Se llama Alejandro y conduce una ambulancia en Valencia. Es de suponer que es un buen hombre, que acude y ayuda a personas en problemas, las transporta al hospital y con seguridad habrá influido en la salvación de más de una vida. Buenas vidas. Malas vidas. Digo esto porque soy interesado directo en una buena acción de este señor.
Buenas tardes, por favor a Urgencias del Peset, le dije al taxista. No habíamos avanzado diez metros y el tipo me dice algo así como que hubiera preferido llevarme a otro lugar, seguramente al sentir mi voz trémula; agitada sería más preciso. No era una urgencia urgente como él intuía y como yo quisiera que se demore. Bueno, y la agitación no era otra cosa que la consecuencia de un despiste: la pérdida de mi billetera. ¿Dónde, a qué hora, cómo? y toda esa barahúnda de preguntas y reproches, además de la perspectiva del papeleo venidero para volver a ser alguien. Y de pronto, la llamada del conductor de una ambulancia para decirme que la había encontrado en la calle y que me esperaría para entregármela.
Sin duda, hay buenas personas por todas partes y hacen buenas acciones sin esperar nada; como hay malas personas por ahí, repartiendo vilezas como si nada. Me interesan las buenas personas. No me importa si es ministra o cerrajero, si es hombre, mujer, no binario y su etcétera. Me interesa si es buenagente al natural, si es competente, si hace feliz a otro con un gesto, si no cultiva enemigos por deporte.
Dándole una vuelta al asunto podría nacer una cuestión: ¿Qué hace a una persona ser mala persona si ser lo contrario es tan sencillo? Pues, es que ser rufián, matón, patán, ladrón es mucho más fácil, dirían algunas. El mal. El bien. Que discusión tan larga. El bien como una cosa ideal. El mal como una cosa real. ¿Cosas perdidas o cosas por encontrar? Si nos metiéramos en dichos berenjenales, en dichos zarzales, se nos atravesarían palabrejas como Ética, Voluntad, Justicia; apellidos como Hobbes, Schopenhauer, Kant además de todos los superhéroes religiosos y sus supporters, qué también tendrían algo que decir. El bien o el mal. Cosas que para unos lo son, para otras no tanto. No se trata de cifrar a malos malísimos y buenas buenísimas como en las telenovelas.
Todos cometemos cagaditas y otras sin diminutivo. ¿Quién no? Pero lo cierto es que sí hay casos perdidos que no es lo mismo que cosas extraviadas. Dicen por ahí los que piensan, que el ser humano por naturaleza nace bueno. Y que el hombre (léase también mujer) es lobo para el hombre. Y lo de la mala leche también debe ser cierto; hay especímenes que a falta de lactosa han sido amamantados con desastrosa. Hay gente que es encantadora por fuera y en casa se desquita. Y personas que son entrañables en familia y en sus oficios llegan a ser detestables, hasta temibles.
Pongamos dos ejemplos pendejos (uso el plural en búsqueda de cómplices). A ver, Pablito era un dadivoso sin igual con el pueblo de Medellín y muy generoso en plomo y bombas. Adolfito sentía devoción especial por los perros de pura raza y exterminaba a una comunidad plena de impurezas. Y los dos querían mucho a la mamá, comprobado. Y comprobado estaría que —de haber sido posible— si estos señores en sus últimas y extremas urgencias hubiesen necesitado asistencia, estoy seguro de que Alejandro habría estado allí, haciendo bien su trabajo. Ahora, ignoro si alguno de estos dos famosos —de habérsela tropezado— me hubiera devuelto la cartera.
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