De manera afortunada el atentado no tuvo éxito. Ni imaginar lo que habría significado institucional y políticamente a un país que de por sí en los últimos meses ha sufrido un desafío sin precedentes por cuenta de los paros, las movilizaciones y como lo reseñaba por estos días el editorial de El Espectador, “Una catástrofe nacional”, al ser hoy en día el tercer país en el mundo con más contagios y muertes, el que su presidente, dos de sus ministros y gobernador les hubiere ocurrido la tragedia. Las solas imágenes que vemos nos dan una idea de que la comitiva contó con suerte. Los daños al helicóptero fueron certeros, impactantes.
En tan solo 15 días entre la explosión de la bomba y ahora este atentado, muestran los niveles de descomposición a los que ha llegado la región. Toda esa confluencia de factores que ya conocemos: cierre de la frontera, trochas, la realidad de que el 20% de la coca que se produce en Colombia sale del Catatumbo, un país vecino en el que frecuentemente la delincuencia encuentra refugio, disidencias de las Farc, Eln, grupos al margen de la ley, nos están llevando a una situación de descomposición y casi inviabilidad gubernamental como nunca antes la había vivido el Norte de Santander.
Y es que el tema no es menor, porque lo de la bomba y el atentado muestran ante todo que estos grupos tienen el poder de desafiar lo que sea, ya no les importa; el poder y los intereses económicos que se están jugando son muy grandes, que incluso los lleva a desafiar al propio presidente cuando llega a la región. Que recuerde es la primera vez que grupos al margen de la ley se atreven a atentar contra un presidente. Históricamente la última vez que se atentó contra un presidente fue hace 114 años, en contra del general Rafael Reyes, quien acompañado por su hija Sofía en la carroza presidencial a la altura de lo que hoy es Chapinero recibió unos disparos de los que salió ileso. Otro episodio desafortunado fue el de César Gaviria, como candidato presidencial en el mes de noviembre de 1989, a tan solo 3 meses del asesinato de Luis Carlos Galán, en circunstancias en las que el cartel de Medellín creyó que abordaría un avión con destino a Cali al que le fue colocado una bomba.
Cada vez se habla más de la llamada “Guerra híbrida”, en la que diferentes actores atentan desde distintos flancos en contra del Estado. Así, que haya sido colocado un carro-bomba en el corazón de un batallón, en el centro desde donde se articula la estrategia militar de una región para combatir a los grupos que delinquen, y allá le llegaron, en circunstancias insólitas en las que entraron en una camioneta y tuvieron el tiempo de estacionar, duraron adentro 2 horas y después la detonaron, muestran de entrada la falla en la inteligencia militar, pero ante todo el desafío del que son capaces; y ahora el atentado al presidente. Entre esos episodios, el asesinato en estos días de una fiscal en Tibú, y las desafortunadas imágenes que vemos a diario en donde gente joven en algunas ocasiones son sacrificados pasando las trochas. Da tristeza en lo que se nos ha convertido el Norte de Santander.
Cada día la gobernabilidad y la institucionalidad aparece más distante del ciudadano, y si frente a la realidad electoral que tenemos en el 2022, el país no avanza sino que políticamente retrocede, algunas regiones en Colombia como el sur occidente, el Cauca, Nariño, Buenaventura y ahora nosotros entramos en un proceso de deterioro institucional que podría llegar a ser irreversible.