¿Cuándo se es madre? ¿Es posible ser madre antes de un alumbramiento? ¿Antes incluso de un embarazo, por supuesto deseado? ¿Es posible habitar la maternidad, anidarse en la maternidad, abrigarse en ella y no darse cuenta hasta que cada rincón de mi cuerpo-hogar muestra sus brotes? Los últimos meses del 2022 volví a vivir sola pues, mientras mi esposo se encontraba cerrando sus procesos en Cúcuta, yo me instalaba en Toronto para retomar mi carrera académica. Esta soledad facilitó un escenario de diálogo constante conmigo misma en torno a este asunto irresuelto y bastante complejo a nivel personal.
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¿Qué es ser madre? No lo pregunto pretendiendo universalizar experiencias, en este punto solo busco en primera persona. Curiosamente, no es mi madre quien viene a mi cabeza sino la de ella, mi abuela, cuidando afanosamente a sus hermanas y hermanos desde antes de su primera menstruación. Su cuerpo crecía y se desarrollaba alrededor los alimentos que servía y los llantos ajenos que calmaba, su cuerpo creciente hacia otras y otros, como el de su madre, permanentemente hinchado por los embarazos. A mi abuela le debemos tanto y, sin embargo, esa imagen me genera mucho respeto como dolor, mi abuela y mi bisabuela vivieron en un contexto muy diferente en el que la maternidad, la propia y la delegada, hacían parte de destinos inamovibles.
Hay expectativas que, por problemáticas que sean, tienen todo el horizonte delineado, algo que la incertidumbre de la búsqueda por nuevas respuestas no nos provee. Ni siquiera pienso en este punto en las maternidades feministas, aquellas que se escuchan cada vez más entre nuestras conversaciones y de las que ahora se han escrito varios libros, hablo de mí, ¿qué es ser madre para mí? ¿Cómo es ser madre para mí? Quizás con todo esto eludo responder la gran pregunta, aquella que ha forzado su presencia estos últimos meses a pesar de mi insistencia por enterrarla: ¿quiero ser madre?
Cuando era adolescente no me terminaba de convencer (razón por la cual me señalaron de inmadura en celebraciones familiar). Cuando estaba en mis 20s ya había decidido que no quería, que lo rechazaba profundamente. Ahora, a mis 33 me quedé sin certezas al mismo tiempo que mi cuerpo se orienta hacia el cuidado de una criatura que no existe en el plano físico, ¿cómo puedo ser madre en este apartamento donde vivo sola? Pero, ¿y el lenguaje? Aquel que me delata en los diálogos que construyo en mi imaginación donde le digo que leo ciencias sociales para entender este mundo tan complejo que heredamos pero literatura para mantenerme frágil.
Esto no es ningún instinto, no es claro, no es certero, no está completo, si hay instinto alguno sería aquel que la rechaza tajantemente. Me asomo a esa criatura al mismo tiempo que la rechazo, esta sensación no es uniforme. Quizás no quiero ser madre pero algo ya empezó a habitar en mí, en el lugar de los sentimientos, y busco acomodarme afectuosamente a su alrededor. Quizás no quiero ser madre en abstracto pero quiero conocer a esa criatura. Ni mi afecto o mi rechazo por ella son completos, pero ¿y de dónde viene esta curiosidad? ¿Qué hago con este cuerpo-hogar habitado por algo que no termino de reconocer? ¿Cómo se convive cuando no se conocen los contornos? Esta columna no tiene conclusión, solo preguntas y un deseo hondo de otras narrativas en torno a la maternidad que tengan el deseo, la duda y la incerteza como tejido principal.
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