policía y en un intercambio de disparos la autoridad los mató, y después fueron llevados al mismo parque en donde los cadáveres en el platón de uno de los vehículos fueron exhibidos, y les dieron una vuelta al parque en una especie de escarmiento colectivo. Un hecho que por esos años sorprendía y la reacción igual fue inesperada.
Pero esa tranquilidad se resquebrajó hasta el 12 de marzo de 1.993, hace 25 años, cuando la ciudad fue sacudida por el asesinato al frente de su casa, mientras departía con su esposa del director de La Opinión, doctor Eustorgio Colmenares.
Ese crimen perpetrado por la guerrilla fue como una advertencia de que aquí todos podíamos ser vulnerables. En ese momento la ciudad dejó de ser tranquila.
Pocos años después el Eln asesina a Jorge Cristo al frente de su consultorio, y después secuestra a don Alfredo Cabrera, y después de esos desafortunados episodios, esos días de la ciudad apacible y alegre, ya eran cosa del pasado.
En mis épocas de estudiante del colegio La Salle, los recuerdos que guardo era la de una ciudad que los fines de semana casi toda estaba de fiesta, a donde se podía ir de un sitio a otro sin ninguna preocupación, en la que no existían tantos carros tan lujosos, ni vanidades, y en donde por todas partes circulaba gente desapacible.
Recuerdo que se iba de una fiesta a otra como si fuera un jolgorio colectivo. Desde luego que nunca se veía a nadie armado. De pronto se veían algunas pandillas inofensivas cuya mayor expresión de violencia seguramente eran las “trompadas” que al final podían generar más carcajadas que sobrecogimiento.
Hacia los años 80 la ciudad comienza a sufrir el influjo y el impacto de la droga.
Esa Cúcuta alegre y desapacible se desvanece, y con el paso de los años aparecen fenómenos que nunca llegamos a imaginar que podrían suceder.
¿Acaso quién podría imaginar que Venezuela llegaría a una calamidad como la que vive ahora? La gente joven de la ciudad, los menores de 30 años, viven en una ciudad muy diferente a la de esos años. La inseguridad nos amenaza a todos. Se presentan episodios impensables, como la de no estar seguro en los mismos restaurantes.
Para dimensionar la crisis de la migración venezolana, un solo dato lo dice todo: en los últimos 5 años de diversos países de África y Asia han entrado al continente europeo un millón ochocientos mil refugiados, y por Colombia en el último año, han pasado cerca de dos millones trecientos mil venezolanos. La mayor tragedia humanitaria que ha vivido América Latina en toda su historia, para la cual sobra decir que no estamos preparados. Debemos superar estos momentos difíciles para Cúcuta, rescatarla económicamente, y volver a ese pasado fascinante de la siempre bella, tranquila y apacible Perla del Norte.