Tema inagotable, que siempre ha rodeado la historia del hombre, que ha dado lugar a crímenes, pasiones, traiciones y mucho más.
Tan sólo por estos días el muy buen editorial del periódico recordaba el origen de aquella famosa frase de que la mujer del César no sólo debería serlo, sino parecerlo, expresión que data de hace más de 2.000 años del Imperio Romano.
Pero hubo algo de parte de Pompeya la esposa de Julio César, adicional a asistir a una fiesta de sexualidad femenina, que sí le fue infiel a quien pronto sería el emperador de los romanos.
Su amante se llamaba Publio Claudio, quien disfrazado de mujer asistió a la fiesta para verse con ella. Con una infidelidad comienza la historia del imperio.
Y ahora leo un libro que habla de otra infidelidad apasionante, histórica y profunda, la de Trotski y Frida Khalo en Méjico.
Cuando Trotsky llega en barco acompañado de su esposa y divisa las costas del país azteca, huyendo de Stalin, venía agobiado por la idea de si en ese país podría encontrar el punto de apoyo y equilibrio para sus días finales de existencia; hacia 1.937 navegaba, con la tristeza de saber que muchos de sus compañeros en la revolución ya habían sido fusilados por Stalin.
Así lo narra en “El hombre que amaba los perros” del escritor cubano Leonardo Padura, uno de los libros más leídos en el 2.015.
Llegaba Trotsky con la tristeza de que hasta su perro Stalin también ordenó ejecutarlo, porque la persecución y el odio eran implacables.
Por todo ello el líder ruso en exilio quien había superado el temor a la muerte, cuando ya está desembarcando, entre la gente que sale a recibirlo, de lejos ve la levedad irradiante de una mujer, de Frida, la compañera sentimental de Diego Rivera.
Uno de los capítulos que narra la historia apasionada entre Trotsky y Frida, da una probable explicación del porqué la artista se involucra con el líder ruso que la doblaba en edad: su curiosidad políticosexual, o probablemente el ánimo de venganza contra Diego quien le había sido infiel con su propia hermana Cristina.
Esa historia apasionante sólo se interrumpe con el asesinato en París del hijo de Trotsky, quien muere envenenado por Stalin en un hospital de la ciudad, para a los pocos días, caer asesinado de un hachazo el revolucionario. Un libro excelente.
Y es que cuando el sentimiento del amor se acerca al impulso del poder, la infidelidad aparece de alguna forma, como otra historia interesante, la del propio Napoleón a quien Josefina le era infiel con el teniente Hipólito Charles, y cuando el gran general se encontraba en Egipto y se entera, compromete al soldado André Langlais a que persiga durante seis años al amante de su mujer, hasta que el soldado lo encuentra y lo mata cerca de una iglesia en España.
El recuerdo de estas interesantes historias en las que aparecen el amor y el poder, en donde en ocasiones se complementan y en otras se destruyen, por lo menos hoy nos permiten salir del tedio de las noticias que hoy se dan.