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Decadencia
La decadencia se nutre de dos miradas: la hipocresía y la maldad, estrechamente vinculadas, oscuras y cómplices, siempre dispuestas a la obsecuencia con el poder.
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Miércoles, 15 de Enero de 2025

Ahondar en los rasgos característicos de la decadencia social es un lugar común. No hay contención moral que aminore la caída hacia un abismo que no tiene fondo, sino múltiples estadios de degradación. Esta decadencia carece de ideología, pues todos los faros ideológicos que prometen salvación son, paradójicamente, sus principales causas y promotores. Dos realidades perturbadoras ilustran esta situación: una, opacada por el poder de la "opinión" y las fuerzas oscuras y tanatofílicas; la otra, mediatizada y visibilizada por intereses que instrumentalizan el dolor como fuente de inspiración justiciera y diplomática. Por un lado, La Escombrera; por el otro, nuestra hermana República de Venezuela.

La decadencia se nutre de dos miradas: la hipocresía y la maldad, estrechamente vinculadas, oscuras y cómplices, siempre dispuestas a la obsecuencia con el poder. Estas miradas barren con la escoba de la indiferencia y ocultan, con siniestra intencionalidad, la ignominia. Cuando los cuerpos se apilan bajo un vertedero sepultado por la tierra, y el lugar recibe el nombre de esa deshumanización, no es más que una estética asesina dirigida contra los pobres, a quienes se les asigna no solo la maldición de lo material, sino también la culpa perversa de la política de la muerte. Los hijos e hijas del vacío, un vacío sin eco y, peor aún, un vacío destinado a quedarse sin memoria.

En la otra historia, aquellos que desde la ideología y la posición acomodaticia defienden lo indefendible e ilegítimo evocan las palabras del hijo de Tréveris: “Perseo se envolvía en un manto de niebla para perseguir a los monstruos. Nosotros nos tapamos con nuestro embozo de niebla los oídos y los ojos para no ver ni oír las monstruosidades y poder negarlas”. Por otro lado, está la hipocresía de sus antítesis, quienes ahora, con fervor justiciero y "libertario," amplifican reflectores, aunque en la monstruosidad de décadas pasadas guardaron un silencio que se teje de telarañas y amnesia.

Los hechos infaustos abundan; algunos son noticias, otros no, debido al selectivismo moral y los intereses de fondo. Las consecuencias colectivas de esta situación conducen a la normalización del dolor, un proceso mediante el cual las personas, de forma consciente o inconsciente, perciben el sufrimiento emocional, psicológico o físico como algo habitual o esperable en sus vidas o en la sociedad. Este fenómeno tiene un peligroso efecto acumulativo: profundiza la apatía y genera una "alexitimia" social. Esta adaptación psicológica, que puede ser también un mecanismo de defensa, raya en una displicencia colectiva inmovilizadora, derrotista y desmoralizadora. Estas formas de decadencia terminan por convertirse en un hábitat común. Más allá de dividir la sociedad, la fragmentan, teniendo como común denominador la falta de empatía, ya sea por hipocresía o por una patología profundamente enraizada.

La decadencia es deshumanización. El poder, la política, la ignorancia, la maldad y la hipocresía transfiguran nuestra humanidad y nos acercan a un salvajismo primitivo. Como escribió Orwell en Rebelión en la granja:

“Pero apenas habían dado unos pasos cuando se detuvieron en seco. De la casa salía un alboroto de voces. Volvieron corriendo y miraron de nuevo por la ventana. Sí, todos se estaban peleando de manera violenta. Había gritos, golpes en la mesa, miradas desconfiadas, negativas furiosas. El origen del problema estaba, al parecer, en que Napoleón y el señor Pilkington habían jugado al mismo tiempo un as de espadas.

Doce voces indignadas gritaban, y todas eran iguales. Lo que había ocurrido en los rostros de los cerdos era ahora evidente. Los animales que estaban fuera miraban a un cerdo y después a un hombre, a un hombre y después a un cerdo y de nuevo a un cerdo y después a un hombre, y ya no podían saber cuál era cuál”.

Así, la hipocresía y la maldad se mezclan, quitando los límites entre verdugos y salvadores, mientras el dolor se convierte en un lenguaje silenciado y la humanidad queda atrapada en su propia niebla.


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