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De cosas viejas…
Ológrafo.
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Lunes, 19 de Septiembre de 2022

La vida se disfrutaba más cuando era espontánea, sin estilos imitados, pero, eso sí, con la urbanidad hogareña y las costumbres ingenuas de una diversión parroquiana centrada en los valores ancestrales.

Una de las viejas costumbres cucuteñas -que aún conservo- es la de tomar agua de panela todos los días, a todas horas, sin limón, muy fría, con ese sabor dulce que encanta y hace delicias en el paladar.

En las tiendas (El Ancla) nos esperaban apetecibles boquiabiertos, o en los garajes de las casas helados, como donde doña Victoria, con su genio perro, a quien al pedirle un sabor preferido contestaba “¡se le da del que salga!”.

Ahora, ya no se come con sal, ni azúcar, y la moda de alimentos sanos (?) nos enterró las tradiciones, las onces y las medias tardes, junto con las ganas provincianas de una morcilla en un andén y, luego, un papelón de colores.

En los juegos de mesa había parqués, damas chinas, barajas españolas para el toruro, o la taba del cabro que era un hueso de apuestas, además de rompecabezas y monopolios, con una sonora radiola de la casa Lema.

Las niñas aprendían a tocar castañuelas y los niños jugaban vaqueras, mientras los pajaritos cantaban hasta cuando se cubrían sus jaulas, con el mismo amor con que se arropaba a los niños. (Ni se imaginaba uno que eso era atropello animal).

Y las matas, bien cultivadas y bonitas, acostumbraban a conversar con quien las regaba, ¡ah! y no faltaba un antiguo reloj de pared marcando campanadas, convocando a tomar el fresco en la placidez final de la tarde.

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