Lo que sucedió el pasado viernes en la capital francesa lo había predicho hace más de 20 años el politólogo norteamericano Samuel Huntington, quien en su libro “El choque de civilizaciones” sostiene que a futuro los conflictos entre los estados más que por intereses económicos y políticos, serían las diferencias religiosas las que determinarían las futuras guerras, y eso es lo que está sucediendo en el mundo de hoy que está aterrorizado. La tensión que se vivía en Francia antes del atentado del viernes se respiraba en cada momento, a cada minuto, en cualquier estación de un metro, en un café, en una calle cualquiera de París. El reconocimiento del atentado que hizo el Estado Islámico es demoledor: “Este apenas es el inicio de la tormenta”, en una confrontación entre el mundo occidental y el islamismo, cuyo grupo terrorista apenas hace algunos días colocaron una bomba en un vuelo que se dirigía a Rusia. El tema es tan inquietante, que se calcula que cerca de 2.000 jóvenes franceses, frustrados y aburridos en
su país, han ingresado a las filas del grupo terrorista.
La cotidianidad en Francia es tensionante. Hace cerca de dos años me desplazaba en el metro de la ciudad con mi hijo y un muchacho nacido en Tibú, adoptado en Francia, que ahora estudia medicina y se llama Jean Cristhophe; Era un viernes y en el vagón iba un grupo de jóvenes franceses de rumba, riendo y sacando fotos. Al lado de ellos iba parado un hombre de origen árabe, quien se fijaba en el grupo, miraba con odio, tenía un cuchillo en el bolsillo del pantalón. De un momento a otro se abalanza sobre una de las chicas a quien increpa y le agrede porque supuestamente le hacía fotos a él, y le entendí que en su cultura no era permitido. El episodio termina afortunadamente porque en el momento en que trata de sacar el cuchillo alcanza a llegar la policía. En episodios triviales como ese transcurre el día a día en Francia, país en el que se calcula que de cada cinco niños que nacen, cuatro son de origen árabe. En París hay cerca de cuatro barrios en los que se puede afirmar que han sido literalmente tomados por
árabes; allí se visten, se habla, los restaurantes y los periódicos que circulan cerca de una estación de metro que se llama Denfert, todo es de una cultura que en muchos casos llegan, pero no se adaptan al país galo. A partir el viernes pasado será peor.
Después de lo del viernes, ya comienza a hablarse que una de las posibilidades es la de que gente y grupos civiles, que ve que sus fuerzas policiales y militares no son capaces de controlar y garantizar la seguridad de las ciudades, organicen grupos armados para ayudar a combatir el terrorismo. Todo parece que será desafortunadamente una lucha, una espiral de guerra que nadie sabe hasta dónde llegue. La tormenta hasta ahora empieza, han dicho los terroristas. Por ello la vida en París después del atentado será diferente; ahora tomarse un café como lo narra el premio nobel Patrick Modiano en su libro “El café de la juventud perdida”, historia que comienza con la descripción de quienes concurren a una librería en el barrio estudiantil llamado latino, a cuatro cuadras de la Universidad la Sorbona, en esa vida lúdica, abierta culturalmente, desprevenida, seguramente ya no será la misma. Hace muchos años Henry Miller decide irse de New York a París, porque al igual que el boom de escritores latinoamericanos, enco
ntraron en esos cafés, en esa vida disipada que les permitía extraviarse por esas calles de la ciudad luz, las ideas e imaginación para escribir sus mejores novelas. Triste, un atentado no sólo a una ciudad o un país, a toda la humanidad.
P.D. La justicia finalmente absolvió de todo cargo a Klaus Faber. Todos sabíamos de su honorabilidad y la de su familia.