Esa noche, hace 35 años, salió don Guillermo Cano de las instalaciones del periódico El Espectador, solo, sin ningún escolta, enfrentándose a uno de los carteles más peligrosos del mundo, esperando celebrar los días de Navidad con su familia, pero así como se lo había dicho premonitoriamente 24 horas antes de su muerte a la periodista Cecilia Orosco: “Yo salgo de aquí en las noches solo y cualquier cosa puede pasarme” y así sucedió, los sicarios lo estaban esperando para matarle por tratarse del medio periodístico que denunciaba al cartel de Medellín en un país en el que sucede con frecuencia que periodistas, jueces o policías que desactivan una bomba, se enfrentan solos al terrorismo.
Como si todo hubiere sido una advertencia, don Guillermo había dejado escrita la columna que se publicaría el domingo siguiente con el título “Navidad negra”. Aquel año 86 había sido el comienzo de una feroz guerra que había emprendido el Cartel de Medellín contra el país para atemorizarlo, para someterlo – algo así como sucede con Cúcuta por estos días -, guerra que había tenido comienzo años atrás cuando don Guillermo Cano había reconocido en una foto el pasado oscuro de un nuevo representante a la cámara por el departamento de Antioquia de nombre Pablo Escobar. Así fue, el ahora congresista, años antes había sido capturado por el envío de droga a los Estados Unidos. La publicación de esa foto por parte de El Espectador fue el detonante de la guerra.
Para la Colombia de aquellos años vendría lo que diría el historiador Arnold Toynbee: “Un maldito hecho detrás del otro”, una crónica “del descenso a los infiernos”. De todas las muertes que ocurrieron por esos años hubo una que pareciera que tuvo un instante con rasgos de épica, como si fuera un guión escrito cuidadosamente para una película, cuando mataron en el aeropuerto de Bogotá al líder José Antequera, quien se encuentra con Ernesto Samper quien venía para Cúcuta. Samper sorprendido porque se sabía de las amenazas lo ve y le dice “¿Tú todavía en el país?”, y las últimas palabras de Antequera parecieran shakesperianas:” Voy para Barranquilla porque allá me siento más seguro con mi mamá”. En ese momento sonaron las balas.
Dando un salto en el tiempo de lo que fue hace 35 años esa noche trágica para Colombia y el periodismo, viniendo a Cúcuta, como si Colombia estuviere condenada a que tuviere que sobrevenir “un maldito hecho detrás del otro”, otro periodista, otro baluarte de lo que como bien lo expresaba don Guillermo Cano: “el baluarte del periodismo es decir siempre la verdad”, el 12 de marzo de 1.993 las balas asesinas, ese descenso a los infiernos, llegaron a Cúcuta y asesinaron a nuestro director Eustorgio Colmenares Baptista. Hemos sufrido mucho en Colombia. Por aquellos años en mi caso trabajaba como asesor en el Ministerio de Justicia con otro hombre valeroso, otro colombiano que se enfrentó solo a la mafia y después el Estado lo dejó solo, el doctor Low Murtra quien a los pocos años también cayó en esta lucha.
¿Quiénes quieren someter a Cúcuta por estos días? Este año que termina quedará en nuestra historia como un año aciago, de preocupaciones, de incertidumbres que como lo expresara el editorial del Espectador de estos días: “Cúcuta y la frontera piden auxilio a gritos”, y peor aún, como lo expresara el mismo editorial, en circunstancias en las que el “alcalde brilla por su incapacidad de actuar”. Nada fácil lo que vivimos por estos días en la ciudad; tan solo en un mensaje de optimismo, esperemos que el próximo año tengamos mejores días y concordia. Feliz Navidad.
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