Aunque las comparaciones siempre son odiosas, algunas serán inevitables, como esa que nos toca a nosotros para toda la vida entre los dos Santanderes: la diferencia entre los pingos y los toches.
La pregunta la hacía un amigo hace poco en una tertulia: ¿Por qué será que allá tienen más capacidad de reacción, mejor convivencia ciudadana, más respeto a la ley que nosotros?
¿Por qué por allá un señor desconocido en política hasta hace poco, armó su campaña, desbordó a la clase política y se impuso en la alcaldía, así sea grosero?
¿Por qué por allá sí cumplen los fallos de las altas Cortes, y aquí como en el caso de la estampilla, no solo no la cumplieron sino que hasta se burlan y además la subieron a $ 7.000 pesos?
¿Será que la arepa santandereana hace todos esos milagros?
Muchas hipótesis y conjeturas se pueden hacer al respecto. A mi juicio a una muy de fondo: la influencia que por muchos años ha tenido la Universidad Industrial de Santander en el Desarrollo empresarial e industrial de la región ha sido determinante.
Hace un par de años, Patrocinio en su espacio de El 5 a las 5, invitó a un exrector de la UIS que habló precisamente del tema, y ese compromiso de la Universidad con la región ha sido admirable y determinante.
Es una conferencia que debería repetirse. Ahí nos ganan los pingos. Aquí la mayor parte de las universidades no asumen ese compromiso regional, muchas casi que le dan la espalda y tan solo se limitan a seguir graduando profesionales que en muchos casos lo único que tienen garantizado es el desempleo.
En esa diferencia entre pingos y toches, no puede pasarse por alto el alto impacto que tuvo por muchos años la bonanza venezolana, que hace unos 30 años les permitía a los vecinos venir a esta ciudad en una equivocada actitud de jekes, de ricos que les permitía con un bolívar a 16 pesos el cambio venir a esta ciudad en una actitud hedonista a comprar todo lo que veía, y a rumbiar hasta más no poder.
Nosotros también sucumbimos a ese encanto y creímos que toda la vida iba a hacer así. Que tan solo era necesario abrir un almacén, una tienda o una discoteca, y con eso era suficiente. ¡Eso nos mató!
Como lo dijo en alguna ocasión un prestigioso economista que pasó por aquí a dictar una conferencia, “el problema es que cuando a Venezuela le va bien, a Cúcuta también, y lo contrario, lo que la hace más atada al vecino país que al interior del nuestro”.
Esa subcultura de la riqueza y la vida fácil nos afectó mucho, y por eso uno de nuestros retos será reactivar nuestros proyectos e industria.
De lo contrario, tendremos crisis por mucho tiempo.
De pronto eso explica nuestra falta de reacción.
Aquí de alguna forma estamos capturados por una clase política que en algunos casos, se han enriquecido y usufructúan el poder sin que hoy en día otras opciones políticas sanas, no contaminadas, tengan opción de llegar a algunos cargos públicos. No es que en el otro Santander todo sea una maravilla, como en ninguna parte de Colombia, pero de todos modos creo que han tenido en 30 años de elecciones populares mejores experiencias. Allá todavía existe una cultura ciudadana y política que tiene capacidad de reacción. Aquí muy difícil. En estos días conocía un dato que me sorprendió que lo explica aún más: cerca del 85% de la población de Cúcuta pertenecen al estrato 1 y 2, luego el voto de opinión es muy reducido.