Le tocó a san Antonio de Padua hacerse cargo –por mandato divino- de ayudarles a los humanos a encontrar lo que no tienen o lo que se les ha perdido. Las muchachas que no han podido conseguir “marrano”, invocan a san Antonio, le prenden una vela y el santo se apiada de ellas. Algunas veces toca suplicarle al santo que no consiga nada. Lo dice alguna canción: “Tengo a san Antonio, puesto de cabeza, no me traiga novio, pues no me interesa”.
Es que en los ámbitos celestiales opera muy bien la división del trabajo. Cada santo tiene su oficio y le es prohibido meterse en terrenos del vecino. Así, por ejemplo, san Alejo sirve para alejar las suegras o las personas que quieren hacer algún daño. A San Marcos de León le toca aplacar a las gentes que parecen fieras. San José debe cuidar a Cúcuta y santa Cecilia se encarga de los músicos. Los amigos del aguardiente están directamente por cuenta de Diosito. Ya lo dice el refrán: “Dios cuida a sus borrachitos”.
Vuelvo al cuento. Son muchas las cosas que hemos perdido. Los viejos dicen que en estos tiempos se perdió hasta la moda de andar a pie. Todo se hace en carro y para cualquier vuelta hay que ir en moto. Conozco muchachas cuya felicidad está en conseguir moto. Y se enferman si no la consiguen. Dicen que las motos son la venganza japonesa por la bomba atómica que les lanzaron los gringos a Hiroshima y Nagazaki en la Segunda Guerra Mundial. Y hasta cierto será, mirando la cantidad de muertos que todos los días causan laos motorizados en el mundo entero. ¿Y saben una cosa? No conozco un santo protector de los motorizados. Les da miedo andar con ellos.
Perdimos la urbanidad y las buenas costumbres. Ya no se saluda, ni desean las buenas noches, como lo ordenaba Carreño. No se le cede la acera al anciano ni a la dama. No se pide permiso al pasar por el medio de dos personas que están hablando. Mi vecina barre el frente de su casa y el montoncito de la basura lo deja al frente de la mía: Se perdió la buena vecindad.
En muchos países se ha perdido la democracia para instalar dictaduras que persiguen al opositor, cierran periódicos que los critican, se aferran al poder y después para tumbarlos es un problema. ¡Quiera Dios que en estos lares no suceda lo mismo!
Hemos perdido el respeto a la autoridad, a los papás y a los maestros y hasta el temor de Dios se ha perdido. Las iglesias cada día están más vacías, porque los viejos se van muriendo y los muchachos viven alejados de las cosas divinas, pero las discotecas viven llenas y las cárceles. Por algo será.
Oí decir –no me lo crean- que en algunos colegios es prohibido ahora venerar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, que ya no se santiguan al comenzar la clase y que desterraron a San Luis Gonzaga, que oficiaba como patrono de los niños.
Se perdió la costumbre de “pedir la bendición”, como lo hacían los hijos de antes a sus papás, y se perdió la costumbre de sentarse la familia, al atardecer, en la puerta de la casa a echar cuentos mientras se recibía la brisa refrescante que viene del río.
Perdimos la costumbre de escribir cartas -no solamente cartas-, perdimos la costumbre de escribir. Muy pronto llegará el día en que habremos olvidado que “la m con la a, ma”, como nos enseñaban en la escuela.
gusgomar@hotmail.com
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